26 de diciembre 2023
Cuando los regímenes autoritarios dedican la mayor parte del tiempo a preservar el último vagón de su pasado como única estrategia, es porque han perdido el tren del futuro. Pero como el pasado ya no basta como narrativa para auto justificarse en el presente, y el futuro se les ha escapado como arena entre los dedos, se encuentran arrinconados entre un pasado que se ha convertido en el único derrotero posible y un futuro que se pierde en el horizonte del retrovisor.
La dictadura Ortega-Murillo se encuentra en esta situación: de espaldas a un futuro que, aparte de los megaproyectos de humo, nunca ha sido capaz de enunciar, y de frente a un pasado de viejas glorias cuya segunda etapa pretende protagonizar.
Dieciséis años en el poder lo han demostrado: el futuro ya es agua pasada, cuando les pasó por delante no supieron abordarlo. Quizás fue durante el primer gobierno entre 2007 y 2012, cuando proclamaban un proyecto incluyente en lo social, aunque excluyente en lo político. Las promesas de acabar con el hambre y de construir calles y casas para todos enmascaraban las primeras restricciones de las libertades civiles; fue el momento de la reedición del viejo trueque de la izquierda autoritaria: igualdad a cambio de libertad.
Pero ese porvenir poco a poco perdió la pintura, en la misma medida que proliferaban los rótulos gigantes del binomio gobernante y que el presente fuera un muestrario de la vocación autoritaria del “nuevo régimen”, tras la imposición de los Consejos del Poder Ciudadano (CPC), del fraude masivo de las elecciones municipales de 2008 y la ocupación de la rotondas de Managua con huestes de supuestos rezadores. Todo empezó a sonar a periódico de ayer en la memoria de un pueblo que había vivido dos regímenes autoritarios en menos de 30 años.
El futuro se vio muy pronto devorado por los caprichos ilimitados de una presidenta consorte que un día cualquiera decidió que en Nicaragua sería Navidad todo el año, que debíamos vivir bonito aunque la miseria ahogase a los barrios y que los medios de comunicación debían encadenarse cada vez que su derruido marido lanzara sus aburridas y disparatadas peroratas.
Los años siguientes solo confirmaron que el régimen estaba atrapado en su túnel del tiempo. Tuvo la oportunidad de concluir la fundación de un Estado moderno, pero optó por el arcaísmo de restaurar el régimen sultanístico de los Somoza, una deriva retrógrada que hacía pivotar todo el sistema político en torno a una familia. También tuvo la oportunidad de forjar una administración pública profesional basada en el mérito, pero prefirió regresar al cuerpo de empleados públicos reclutados por fidelidad a una ideología gaseosa, temerosos de las rabietas de la “compañera”.
Frente al dilema de entre una economía autogobernada por el mercado y un Estado redistribuidor de la riqueza para nivelar las desigualdades, la dictadura encontró una vía regresiva más corta: el capitalismo de los compadres de inicios del siglo XX que implicó la reconcentración de la riqueza en manos de la familia y sus allegados, y de los capitalistas bien portados. Fue la restauración de la máxima somocista de “plata para los amigos, palo para los indecisos y plomo para los enemigos”.
Al partido del régimen no la ha ido mejor en esta ola involucionista. Si hay alguna organización de espaldas al futuro por ensimismamiento en el pasado, ese el FSLN. En parte debido a la liturgia machacona que a fuerza de repetirse todos los años ha ido perdiendo significado y trascendencia. ¿Qué son las concentraciones del 19 de julio sino la misma performance de todos los años en que un señor desvaría sobre cualquier cosa sin rumbo ni contenido? ¿Qué son las conmemoraciones del Repliegue, de los natalicios de Sandino y de Carlos Fonseca y otras fechas sino excusas para disfrazar el futuro de pasado?
Prueba irrefutable de este estancamiento que huele a naftalina es la ausencia de aggiornamento, de actualización del discurso del FSLN ante los grandes retos que vive la humanidad pero también ante la profunda crisis que atraviesa Nicaragua. La última vez que el FSLN proclamó su proyecto de futuro se pierde en las sombras de un pasado remoto. Para muestra un botón: ¿Qué piensa la otrora “vanguardia del pueblo” acerca de la migración masiva de los nicaragüenses hacia los cuatro puntos cardinales del mundo? En lugar de ello prefiere seguir sentado en los sacos de dólares que dejan las remesas familiares mientras se regodea en el pasado “de difuntos y flores”.
Al interior del FSLN, la tendencia de institucionalización–y por ende de modernización- que venía experimentado desde 1990 se vio frenada después del retorno de Ortega al poder en 2007. El partido también fue absorbido por la centrifugadora del modelo dinástico. Los órganos internos fueron borrados de un plumazo. Los congresos se convirtieron en convivios de mediodía para enaltecer al candidato eterno, la dirección nacional ha sido tomada por los hijos de la pareja, la asamblea sandinista cerrada por derribo y el tendido territorial, que al inicio se convirtió en un entramado para robarse las elecciones, años más tarde derivó en la maquinaria paramilitar de la represión sustentada por feudos locales con permiso para saquear las contrataciones públicas en los municipios.
Cada vez que el orteguismo ha tenido la ocasión de alumbrar el futuro ha girado el foco hacia un pasado en el que se siente más cómodo. No es casualidad. El futuro implica incertidumbre y la incertidumbre atormenta a las dictaduras porque lo que puede venir muchas veces escapa a sus controles: Un paso en falso puede desencadenar un estallido social, un concurso de belleza puede llenar las calles del mismo material volátil que hizo descarrilar su proyecto de dominación en 2018, de espontaneidad que puede convertirse en arrojo, de alegría que puede volver a inflamar la rebeldía soterrada que anida en cada nicaragüense que se niega a dejarse dominar.
La dictadura no tiene futuro como no lo tiene ninguna organización anclada en el rencor, un sentimiento torvo que es resabio de un pasado lleno de odio e inquina. Por añadidura, si un régimen político tiene el pasado como única medida de lo que pueda venir, no tiene nada que ofrecer que no sea opresión, tortura y exilio; pero también está condenado a los imprevistos, los duendes que dan manivela al futuro. Es inútil escapar de las leyes del tiempo: no por mucho que la dictadura viva de cara al pasado evitará que el futuro termine atrapándola. No hay brujerías posibles que conjuren las emboscadas de lo que está por ocurrir.