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Cuba: crisis, reformas y escenarios de futuro

¿Por qué Cuba se aferró a un modelo fracasado, negándose, por ejemplo, a seguir el camino probado por China y Vietnam que dio buenos resultados?

Vista de unos 'stands' expositivos en una feria informática en La Habana, Cuba. Foto: EFE/Ernesto Mastrascusa

Manuel Iglesia-Caruncho

23 de marzo 2024

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La economía cubana no levanta cabeza. Después del estancamiento sufrido durante la década 2009-2018, el PIB se ha contraído en el último quinquenio, en promedio, alrededor de un 3% anual. La inflación está desbocada: entre el 30 y el 40% según cifras oficiales, pero con seguridad supera los tres dígitos. Los alimentos obtenidos a través de la libreta, con suerte, cubren las necesidades de consumo de diez días, pero los salarios en el sector público y las pensiones se han quedado muy por debajo de lo que cuestan los bienes indispensables no incluidos en la libreta. Por dar otra pincelada, la producción de azúcar, que en los años 80 llegaba a los ocho millones de toneladas al año, está ahora en torno al medio millón. La situación recuerda al Período Especial cuando, por el desplome de la URSS, el PIB cubano cayó más de un 35%. Nada de extraño pues que más de un tercio de la población viva en pobreza y que la emigración se haya disparado: 400 000 cubanos llegaron a EE. UU entre 2022 y 2023.

Las causas de esta situación están, por un lado, en la tormenta perfecta que sufrió la nación caribeña entre el endurecimiento del embargo decidido por Trump, la epidemia de la covid-19, sus efectos en los ingresos por turismo y el fin de la relación privilegiada que Cuba tenía con Venezuela debido a la crisis sufrida por este país. La falta de divisas ha reducido la capacidad de importar tanto bienes de consumo como insumos necesarios para la producción, generándose así una dramática situación.

En particular, Trump dejó una herencia devastadora al restringir las remesas que podían enviarse a Cuba, prohibir los cruceros, reducir drásticamente el número de vuelos entre los dos países y activar una ley (la Helms-Burton) con efectos extraterritoriales, pues penaliza a las empresas de terceros países que invierten en Cuba si esas inversiones guardan relación con propiedades confiscadas a norteamericanos. Por si fuera poco, Trump incluyó a Cuba en la lista de países “patrocinadores del terrorismo”. Biden, si bien levantó las restricciones al envío de remesas y permitió más vuelos, no ha querido revertir esa herencia por completo y previsiblemente no lo hará hasta después de las elecciones presidenciales, para no perder votos en Florida.

Junto a estos factores, no es posible ocultar que el modelo económico cubano no ha funcionado. Un modelo que, en 1963, con la segunda Ley de Reforma Agraria, eliminó las propiedades agrícolas superiores a las cinco caballerías —unas 67 hectáreas—, en menoscabo de la suficiencia alimentaria que mostraba el país por la mayor productividad de las explotaciones de tamaño mediano —Cuba depende ahora fuertemente de las importaciones de alimentos—; y un modelo por el que, en 1968, se optó por nacionalizar todo el sector privado industrial y de servicios (58 012 pequeños establecimientos) durante la “Gran Ofensiva Revolucionaria”.


Hasta la caída del Muro de Berlín, abrazar tal modelo no carecía de sentido: cuando Castro proclamó el “carácter socialista” de la revolución en abril de 1961, poco después de la invasión de Bahía de Cochinos, la URSS ya se había ofrecido a comprar el azúcar cubano a buenos precios y a suplir el petróleo que la isla requiriese. El choque con EE. UU. y el apoyo de la URSS “justificó” la nacionalización y centralización de la economía y sirvió también, hay que decirlo, para ocultar el fracaso económico posterior.

Ahora bien, cuando el Muro de Berlín cayó y el mundo cambió drásticamente, ¿por qué se optó por mantener el mismo modelo? Pues, si bien, durante el Período Especial que vivió la isla con el fin de la URSS, Castro consintió algunas medidas liberalizadoras, lo hizo siempre a regañadientes. Los altos cargos que defendieron la apertura más de la cuenta —Aldana, Lage, Robaina, Pérez Roque…—, terminaron defenestrados. Fidel las revertiría en cuanto fuese posible, y la ocasión se presentó cuando Hugo Chávez ganó las elecciones venezolanas de 1999; de nuevo, Cuba obtuvo petróleo a precios subvencionados y generosos créditos, y las reformas quedaron congeladas.

El retiro de Fidel en 2008 y el ascenso de su hermano Raúl, supusieron otra oportunidad para retomar los cambios, sobre todo cuando Obama llegó a la presidencia de EE. UU.: se abrieron embajadas, el turismo norteamericano se multiplicó, se eliminaron las restricciones al envío de remesas y, en Cuba, se abrieron nuevos hostales y paladares, se permitió un incipiente mercado inmobiliario, se aprobaron más trabajos por cuenta propia... No eran cambios menores, aunque sí insuficientes para lograr un vigoroso crecimiento económico.

Cuando llegó Trump, la crisis venezolana puso fin al petróleo barato y, por si fuera poco, apareció Bolsonaro, quien suprimió las contrataciones de personal médico cubano por el que Brasil pagaba buenas divisas, Cuba paralizó esa segunda oleada de reformas. Faltó, en aquel momento, un Deng Xiao Ping, un “pequeño timonel” que culminase los cambios que la economía de la isla demandaba. Raúl Castro no quiso, no supo o no tuvo el valor de imponerse a otros dirigentes.

Y la misma pregunta martillea de nuevo: ¿por qué Cuba se aferró a un modelo fracasado, negándose, por ejemplo, a seguir el camino probado por China y Vietnam que tan buenos resultados reportaba?; y esta otra: ¿quiénes son esos poderes, en cuya cúspide se hallaba Fidel, que se oponían sistemáticamente a los cambios? La respuesta es simple: los cuadros de la burocracia del PCC, temerosos de perder el control político, y los mandos de las Fuerzas Armadas, que perderían poder económico, pues, desde el conglomerado empresarial GAESA (Grupo de Administración Empresarial S.A.), controlan los sectores económicos más productivos del país: turismo, finanzas y telecomunicaciones.

Carmelo Mesa Lago, ese gran estudioso de la realidad cubana, ha comparado los modelos cubano, chino y vietnamita y sus conclusiones ofrecen pocas dudas: los dos países asiáticos, a pesar de que partían de una situación bastante peor, superaron por mucho a Cuba tanto en su desempeño económico (en el período 2009-2020, la tasa promedio anual del PIB de China creció casi ocho veces más que la de Cuba, y la de Vietnam cinco veces), como en el social (en 2021, la tasa de mortalidad materna por cien mil nacidos vivos era 17.8 en China, 46 en Vietnam y 176.6 en Cuba). Mesa Lago encuentra que, en el modelo cubano, el plan central y las grandes empresas estatales dominan sobre el mercado y la propiedad privada, mientras que, en el socialismo de mercado chino-vietnamita, las pequeñas, medianas y algunas grandes empresas privadas, y el mercado, son lo que predomina. En 2019, la participación del sector estatal en el PIB de Vietnam era el 27%, en China el 31% y en Cuba el 91%.

Cierto que el Gobierno de Díaz-Canel ha emprendido una tercera oleada de reformas y que, desde hace tres años, se autorizan en Cuba micro, pequeñas y medianas empresas privadas (mipymes), lo que supone un cambio fundamental; pero, de momento, sufren no pocas limitaciones y carecen de acceso al crédito o a asistencia técnica. Se consienten, pero no están bien vistas. En todo caso, su peso todavía es reducido en comparación con el sector estatal y el cuentapropista.

Así que, el proceso de reformas emprendido hace tres décadas no ha dado aún los resultados apetecidos, lo que no tiene nada de extraño por las incertidumbres que provocan sus avances y retrocesos y las escasas garantías de continuidad. En fin, para completar el cuadro, la reestructuración monetaria emprendida por el actual Gobierno ha resultado fallida tanto por el mal momento elegido —de crisis y escasez de divisas— como por no contar con respaldo alguno de las instituciones financieras internacionales.

En esta situación, ¿qué escenarios de futuro cabe aventurar?

El primero es el de un nuevo cerrojazo a las reformas. El Gobierno se enrocaría y respondería con la represión a las demandas de la sociedad por mejoras sociales y más libertad. Las elevadas condenas con las que se ha sentenciado a centenares de jóvenes que se manifestaron pacíficamente en julio de 2022 en contra del desabastecimiento y la falta de libertad recuerdan que la posibilidad de aferrarse al poder al coste que sea, entra dentro lo posible.

El segundo sería una salida “a la rusa”, un modelo oligopólico con fuertes lazos entre empresas privatizadas y poder político, corrupción y libertades limitadas. Permitiría a la dirigencia del PCC y a los altos mandos de las FARC mantener su poder, político y económico, sin apenas concesiones. A tener en cuenta: hace poco se anunció la creación de un “Centro de Transformación Económica” en Cuba asesorado por expertos rusos.

El tercero sería una salida “a la chino-vietnamita”. El PCC mantendría el control político, pero el régimen abriría la economía más decididamente al sector privado. Ello requiere de un líder capaz de imponer los cambios necesarios en un sentido liberalizador y aperturista y de lanzar una estrategia de desarrollo que ilusione y mejore el nivel de vida de la población.

El último sería una salida a “la Europa del Este”, la que siguieron los países que en su día formaron parte de la URSS y que, con su colapso, optaron por un sistema de mercado. Este escenario, el preferido por EE. UU. significaría una “ruptura” con el régimen actual que podría producirse si se dieran grandes movilizaciones populares —poco probables, por la eficacia de la represión— y si Gobierno y oposición sellasen un pacto que ofreciera una salida digna al primero.

Cabe aventurar que si Trump gana las elecciones y aumenta el acoso, propiciaría alguno de los dos primeros escenarios, los cuales llevarían, seguramente, a más tensiones sociales y también a más emigración. Por el contrario, si EE. UU. avanzase en la normalización de las relaciones con la isla y apoyase al incipiente sector privado, como hace acertadamente la Unión Europea, podría facilitar una salida a la chino-vietnamita.

En fin, sea cual sea el desenlace de estos 65 años de historia, sólo cabe desear que no traiga más sufrimientos a la castigada población cubana.

*Artículo publicado originalmente en la Revista Galde.

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Manuel Iglesia-Caruncho

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.

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