19 de abril 2024
En 2018, tuve la oportunidad de reencontrarme con viejos amigos, compañeros de la secundaria y gente con la que hacía ejercicio. Sentí que tuvimos la oportunidad de reencontrarnos por algo en común, que era la lucha cívica. Recogíamos comida para ir a dejar a los jóvenes que estaban atrincherados.
Pero cuando empezó la represión prácticamente me quedé sin amigos.
Mis relaciones personales son mi familia inmediata, dos amigas, un conocido y un exnovio con quien hablo de forma esporádica.
En el caso de mi familia, en 2018 decidimos dejar de hablar de política. Sobre todo, porque uno de mis hermanos, que trabajó hasta hace poco en una institución pública, era un radical defensor del Gobierno. A pesar de que lo despidieron hace poco, sin liquidación y aún no encuentra trabajo, no se atreve a criticarlos. En la acera contraria, uno de mis tíos era radicalmente opositor. Así que por salud mental decidimos no hablar de política.
Creo que eso les ha ocurrido a muchas personas. Lo percibo cuando viajo en taxi y escuchó al conductor criticar al Gobierno, si va alguien más o aunque vaya sola, nadie sigue esa conversación.
Yo fui periodista, pero hubo un tiempo en el que lo oculté. Cuando empecé a trabajar para una oenegé, me encargué de que las personas de mi barrio supieran que ya no hacía periodismo. En ese entonces había una familia que eran activistas de los Consejos del Poder Ciudadano (CPC) e invitaba a sus niños a las actividades recreativas que organizábamos en mi nuevo trabajo, con la intención de que supieran que estaba haciendo otra cosa y quitarme la etiqueta de periodista.