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No llegan buenas noticias de Cuba

Ni política, ni económica ni simbólicamente los tiempos son los mismos que cuando vivía Fidel Castro, capaz de abroquelar a las masas

Exministro de Economía en Cuba Alejandro Gil

Fotografía de archivo fechada el 20 de mayo de 2021 del entonces vice primer ministro y Ministro de Economía, Alejandro Gil Fernández, durante una rueda de prensa en el salón de protocolo de El Laguito, en La Habana (Cuba). // Foto: EFE | Yander Zamora

Carlos Malamud

10 de marzo 2024

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En los últimos años, especialmente tras las movilizaciones del 11 de julio de 2021, solo llegan malas noticias de Cuba, pero las de los últimos días son dramáticas. El 1 de marzo la gasolina aumentó más de un 400% y un 25% la electricidad para los mayores consumidores. Es el preanuncio de un rebote inflacionario, un revés añadido a sumar a los interminables cortes de luz. El 13 de febrero el apagón afectó a más del 45% del país.

El Gobierno también solicitó al Programa Mundial de Alimentos (PMA), de Naciones Unidas, leche en polvo para niños menores de siete años, intentando evitar un brote de desnutrición y de anemia infantil. A lo largo de marzo faltará pan, ya que, según el Ministerio de la Industria Alimentaria, hay “situaciones específicas” con “embarques planificados” desde Rusia. Si bien hay un consenso generalizado de que el abastecimiento “está dentro de la normalidad”, la idea se remata señalando que esto “no quiere decir que la normalidad sea buena”. O dicho de otro modo muchos cubanos han normalizado el sufrimiento.

La escasez afecta especialmente a quienes dependen de la libreta de abastecimiento o cartilla de racionamiento, ya que las tiendas privadas disponen de un mayor número de productos de primera necesidad, pero con precios incomparables ni al alcance de cualquiera. El salario medio oficial es de 4560 pesos cubanos (CUP), equivalentes a 14,25 dólares en el mercado paralelo, mientras el salario mínimo es de 6,77 dólares y la pensión que cobra el 70% de los jubilados, 1528 CUP, son 4,92 dólares.

El 2 de febrero, el presidente Miguel Díaz-Canel destituyó a Alejandro Gil, vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación, en el cargo desde 2018. Gil encabezó diversas reformas fallidas, incluyendo el duro plan de ajuste anunciado a fines de 2023 y finalmente postergado. Los datos oficiales lo dicen todo: contracción de casi el 2% del PIB, inflación del 30% y un déficit público del 18,5%. En definitiva, unas cifras para temblar.


Desde la óptica del relato oficial y la defensa de la ortodoxia revolucionaria, recurrir al PMA hubiera sido impensable en vida de Fidel Castro, aunque se tratara de evitar la desnutrición infantil. Esto es hoy solo una muestra más del fracaso del proyecto socialista. Se recurre a este extremo porque la situación política, económica y social es casi terminal. Desde hace tiempo se han agotado los recursos propios, mientras los provenientes de países amigos llegan a cuentagotas.

Como tantas veces, el bloqueo (o embargo) de EE. UU. es omnipresente a la hora de las justificaciones, aunque internet y las redes sociales han permitido quebrar el monopolio informativo ejercido por el régimen. Si bien se han reconocido errores en política económica y monetaria, se insiste en que todo responde a las sanciones occidentales, pero esta interpretación trillada goza de credibilidad decreciente y escaso interés social. Ante tal cúmulo de desgracias el descreimiento es la respuesta mayoritaria, que en la medida de lo posible se transforma en la búsqueda de una vía de escape, preferentemente a EE. UU. y Europa.

El diagnóstico es terrible. Un informe reciente de “Cuba 21”, une la inflación y el crecimiento negativo a una balanza comercial deficitaria, al desplome de las principales entradas de divisas (exportación de médicos, turismo y remesas) y al hundimiento del sector energético, comenzando por el obsoleto sistema eléctrico. Para colmo, un país teóricamente agrícola debe importar casi el 100% de la canasta familiar, según manifestó en setiembre el exministro Gil.

La infraestructura viaria y buena parte del parque de viviendas se desmorona, sin capacidad de arbitrar soluciones efectivas, salvo parchear los casos más urgentes. La salud, la educación y el abastecimiento de agua potable que fueron las joyas de la Revolución, hoy son cascarones vacíos y fuente de graves problemas. A esto se suma el aumento descontrolado de la criminalidad, ya que la apuesta por el “orden público” se centra en la represión y no en la seguridad ciudadana. Todo sirve para explicar el éxodo masivo y el incremento de la protesta social.

El régimen se enrocó en defensa del socialismo y la Revolución y no propone alternativas viables. Pero, ni política, ni económica ni simbólicamente los tiempos son los mismos que cuando vivía Fidel Castro, capaz de abroquelar a las masas en defensa de su proyecto. Su hermano Raúl, con 92 años, tampoco está en condiciones de ejercer un liderazgo activo, ni siquiera delegado, mientras la gestión de Díaz-Canel ni se caracteriza por su eficacia ni por sintonizar con las diezmadas bases revolucionarias.

En estas condiciones, y dada las grandes dificultades que viven los grupos opositores internos para conciliar sus políticas, el futuro es bastante incierto. No hay nadie capacitado para encausar el descontento social ante un Gobierno visualizado como incapaz de proveer los bienes públicos demandados. El régimen, sumido en su inmovilismo, carece de las herramientas adecuadas para impulsar la tan necesaria apertura política y económica. De persistir esta sensación de bloqueo, las noticias que lleguen de Cuba serán cada vez más dramáticas.

*Originalmente publicado en El Periódico, de España.

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Carlos Malamud

Carlos Malamud

Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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