18 de abril 2024
Han transcurrido seis años desde el estallido social nicaragüense que clamaba por justicia, libertad y democracia, en abril de 2018, y tres intentos frustrados de solución pacífica a la crisis que persiste en Nicaragua.
La oposición organizada, conformada por distintos sectores sociales, ha intentado dialogar y negociar acuerdos con el régimen Ortega Murillo, y ha demandando elecciones libres como transición hacia la democracia.
En 2018 y 2019, la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) fue el interlocutor en dos intentos de diálogo con la dictadura, que se negó a cumplir los acuerdos adoptados o solo los cumplió parcialmente.
En 2021, de cara a las elecciones generales, la oposición se preparó para demandar y participar en unas elecciones libres, transparentes y vigiladas, pero el régimen encarceló a la mayoría de aspirantes presidenciales, a liderazgos cívicos, defensores de derechos humanos, exdiplomáticos y periodistas, para luego desterrarles y despojarles de su ciudadanía nicaragüense, a la vez que se atornilló más en el poder mediante la radicalización de su autoritarismo.
El doctor Ernesto Medina, académico, exrector de la Universidad Americana (UAM) y de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en León; la doctora Azahálea Solís, abogada constitucionalista; y Max Jerez, líder juvenil miembro de la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN) y excarcelado político, todos exintegrantes de la Alianza Cívica, siguen creyendo en una salida pacífica a través de los mecanismos del diálogo y elecciones libres.
En entrevista con el programa Esta Noche, Medina, Solís y Jerez reflexionaron acerca de las lecciones que dejaron los intentos anteriores, y cimentan su esperanza en que sigue viva la demanda ciudadana por la justicia y la democracia en Nicaragua. “La dictadura recuerda todos los años lo que sucedió en abril porque vive con el fantasma permanente de la rebelión cívica que casi les arrebata el poder, y que sigue latente para provocar un cambio”, afirma Jerez.
Lecciones del Diálogo Nacional
Max, vos representabas al movimiento estudiantil, que en mayo de 2018, estaba en las calles y atrincherado en las universidades. ¿Con qué expectativas llegaron a la primera sesión del diálogo y qué lecciones rescatarías de esos días?
Max Jerez: Uno de los principales planteamientos fue llevar las demandas de la calle, de las universidades, de la gente que estaba protestando en la calle a la mesa de diálogo.
Tuvimos la oportunidad de ver a Daniel Ortega y a Rosario Murillo, cara a cara, y decirle todo lo que la gente estaba pidiendo en las calles. Y eso fue un momento culmen en la historia de la Rebelión Cívica de Abril, pero, además, de la historia de Nicaragua: tener la oportunidad de decirle en la cara al dictador que tenía que parar la represión, que tenía que irse y que el pueblo de Nicaragua estaba cansado de los abusos y arbitrariedades.
Hay quienes sugieren que esa intervención del movimiento estudiantil, sobre esas demandas y las de los diferentes sectores, el mensaje de Lesther Alemán a Daniel Ortega y un diálogo televisado fueron un grave error político. ¿Acaso el régimen habría cambiado su respuesta o su voluntad frente a la demanda nacional de cambio?
Azahálea Solís: La Conferencia Episcopal tuvo la sabiduría de crear la interlocución frente al Gobierno en un Estado en donde no existía interlocución. Es una cuestión que es importante (de reconocer) antes de criticar cualquier cosa que pasó en mayo (de 2018).
Una vez que nos sentamos toditos los sectores, decidimos que lo que íbamos a llevar a la mesa de diálogo era lo que decía la calle, que era justicia y democracia. La otra cosa es que decidimos que el diálogo iba a ser político, no iba a ser sectorial, porque mirábamos la trampa de la dictadura de colocarnos a diferentes para que nos peleáramos entre nosotros.
Que haya sido televisado o no... seguramente en la ortodoxia de un diálogo (que haya sido televisado) no cumple con los elementos. Sin embargo, recordemos que estábamos en un país donde no había interlocutores, porque estaba destrozado el sistema político. El elemento credibilidad de la mesa de diálogo era fundamental y ese día nos ganamos la credibilidad frente a la ciudadanía, que estaba expectante, con mucha frustración, con mucho dolor.
Sabemos el desenlace de ese primer intento de diálogo nacional, pero, en marzo de 2019, Ortega aceptó nuevamente una negociación a petición del gran capital. Suscribió dos acuerdos que nunca cumplió sobre la restitución de las libertades públicas. El Vaticano y la Organización de Estados Americanos(OEA) fueron testigos, pero no fueron garantes del cumplimiento de esos acuerdos, ¿por qué aceptaron sentarse de nuevo en la mesa con quienes habían aplastado meses atrás la protesta ciudadana? ¿Había alguna señal de cambio? ¿Qué expectativas tenían?
Ernesto Medina: La decisión de volver a sentarnos (fue porque) estábamos convencidos de que la salida tenía que ser a través de una negociación, de un diálogo, y la situación del país era sumamente grave.
Nosotros pensábamos que la presencia del señor (Luis) Rosadilla, representando al secretario general de la OEA, Luis Almagro; y del Nuncio Apostólico (monseñor Waldemar Sommertag), era garantía. Sobre la marcha nos dimos cuenta de que ellos no tenían la capacidad de actuar como garantes.
Existe un documento firmado por las dos delegaciones (la de la Alianza Cívica y la del Gobierno) y cuando uno lo lee, ahí estaba la solución a la crisis de Nicaragua. Sin embargo, el régimen nunca hizo ni la menor señal de querer cumplir con eso y no teníamos quien lo garantizara. Es de las lecciones más importantes sobre por qué los temas técnicos en los diálogos son importantes.
La agenda que "mató" el diálogo
En el primer diálogo, los diferentes sectores presentaron esa agenda de cambio, que era la agenda de la calle, como ya decían ustedes. Lo hizo también la Conferencia Episcopal, pero luego fue tildada por el régimen de golpista. ¿Esa agenda correspondía a la realidad política del momento?
Azahálea Solís: Absolutamente. La ruta de la democratización, que se presentó el 18 de mayo en la primera sesión del diálogo que no fue televisada, se venía construyendo desde diez años antes. Era una ruta jurídica basada en los derechos fundamentales, en la Constitución, en el derecho a la participación. El Gobierno la tildó de golpista porque no quiere cambiar su estado de corrupción, de impunidad, de abuso, producto de fraudes electorales.
Ernesto Medina: Esa agenda se elaboró a raíz de una petición que hicieron los obispos. Sobre la mesa donde se sentaban los dialogantes, había un papel que habían puesto los obispos que decía: “Mecanismos constitucionales para resolver la crisis”.
No sabemos si el Gobierno presentó algo al final de la sesión de ese día. Nosotros le entregamos a los obispos lo que habíamos estado trabajando. El canciller (Dennis) Moncada se levantó y dijo: “Esta es la receta para un golpe de Estado”. (En realidad eran) mecanismos para democratizar el país, (pero era) inaceptable totalmente para el Gobierno y no había voluntad para ponernos a discutir (sobre eso).
No sé si se pudo evitar (el fin de la mesa de diálogo), si los obispos quizá han mediado con nosotros un poco para decir: “Miren, muchachos, bájenle un poco a esto para facilitar un diálogo”. La verdad es que ellos respetaron lo nuestro, que era lo que la calle estaba pidiendo.
Las protestas de abril fueron, evidentemente, espontáneas. La gente salió a las calles por su indignación ante la represión y los asesinatos en abril. Esa demanda de la calle, esa agenda de cambio de la calle, ¿cómo la canalizaron? ¿había esfuerzos articulados y comunicación entre la mesa de negociación y la calle?
Max Jerez: Nosotros éramos parte de los movimientos de calle antes de ser convocados al diálogo nacional y, por tanto, conocíamos la esencia de lo que estaba ocurriendo. Había una conexión entre las demandas y lo que estaba pasando en la calle, lo que estaba pidiendo la gente, que era un cambio, la renuncia de Daniel Ortega, la renuncia de Rosario Murillo, la sustitución del modelo autoritario que se estaba viviendo.
Si nosotros no hubiéramos logrado comprender esas demandas, hubiera sido un resultado catastrófico llegar a la mesa de negociación con demandas desconectadas de las necesidades de la gente o de las expectativas que tenía de nosotros. Cuando la gente nos vio, lo que vieron fue a personas como ellos, a ciudadanos de los diferentes sectores sociales, de los estudiantes, los campesinos, la sociedad civil, los académicos. Fue un momento de extrema conexión.
¿Hay algo que ustedes cambiarían o que creen que pudo hacerse mejor durante esos días de intento de salida a través del diálogo nacional, la agenda y la presión en las calles?
Azahálea Solís: Uno no puede ser profeta del pasado. Sí nos corresponde estudiar lo que pasó en el 2018, en el diálogo del 2019, y no latigarnos. Se hizo lo que en ese momento era posible hacer. Recordemos que era un Estado fallido, destruido, sin institucionalidad, sin interlocutores.
Y era una sociedad que no creía en la política, y, sin embargo, ese primer día del diálogo, la gente salió moralizada y creyendo en la política y en el diálogo. Y en todos los meses siguientes la ciudadanía nicaragüense seguía con muchísimo interés las reuniones del Consejo Permanente de la OEA, porque quería una respuesta negociada y hasta hoy la gente no cree, en su mayoría, en una salida armada.
Por supuesto, hay cosas que cambiar. Seguramente yo, en particular, estuve muy exaltada en ese momento, pero creo que hubo esa conexión, que era fundamental, con la ciudadanía nicaragüense. En aspectos de contenido, yo no creo que haya qué cambiar. Seguramente la forma sería distinta, pero, repito, no quiero ser profeta del pasado.
Max Jerez: Se hizo lo que se pudo en un momento de excepción. En Nicaragua nunca se decretó un Estado de emergencia, pero lo que había era un Estado de excepción, había una conmoción social, se tenían que tomar decisiones en caliente. Pusimos todo el empeño para que en ese momento se buscara la mejor solución, pero, sobre todo, la demanda principal era cesar la represión, porque en ese momento lo que había en la calle sí era un movimiento de protesta, pero también había una masacre ocurriendo en simultáneo.
Necesidad de cambio "sigue latente"
En 2021 hubo un tercer intento cívico y pacífico para salir de la dictadura a través de elecciones, pero el régimen las anuló, encarceló y exilió a todo el liderazgo opositor. Si no es por el diálogo y las elecciones, entonces, ¿cómo se puede salir de la crisis nacional que se agudiza cada vez más?
Ernesto Medina: Si creemos que la salida es democrática, pacífica, entonces, (debe ser) algún tipo de negociación o diálogo político y al final yo veo unas elecciones. Lo hemos vivido ya en la historia de Nicaragua, las elecciones donde salió electa doña Violeta (Barrios de Chamorro) fue para ponerle fin a una guerra terrible, sangrienta.
Tiene que haber una fuerza política organizada, unida, cohesionada, para enfrentar a un régimen que sabemos que no quiere salir por las buenas del poder.
Además de los desafíos de la oposición en el exilio para organizarse y para hacer contrapeso al régimen ante el Estado policial, ¿se puede dialogar una vez más con Ortega y Murillo, o la salida pasa por un acuerdo nacional sin Ortega y Murillo y la cúpula gobernante?
Azahálea Solís: Dialogar con Ortega y Murillo no está en este momento en el horizonte. En el caso de Ortega, está claro que él no quiere dialogar con la ciudadanía nicaragüense. Yo ubico en este momento dos tipos de diálogo: entre la ciudadanía nicaragüense y, dos, el diálogo de la ciudadanía nicaragüense con actores políticos internacionales.
De alguna manera, el diálogo entre la ciudadanía se ha hecho, pero creo que tiene que ser algo mucho más sistemático y mucho más profundo sobre cuáles son las prioridades.
Max Jerez: Hay que ver las cosas con optimismo y con esperanza hacia el futuro. A seis años de la rebelión cívica, Ortega y Murillo y la dictadura sandinista no han logrado recuperar la confianza de la población nicaragüense. Ellos están plenamente conscientes de que no tienen el respaldo popular. Siguen esperando una reacción del pueblo nicaragüense, una reacción contraria hacia ellos.
A seis años de una rebelión que ellos afirman haber aniquilado, siguen tomando medidas de contención. La dictadura recuerda todos los años lo que sucedió en abril, porque vive con el fantasma permanente de la rebelión cívica que casi les arrebata el poder y que sigue latente para provocar un cambio hacia la democracia, hacia la libertad de todos los nicaragüenses.