13 de marzo 2024
Sin duda, se trata de un tema muy sensible, porque siempre se corre el riesgo de lastimar conciencias; muy grave, porque atañe a los derechos de la gran mayoría de la población nicaragüense y también, hay que decirlo, porque están de por medio correlaciones de poder; y muy controversial, porque uno ve los resultados, intuye las causas, pero buena parte de los procesos transcurren en las sombras.
¿Cuáles son los hechos visibles?
Primero tuvimos una etapa de complacencia y hasta de complicidad de El Vaticano y sus representantes con la dictadura de Daniel Ortega. No nos olvidemos que esto comenzó con aquel nuncio nigeriano, uno de nombre Fortunatus, que le encantaba el boato, la parafernalia y aparecer cercano al poder. Eran los tiempos del papa Benedicto. Después siguió Sommertag, más discreto, pero igual, moviéndose entre la complacencia y la complicidad. Y así tuvimos un tiempo aparentemente contradictorio: Un nuncio complaciente y una Iglesia crítica. Hasta que la dictadura al ver frustradas sus expectativas puso a Sommertag de patitas en la calle y congelaron las relaciones con el Vaticano. Después llegó el encarcelamiento y condena del obispo Rolando Álvarez y de otros sacerdotes.
¿Cuál era la pretensión de la dictadura? Esto también se sabe. El dictador en su afán totalitario aspiraba a participar en la designación de los obispos que ocuparían las diócesis vacantes, o por caer en vacancia. Por los resultados parece que el Vaticano resistió ese round.
Fueron los tiempos cuando el papa Francisco afirmó que Ortega era una combinación de Hitler y Stalin. Una dictadura grosera, dijo. Y no se equivocaba en la calificación. Lo que no previó es que este engendro diabólico le aplicaría la fórmula completa a sus representantes religiosos en Nicaragua.
"¡Son una mafia…!", clamó el dictador y acto seguido pasó del chantaje, la ofensa y la presión, directamente al terrorismo de Estado. Terrorismo de Estado puro y duro. La pretensión manifiesta pasaba ahora a imponer un modelo “a la China”, o “a la cubana”, con una Iglesia reptante para sobrevivir.
¿Cómo se define formalmente terrorismo de Estado? Es el uso sistemático, por parte del Gobierno de un Estado, de amenazas, violencia y represalias, consideradas ilegales incluso dentro de su propia legislación, con el fin de imponer obediencia y una colaboración activa por la vía del temor.
Y como terrorista practicante y de vocación, Ortega aplicó sin contemplaciones lo que bien sabe hacer. Prohibió actividades religiosas, ilegalizó órdenes y congregaciones religiosas, incluyendo a la Compañía de Jesús, lanzó acusaciones de lavado de dinero y despojó de dinero a iglesias, expulsó del país a monjas y monjes, echó presos a obispos y sacerdotes, desterró a otros y amenazó a los demás. Y si quedaban pendientes, en Navidad embistió de nuevo y aplicó una dosis más fuerte: Encarceló en plenas festividades navideñas a más de diez sacerdotes y obispos. Y, evidentemente, iba por más.
En paralelo, la jerarquía eclesiástica nicaragüense callaba, aparentemente por prudencia de unos, y complacencia de otros. Porque, dejémonos de cuentos, aquí también hay obispos cómplices de la dictadura. Por ejemplo, el obispo de León, René Sándigo, no se preocupa en ocultarlo. Así que no tenemos nosotros por qué callarlo. Y hay sacerdotes que aspiran, como cualquier ser humano, a escalar a cargos para congraciarse desde ahí con el dictador. Tampoco lo ocultan. Tampoco tenemos por qué callarlo.
¿Qué más vemos?
Después de la excarcelación y destierro de los sacerdotes y obispos que guardaban prisión, quedó el silencio repentino de monseñor Silvio Báez. Y la desaparición del obispo Álvarez, quien venturosamente goza de libertad, pero amordazado. Mientras de los otros sacerdotes nada se sabe. Y el Vaticano ni se ve, ni se oye y no se sabe si siente.
Si nos atenemos a los hechos descritos, que cualquiera puede ver, esta vuelta la ganó la dictadura por goleada.
Ahora están por verse cuáles serán las designaciones de obispos en las diócesis vacantes, y qué pasará con la renuncia por edad del cardenal Leopoldo Brenes. “Polito”.
Y llegamos a “Polito”.
Por si algo faltaba, Rosario Murillo le puso una dosis de ácido satánico a la herida. Felicitó al inefable “Polito” con ocasión de su cumpleaños con melifluas expresiones: O bien se trató de un canto de victoria satánico, esto es, escupir sobre el rostro del vencido o de los vencidos. O se trata del reconocimiento público a una actuación servicial. O se trata de una provocación burda, por si quieren más de la misma medicina. Cada quien puede escoger la interpretación que prefiera. Pero, en cualquier caso, se trata de un escarnio.
Estos son los hechos. Queda muy poco que intuir, o especular.
¿Fin de la historia?
Está claro es que al hablar de la Iglesia católica hablamos de un actor político marca mundial. Y esto hay que subrayarlo: La doble naturaleza de el Vaticano. Es un Estado y al mismo tiempo es la Santa Sede de las máximas jerarquías de la Iglesia católica. Como Estado tiene sus círculos de poder, sus lazos y sus intereses. Hay un secretario de Estado y un cuerpo diplomático para las relaciones políticas con los Gobiernos.
Poder terrenal y poder espiritual.
Tratándose de un actor político del calibre y trayectoria de el Vaticano, debemos estar claros de que el último capítulo de esta historia todavía está por escribirse.
Por ahora, el terrorismo de Estado se impuso.