14 de marzo 2024
Hemos ingresado a un período de conflictos y rivalidades geopolíticas cada vez más intensos. La guerra de Rusia contra Ucrania ya está en su tercer año; el conflicto entre Israel y Hamás todavía puede convertirse en una guerra regional; y la guerra fría que se profundiza entre Estados Unidos y China puede volverse caliente en algún momento de la década por Taiwán.
Si Donald Trump gana la elección presidencial de noviembre en los Estados Unidos, el mundo se volverá todavía más inestable. Y sin embargo, hasta ahora el efecto de estos riesgos sobre las economías y los mercados ha sido limitado. ¿Podría eso cambiar pronto?
Por el lado de la guerra entre Rusia y Ucrania, aunque sigue siendo tan brutal como siempre, es probable que sus efectos globales sean más moderados. El riesgo de un involucramiento directo de la OTAN o de que Rusia use armas nucleares tácticas es menor hoy que en otros momentos previos de la guerra. Asimismo, aunque al principio el conflicto provocó un súbito encarecimiento de la energía, de los alimentos, de los fertilizantes y de los metales industriales, incluso la región más afectada (Europa) pudo absorber el golpe con apenas una ligera desaceleración (o en algunos casos estancamiento) del crecimiento, en vez de la recesión grave que muchos analistas temían.
Los hidrocarburos rusos se reemplazaron aumentando las importaciones desde Estados Unidos y países de Medio Oriente. El impacto sobre los precios de los alimentos se redujo desde que Ucrania consiguió reabrir un corredor en el Mar Negro para sus exportaciones de granos.
La guerra entre Israel y Hamás también ha tenido hasta ahora un impacto económico regional y global limitado. Es verdad que el PIB israelí registró una marcada contracción en el cuarto trimestre de 2023, y es probable que su debilidad se mantenga mientras el conflicto continúe. El daño económico a Gaza es obviamente peor; y los ingresos que Egipto obtiene del Canal de Suez (importante fuente de divisas extranjeras) se redujeron por los ataques de los hutíes yemeníes a barcos de carga en el Mar Rojo. Sin embargo, si el conflicto no se sale de sus límites actuales, el impacto sobre las economías y mercados del mundo también seguirá siendo limitado.
Para alentar pronósticos de un impacto internacional más grave se necesitaría una importante escalada regional (por ejemplo, una guerra declarada entre Israel y Hezbolá en el Líbano o señales de que Israel, y tal vez Estados Unidos, van camino de una guerra con Irán). Una guerra plena entre Israel e Irán provocaría una reducción drástica de la producción y exportación de energía desde el Golfo; eso llevaría a un aumento súbito de precios de la energía similar a las perturbaciones estanflacionarias globales que siguieron a la Guerra de Yom Kippur (1973) y a la Revolución Iraní (1979). Felizmente, la probabilidad de una escalada regional importante sigue siendo baja por ahora.
En relación con la guerra fría (o competencia estratégica) entre Estados Unidos y China, aunque es probable que siga empeorando con el tiempo, tal vez no haya un deterioro importante de las relaciones este año. El presidente de los Estados Unidos Joe Biden y su homólogo chino Xi Jinping acordaron a fines del año pasado un deshielo táctico, y la reacción de China al resultado indeseable de la elección presidencial en Taiwán ha sido relativamente contenida. Es verdad que la cuestión de Taiwán podría llegar a un punto crítico en algún momento de la década, pero no es probable que eso suceda este año ni el que vendrá. Las fragilidades y debilidades económicas de China pueden inducirle una actitud menos confrontativa hacia Estados Unidos y Occidente.
Al mismo tiempo, no habrá a corto plazo una gran intensificación de la política occidental de reducción de riesgos, renacionalización o relocalización a países amigos de actividades productivas y restricciones al comercio de bienes, servicios, capital y tecnología. Mientras la competencia estratégica siga bajo control, el impacto económico global será reducido.
El mayor riesgo geopolítico para el crecimiento y para los mercados es la elección en los Estados Unidos. Pero aquí es importante tener en cuenta que Trump y Biden comparten algunas prioridades en política exterior. Los demócratas y los republicanos son halcones en relación con China, y seguirán siéndolo. Biden y Trump han dado mucho apoyo a Israel, pero también saben que la deseada normalización de relaciones entre este país y Arabia Saudita puede obligar a aceptar una solución de dos estados.
La mayor diferencia entre Trump y Biden tiene que ver con la OTAN, con Europa y con el conflicto entre Rusia y Ucrania. Algunos temen que Trump abandone a Ucrania y deje a Rusia ganar la guerra. Pero puesto que es probable que mantenga la intransigencia hacia China, tal vez le preocupe la señal que en relación con Taiwán enviaría el hecho de permitir la captura rusa de Ucrania. Además, lo que Trump realmente quiere es que los miembros europeos de la OTAN gasten más en defensa, y si lo hacen, tal vez reconocerá el valor de la alianza, al desplazar su atención en dirección a Asia para aplicar una política de disuasión respecto de China.
El segundo efecto de un gobierno de Trump sobre los mercados sería a través de sus políticas económicas. No hay duda de que habría un endurecimiento del proteccionismo estadounidense. Trump ya dijo que piensa aplicar un arancel del 10% a todos los bienes que importe Estados Unidos (hoy el arancel promedio ronda el 2%), y es de suponer que habrá aranceles incluso mayores para las importaciones procedentes de China. Eso sería motivo de nuevas guerras comerciales, no sólo con rivales estratégicos como China, sino también con aliados de Estados Unidos en Europa y Asia (por ejemplo Japón y Corea del Sur).
Una guerra comercial mundial reducirá el crecimiento y aumentará la inflación, lo que la convierte en el mayor riesgo geopolítico que los mercados deberán considerar en los meses venideros. En este escenario, el crecimiento económico y los mercados financieros enfrentarían más riesgo de desglobalización, desacople, fragmentación, proteccionismo, balcanización de las cadenas globales de suministro y desdolarización.
Otros riesgos estanflacionarios relacionados con Trump incluyen su actitud negacionista hacia el cambio climático y la probabilidad de que intente sustituir al presidente de la Reserva Federal Jerome Powell para poner en su lugar a una figura más dócil y flexibilizadora. Por último, sus políticas fiscales aumentarían un déficit que ya es excesivo. Se prorrogarían rebajas de impuestos próximas a caducar y habría una ampliación del gasto en defensa y programas sociales. Aumentaría el riesgo de que en los mercados de bonos se produzcan ventas masivas que provoquen grandes subidas de los tipos de interés. Eso, en un contexto de deuda pública y privada alta y en aumento, provocaría temores a una crisis financiera.
Como dice el dicho: «Es la economía, estúpido». Hoy la mayor amenaza para las economías y los mercados de todo el mundo es la agenda de política económica de Trump.
*Artículo publicado originalmente por Project Syndicate