28 de marzo 2024
Dijo el reconocido filósofo, Platón, una frase que resuena en la mente de los profesionales de la salud aún en la actualidad, y de cierta forma es una proclama que a quienes dedicamos nuestros esfuerzos a la salud, nos recuerda la nobleza y entrega con la que debemos desarrollar nuestra labor, dicha frase reza: “Donde quiera que se ama el arte de la medicina, se ama también a la humanidad”.
Mucha certeza tuvo Platón en sus palabras, pues la ciencia y arte de sanar al prójimo es un acto de amor a la vida misma, pero para que este se manifieste, se necesita precisamente algo fundamental, tener humanidad, y no solo en el sentido de la naturaleza misma del ser, sino desde el punto de vista del sentir, esos elementos que nos permiten manifestar la compasión, la solidaridad y la empatía; en carencia de esto, no se puede amar la medicina, por ende, no hay amor a la humanidad misma.
Es comprensible entonces, y sin precisamente encuadrar esta reflexión en un romanticismo de la profesión, que quienes damos el paso al servicio médico aceptemos dedicar una gran parte de nuestra vida a la formación, lo cual no es un secreto para nadie, coronar el titulo de médico requiere en la mayoría de los países del mundo de seis años de estudios. En países como Nicaragua se le añaden otros dos años de servicio social y, posteriormente, entre tres y cinco años de especialización; quiere decir que un especialista de la medicina requiere cuando menos diez años de formación, y pueden ser más en dependencia del perfil. Una buena parte de la juventud se va entre la universidad y los hospitales, esto sin mencionar todo el proceso de formación continua que se deben estar desarrollando constantemente por los nuevos avances y problemas de salud.
Es justo decir, entonces, que después de tantos años, es un derecho ganado el poder tener la libertad para decidir la forma y el lugar en que cada doctor y doctora quiere ejercer su carrera, tomando en cuenta, además, que todos los años de formación no son bien remunerados o siquiera conforme con la carga de trabajo que se asigna a los médicos residentes de cada especialidad, pues tampoco es un secreto que el gremio de la salud es laboralmente explotados y maltratados en Nicaragua.
No obstante, ya esto no será así, pues el Gobierno sandinista que lidera Ortega y su pareja, ha dado un paso más en su política de represión de todos los sectores sociales y profesionales, al imponer que los nuevos médicos que deseen realizar una especialidad, deberán firmar un contrato que les obliga a servir en el sistema público hasta por diez años para poder ser libres con sus certificaciones de especialista, y quienes no deseen hacer esto, que sin duda será la mayoría, deberán pagar más de USD 61 700, una cifra impagable para la economía de los nicaragüenses.
Es inaudito que quienes han dado un paso al frente para proteger desde la salud a la población, en lugar de recibir incentivos y agradecimientos por su labor, son prácticamente atados al Ministerio de Salud que los convertirá en fichas de un tablero a las que el Gobierno puede mover hacia cualquier lugar, en cualquier momento y por el tiempo que le dé la gana, invisibilizando así los deseos y necesidades de cada médico. Esto puede compararse a los tiempos de la esclavitud, cuando las opciones eran trabajo obligatorio o comprar la libertad; a las nuevas generaciones de médicos nicaragüenses, el régimen sandinista les está poniendo grilletes por diez años o la opción nefasta de “comprar su libertad”. Una vez más, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), demuestra lo poco o nada que le importa la dignidad humana.
Con estas acciones que vulneran los derechos de los médicos, se está quebrantando los sueños de estos profesionales de la salud, porque en realidad, para muchos el sueño de la medicina se alcanza cuando se cumple con la especialidad, pero, además, se está sacando provecho de la necesidad de cada una de estas personas, pues en un país como Nicaragua, ser especialista también es un asunto de necesidad para poder tener un salario más digno, pues el pago por ser médico general deja mucho que desear.
El sector salud en Nicaragua, suma con esto una falta más por parte del Estado en contra del gremio, recordemos que los ataques no son nuevos para la medicina en el país; solo en el contexto de la crisis sociopolítica que este abril próximo cumple seis años, es posible mencionar transgresiones graves como las expulsiones universitarias contra decenas de estudiantes de medicina opositores al Gobierno, —casos que conozco bien porque además soy uno de ellos—; los despidos de médicos de todas las especialidades por haber apoyado a la población herida en el contexto de las manifestaciones de 2018 y los posteriormente expulsados de sus puestos de trabajo por haber hablado sobre la realidad de la pandemia de covid-19, que Ortega pretendió esconder; y los despidos de académicos de la medicina en las universidades.
Todo esto comprobable más allá de mis palabras, basta con revisar los datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para encontrar cifras alarmantes, por ejemplo, en el último boletín informativo publicado por el Mecanismo de Seguimiento Especial para Nicaragua (MESENI), correspondiente al periodo entre agosto y noviembre de 2023, se proyectan más de 400 despidos de profesionales de la salud. A esto le podemos sumar la cantidad de médicos que se vieron obligados a abandonar el país por persecuciones políticas o desterrados directamente.
Pudiéramos preguntarnos que es lo que pretende el régimen con estas acciones, pero en realidad ya lo sabemos: control total de las instituciones, las profesiones e incluso de las personas. Sabe que el gremio médico es muy importante y debe controlarlo y manipularlo para evitar cualquier insurrección, recordemos que después de abril de 2018, el Gobierno de Ortega quedó traumado, o más de lo que ya estaba. Sabe que los médicos que quieran ser especialistas deberán callar y obedecer para evitar que les quiten su especialidad. Además, la fracasada administración del país está fallando cada vez más, muchas personas migran huyendo del caos que el sandinismo ha creado, a la pareja de dictadores la mejor idea que se les pudo ocurrir es encadenar a los médicos con el nefasto contrato que les obliga a quedarse para no perder su residencia médica.
Decir que esto es preocupante no es suficiente, es más que alarmante, y muestra clara del progresivo deterioro de la libertad en Nicaragua, los pasos hacia una cubanización son más que evidentes, las universidades, organizaciones civiles, las iglesias y ahora el sector médico, están siendo consumidos y transformados en arcilla que se moldea al estilo que al sandinismo le conviene, y por la propia experiencia histórica de nuestro país, está claro que lo que a los rojinegros les conviene a la sociedad le perjudica gravemente.
No todas las personas logran comprender la labor médica más allá de una visión científica y profesional; y es evidente que el régimen autoritario que gobierna a Nicaragua no lo comprende del todo. El sandinismo, carentes a todas luces del sentido de humanidad, ha cometido entre varios de sus crímenes crueles, el acto de apuntar sus armas, tanto en sentido físico como figurado, contra el gremio de la salud. Acá nos queda preguntarnos ¿Qué pasará ahora?, ¿les funcionará esta estrategia?, tristemente no podemos descartar que vaya a serles útil, pero tampoco se puede negar que son actos contraproducentes, estas medidas que ahogan al sector médico, no le convienen ni a los médicos sandinistas, el régimen suma represión, pero esta produce la resistencia de la población que cada vez más anhela a Ortega y Murillo fuera del poder político de nuestro país.
Finalmente, no omito recordar que esto no afecta solo al profesional de la salud, sino al pueblo nicaragüense, porque habrá menos médicos dispuestos a ponerse la soga al cuello que representa ese contrato y harán lo posible por salir del país a estudiar fuera y quizá a quedarse en el extranjero, donde si se valore y respete su labor, o simplemente optarán por quedarse como médicos generales en Nicaragua. La ecuación es simple, a menos talento humano altamente calificado en los hospitales, menor calidad en la atención médica. Dicho esto, la resistencia contra estas acciones no debe ser solo un asunto de los profesionales de la salud, sino de toda la sociedad y el apoyo de la comunidad internacional. Ojalá pudiera en esta reflexión decir el cuando y como, pero lamentablemente y al igual que muchos de quienes lean esto, —no lo sé—.