25 de abril 2024
En seis naciones de América Latina han accedido a la dirección del Estado en las últimas décadas antiguos guerrilleros. En dos países, Cuba y Nicaragua, como resultado de las dos únicas revoluciones triunfantes que hubo en América Latina (1959 y 1979), las cuales dieron al traste con los gobiernos dictatoriales del general Fulgencio Batista y el clan Somoza; en otros dos países, Brasil y Uruguay, exmiembros de grupos guerrilleros derrotados, José Mujica y Dilma Rousseff, tras años de cárcel y penosas torturas, revivieron de las cenizas y triunfaron en elecciones transparentes en 2010 y 2011, respectivamente. Finalmente, en dos naciones, El Salvador y Colombia, antiguos miembros de movimientos guerrilleros que firmaron acuerdos de paz e hicieron el tránsito “de las armas a la política” fueron elegidos jefes de Estado, Salvador Sánchez Cerén (2014) y Gustavo Petro (2022).
No incluimos en este cuadro a Hugo Chávez, pues, aun cuando siendo un joven oficial estuvo bajo la influencia del más emblemático de los líderes guerrilleros de la época, Douglas Bravo —quien no se acogió al proceso de paz de fines de los años 60 y continuó en armas a través del Partido de la Revolución Venezolana y su Frente Armado de Liberación Nacional (PRV-FALN)—, rompió amarras en 1986. En este año, Chávez conformó una facción militar clandestina llamada el Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR-200), que sería clave para su ascenso al poder años más tarde. Es decir, Chávez no fue propiamente un guerrillero.
Cuba: la familia Castro
Los hermanos Fidel y Raúl Castro estuvieron al frente del Estado durante 59 años, entre 1959 y 2018, e instauraron de manera progresiva un sistema de partido único. En 1961 el Movimiento 26 de Julio se fusionó con el Partido Socialista Popular y otras organizaciones conformando las llamadas Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), que, tras muchos avatares, el 3 de octubre de 1965 tomarán el nombre definitivo de Partido Comunista de Cuba (PCC), el cual gobierna en forma ininterrumpida hasta el día de hoy. Fidel Castro, el mandatario más longevo del mundo desde 1900 hasta el día de hoy —estuvo al frente del Estado por 49 años entre 1959 y 2008—, fue sustituido por su hermano Raúl, quien fue reemplazado, a su turno, por Miguel Díaz-Canel.
Cuba dejó hace muchos años de ser la “Nueva Jerusalén” —como lo fue para mi generación de izquierda— y, hoy en día, salvo que haya un sorpresivo cambio de rumbo (por ejemplo, la adopción del modelo actual de la República Socialista de Vietnam, con su amplia economía de mercado), está viviendo una crisis aún mayor a la que soportó tras el colapso de la Unión Soviética, en el llamado “período especial”.
Nicaragua: la familia Ortega
Al inicio, Daniel Ortega accedió a la dirección del Estado como miembro de la Junta que sustituyó a Anastasio Somoza Debayle y a su sucesor por escasas horas entre el 17 y el 18 de julio de 1979, Francisco Urcuyo, tras la fuga del último miembro de la dinastía Somoza.
La Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional estaba compuesta por su coordinador, Daniel Ortega, miembro de la Dirección Nacional Conjunta del FSLN; Moisés Hassan, del Frente Patriótico Nacional; Sergio Ramírez, escritor y miembro del llamado Grupo de los Doce; Alfonso Robelo, empresario y miembro del Movimiento Democrático Nicaragüense; y, por último, Violeta Barrios, viuda del director del diario La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por la dictadura somocista en 1978 y que sería “la chispa que encendió la pradera”, para recordar un texto de Mao Tse-Tung (o Mao Zedong para los lectores más jóvenes).
Se trataba de una junta pluralista que permitió dejar atrás la atroz dinastía Somoza —que rigió los destinos de su país con mano de hierro entre 1947 y 1979— e iniciar el tránsito hacia la democracia. En 1985 Daniel Ortega es elegido en unas elecciones pulcras a nombre del FSLN, y luego vendrían los gobiernos de Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños hasta el regreso triunfal de Daniel Ortega en 2007, quien no ha abandonado el poder hasta el día de hoy gracias a numerosos fraudes electorales, triquiñuelas legales y persecución a la oposición.
Es decir, en las dos naciones en las cuales hubo revoluciones triunfantes, sus mandatarios desde el inicio (Fidel Castro) o años más tarde (Daniel Ortega) terminaron atornillándose en el poder con un claro liderazgo caudillista de rasgos mesiánicos.
Uruguay: José Mujica
El tercer exguerrillero que accedió a la presidencia en América Latina entre 2010 y 2015 fue José Mujica, exdirigente del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Tras la transición a la democracia y su salida de prisión —donde estuvo 15 años en celdas de aislamiento—, pasó a ser miembro de la dirección del Movimiento de Participación Popular (MPP), un componente del Frente Amplio que lo llevó al poder y que cobijaba a los principales partidos y corrientes políticas de la izquierda uruguaya.
El “presidente más pobre del mundo”, quien a sus 88 años sigue viviendo en su modesta casa de campo en las afueras de Montevideo en compañía de la también extupamara y exsenadora Lucía Topolansky, es, de lejos, el más admirable y respetado de los exguerrilleros que han accedido al poder en América Latina. Su humildad, su enorme sensibilidad humana, su pulcritud y su capacidad de construir consensos lo convierten en un “fuera de serie”.
Brasil: Dilma Rousseff
Un año después de Mujica, el 1 de enero de 2011, Dilma Rousseff se convirtió en la primera mujer en acceder a la presidencia de la República en Brasil. La “Juana de Arco de la subversión” —como la llamó un fiscal del Ejército durante su juicio en un tribunal militar— militó en el movimiento guerrillero Vanguarda Armada Revolucionaria-Palmares (VAR Palmares), que fue uno de los grupos que enfrentó al régimen militar instaurado en Brasil en 1964. Detenida en 1970, fue duramente torturada y permaneció detenida en condiciones infrahumanas durante tres años.
El balance de su gobierno es, sin duda, agridulce, pues sus importantes realizaciones —en 2013 la revista Forbes la ubicó, tras Ángela Merkel, como la segunda mujer más destacada del mundo— se vieron opacadas por su destitución a través de un impeachment por parte del Senado.
El Salvador: Salvador Sánchez Cerén
El maestro y después miembro de la dirección de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de las cinco organizaciones que conformaron el FMLN, accedió a la presidencia de la República en reemplazo del reconocido periodista Mauricio Funes, quien estuvo al frente del Poder Ejecutivo entre 2014 y 2019 a nombre del FMLN y quien terminaría residiendo en Nicaragua —en donde Daniel Ortega le concedió la nacionalidad— para escapar a la justicia de su país, que lo requería por actos de corrupción.
El balance de la gestión durante dos períodos del FMLN no fue muy alentador, pues su fracaso manifiesto en numerosos planos y, en particular, en el manejo del orden público interno le abrió el camino a Nayib Bukele, el líder autoritario más cool del mundo.
Colombia: Gustavo Petro
Y, finalmente, en Colombia hoy se halla al frente del Estado el exmilitante del Movimiento 19 de Abril, Gustavo Petro.
¿El balance de los exguerrilleros en el poder ha sido positivo o negativo?
La respuesta no es obvia, pues ha habido tanto experiencias muy positivas, como fue el caso de José Mujica en Uruguay, como desastres manifiestos como el de Daniel Ortega (en particular, el Ortega de los últimos años) en Nicaragua. Es decir, el balance es agridulce.
En todo caso, si descartamos los casos de Cuba con su sistema de partido único y de Nicaragua en años recientes mediante una “autocracia electoral”, es decir, un pluralismo ficticio construido sobre la base de beneficiar al partido de gobierno y reducir a la oposición, en el resto de las experiencias (Uruguay, Brasil y El Salvador) la democracia liberal se mantuvo firme al menos durante la vigencia de estos gobiernos —después vendrían los Bolsonaro y los Bukele— y, en el caso de Colombia, se trata de un proceso en curso, cuyo desenlace desconocemos.
El éxito o fracaso depende de diversos factores que exigirían una investigación muy rigurosa (por ejemplo, la fortaleza o la debilidad de las tradiciones democráticas que no eran similares, por ejemplo, en Uruguay y Nicaragua) pero, en esta ocasión, quisiera destacar el rol de la personalidad y el proyecto político que agencia el mandatario que accede al poder. No es igual la personalidad caudillista de un Daniel Ortega (y la prepotencia del triunfo revolucionario) a la personalidad mesurada de un José Mujica (y la humildad de la derrota).
Los exguerrilleros presidentes que se embarcaron en los cambios gradualistas y con altos niveles de consenso nacional fueron los más exitosos (Brasil, Uruguay). En cambio, los presidentes que se embarcaron en proyectos rupturistas terminaron teniendo escasos resultados a largo plazo (Cuba, Nicaragua).
¿Este complejo cuadro es un llamado al optimismo o al pesimismo? ¿Colombia se va a dirigir hacia una “autocracia electoral” como la Nicaragua de Daniel Ortega? ¿Después de un gobierno progresista se va a mover el péndulo político hacia la extrema derecha como ocurrió en El Salvador con Nayib Bukele y en Brasil con Jair Bolsonaro? ¿O, tras el gobierno de Petro, vendrá un mandatario moderado de centro, centroderecha o centroizquierda?
No podemos predecir el futuro. Pero, en todo caso, ojalá Petro se observe en el espejo. ¿A quién se quiere parecer: a Mujica o a Ortega?
*Texto publicado originalmente en Latinoamérica21