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La reelección presidencial en Nicaragua

La primera fuente de la corrupción gubernamental es la reelección, de donde fluyen todas las demás formas de corrupción hacia la sociedad

Foto: EFE | Archivo | Confidencial

Onofre Guevara López

2 de abril 2024

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La reelección presidencial continua ha sido y será siempre la primera evidencia de que el gobernante que la promueve no tiene respeto para nada ni para nadie, máxime cuando pasa por sobre la prohibición constitucional. Para que tal aberración mine la democracia de un país, no valen los altos ni los bajos estándares de su desarrollo, porque toda reelección –sin importar pretextos, época, lugar ni ideología—, expresa algo más que la ambición personal, pues suma egoísmo, vanidad y narcicismo político.

Como si eso fuera poco, la reelección es irrespeto al derecho de los demás, menosprecio a los méritos de sus compañeros de partido, y un modo especial de practicar el mal hábito de apropiarse de lo ajeno, porque si, constitucionalmente, el presidente es el jefe el Ejecutivo del Estado, con la reelección lo trata como si fuera de su propiedad.  

El Estado es un instrumento de dominación en manos de las clases poseedoras de los mayores bienes materiales del país. Quien ejerce la presidencia, generalmente, pertenece a esta clase social, pero también puede serlo un político cualquier político a su servicio. Ambos son custodios del gran capital. Cuando el presidente es un gran capitalista, se enriquece más; si no es gran capitalista, termina siéndolo cuando es un deshonesto y, en este caso, ya sin barreras políticas ni éticas, también deviene en dictador.  

La primera fuente de la corrupción gubernamental es la reelección, de donde fluyen todas las demás formas de corrupción hacia la sociedad. Podemos comprobarlo, consultando las páginas de la historia que registran las reelecciones y sus consecuencias.

II


Tomás Martínez (1857-1867), segundo presidente de Nicaragua después de Patricio Rivas –el título de los anteriores era Jefe del Estado— se reeligió pasado el intervalo de la guerra nacional contra los filibusteros de William Walker. Luego, los oligarcas conservadores pasaron treinta años turnándose en el gobierno entre su parentela política. Esta repartición en paz, les permitió llamarla democracia, aunque el derecho de votar era solo para quienes tenían propiedades; quienes no tenían algo que valiera más de cien pesos, no asistían a la fiesta cívica. Y quienes no tenían ni en dónde caerse muertos, apenas se enteraban de que por no saber leer no los dejaban votar… y que no les enseñaban a leer para que no pudieran votar.

El Siglo XIX cerró con las reformas liberales de José Santos Zelaya (1893). Antes, muchos derechos estuvieron en plena oscurana para los de a pie, incluso para muchos de a caballo. Por ejemplo: no podían enterrarse en un cementerio si no profesaba la religión de su propietaria, la Iglesia católica; el Estado (entonces en estado larvado) no tenía derecho de unir a los ciudadanos en matrimonio, porque eso era facultad de la iglesia.

Roberto Sacasa (1889-1893) fue el último presidente de los 30 años conservadores que quiso reelegirse, pero Zelaya –apoyado por conservadores— lo mandó a su casa. Las reformas liberales no fueron poca cosa, pero el flamante reformador, se pagó el servicio a la patria con tres reelecciones.

En 1909, los conservadores se alzaron en armas, y cuando no pudieron con ellas, temerosos le guiñaron el ojo a Washington, que les correspondió con la intervención armada, poniendo al frente con máscara de presidente al contable de una mina de estadounidenses, de la cual era socio Philander C. Knox, secretario de Estado, quien primero había enviado una notificación imperial a Zelaya para que entregara la valija. Después, los oligarcas se peleaban por llegar primero a la Casa Blanca a pedir la máscara presidencial, previo compromiso de serle fiel a sus deseos.

III

La presencia militar estadounidense fue un Long Play que le amenizó la fiesta en dos etapas: de 1912 a 1925; levantaron la aguja durante pocos días, y la bajaron en 1926 después de que Emiliano Chamorro, sin su permiso, le diera golpe de Estado al gobierno de coalición Solórzano-Sacasa, también elegido sin su permiso, cuando derrotaron la reelección de Chamorro en 1921. A Chamorro, lo habían ungido presidente en 1917, y después de su golpe reeligieron a Díaz para el período 1926-1928.

Los marines siguieron danzando sobre el territorio nacional por seis años más. Los liberales se alzaron en armas, y en 1927, cuando ya tenían groguis a los conservadores, EE. UU. le cambió las armas al “general” José María Moncada por la presidencia (1929-1932); después se la dieron a Juan Bautista Sacasa, 1933-1936) por haberse dejado “traicionar” por Moncada. Solo para Augusto Calderón Sandino, no tuvieron valor las diez monedas de a dólar por las que Moncada vendió cada rifle, y se fue a Las Segovias a defender la dignidad del país y a demostrar durante 1927 a 1933, que los dioses plateados también morían.

Los interventores hicieron mutis en 1933, pero se lo cobraron a Sandino con su vida. Ya habían dejado escrito el libreto de otro drama, con un actor recién contratado, Anastasio Somoza García. Su primera actuación fue matar a Sandino y la segunda derrocar a Sacasa. Somoza gobernó “solo” 20 años (1936-1956) con dos golpes de Estado, cuatro títeres y dos reelecciones. En la fiesta celebratoria de su tercera reelección, Rigoberto López Pérez, se la aguó disparando su pistola contra Somoza, al ritmo del mambo que este había bailado la última vez en su vida.

IV

Somoza García ya había puesto en escena la doble tanda dinástica del drama, el que estuvo presentándose 23 años más, hasta 1979, cuando el tercer actor Somoza, buscaba su segunda reelección a sangre y fuego. Demasiada sangre ha corrido, como para olvidarlo. Y mal estaría intentar mentirles a las nuevas generaciones, diciéndoles que el mutis definitivo de la dinastía somocista significó el cierre del drama, porque se inició un nuevo capítulo con otro libreto y otros actores.

De nuevo, el escenario nacional fue utilizado por el mismo productor extranjero para montar su vieja obra bélica, contratando actores y extras nacionales, dándoles armas no de utilería, sino de verdad para dispararlas contra el teatro dirigido por los nueve primeros actores, entre ellos Daniel Ortega, a quien hicieron Coordinador de la Junta de Gobierno y presidente después (1985). En su primer intento de reelección en 1990, fue sacado de escena. No hubo sangre en ese momento, porque antes había corrido más de lo humanamente resistido por el público.

Se abrió una nueva temporada. Duró 16 años, pero no con una obra completa, sino con un entremés democrático, con el estrellato de doña Violeta. No hubo reelección, pero el nuevo primer actor de 1996 al 2001, Arnoldo Alemán, tenía las uñas tan largas, que pareció se iba a llevar hasta el telón del Teatro Nacional, no el Rubén Darío, aunque si se hubiese reelegido, hubiera corrido el peligro de irse en el saco de Arnoldo.

De nada sirvió que el nuevo primer actor, Enrique Bolaños, lo echara preso. Daniel, quien mantenía influenciados a los jefes de los guardias cuidadores de los espectáculos públicos, se aprovechó de la situación de Arnoldo. Antes, cuando este era el alcalde de Managua, Daniel había metido miedo y candela en calles y plazas. Ya preso, jugó con él, sacándolo y metiéndolo de la cárcel hasta que lo ablandó, y le propuso un pacto político.

Arnoldo firmó, logró su libertad definitiva a cambio de que sus secuaces en el parlamento reformaran la Constitución Política, para permitirle reelegirse a Daniel y ganara la reelección, 16 después de haber sido presidente, con el enano porcentaje de menos de un tercio de los votos.   

IV

Para qué quería más. Daniel arrasó primero con la prohibición constitucional de la reelección y se olvidó de la Constitución con todos los derechos humanos y democráticos que prescribe. No la declara “ilícita, ilegal e inexistente”, porque necesita del artículo 144: “El Poder Ejecutivo lo ejerce el Presidente de la República, quien es Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Jefe Supremo del Ejército de Nicaragua.”

Pero, de facto, él ejerce los cuatro Poderes del Estado, a los cuales los hace operar con funcionarios –que más parecen privados que públicos. Más cariño siente hacia los miembros del Consejo Supremo Electoral, porque, disciplinados, aprendieron los que les enseñó: no contar los votos cuando amenazaran su reelección.

Así, el CSE lo ha subido al podio presidencial en cuatro oportunidades (2007, 2011, 2016, 2021). Solo le gana Michael Phelps, quien subió al podio en cinco Juegos Olímpicos. Para empatar con Phelps, Daniel tiene su quinta reelección con puntos suspensivos…

Quién sabe si esto es un récord mundial de todos los tiempos en materia de reelecciones. Lo que sí parece ser un récord mundial, es lo que hizo en la última de sus reelecciones… ¡“ganarla” echando presos a todos los precandidatos! La cuota de sangre de esta reelección, había sido abonada por adelantado en 2018.

Al margen de estas cuartillas

*América Latina sufre el mal de la reelección, en Bolivia, Evo Morales, pretende reelegirse después de haberse reelegido varias veces…

*A Evo no le bastan sus reelecciones; con la última creó una crisis sangrienta (2019), haciendo peligrar a la República Pluriétnica, un ejemplo mundial…

*El presidente José Arce, quien enderezó la nave boliviana, se opone a la reelección de Evo, por lo cual Evo lo expulsó de su Partido…

*Mala señal dio el Movimiento Al Socialismo; el expulsado debió de ser Evo, quien con su ambición ya hizo suficientes méritos…

*Venezuela está enferma del mismo mal; Nicolás Maduro está poniendo ridículos pretextos para reelegirse sin competidor, por sus pistolas…

*Tiene miedo a dos mujeres, ya ha inhabilitado a dos Corinas; alegando que son candidatas del imperialismo…

*Entonces, siendo él antiimperialista… ¿por qué renuncia a derrotar al imperialismo a través de sus candidatas en las elecciones?

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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