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Nicaragua en 2024: Prepararse para la transición “el día después”

El mapa global: entre la radicalización de la dictadura, las elecciones en Estados Unidos, y la nueva dinámica de cambios políticos en América Latina

Caricatura Ortega y Murillo con miedo

Manuel Orozco

18 de diciembre 2023

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Los cambios políticos de Nicaragua en 2024 dependerán tanto de las consecuencias internas y externas de la radicalización dictatorial, así como de la forma en que la comunidad internacional redefina su política y relación con el régimen Ortega Murillo. La situación económica proyecta un crecimiento moderado, pero sin un “boom” o distribución de la riqueza, que se mantiene concentrada en la cúpula cleptocrática. Las contradicciones internas dentro del régimen y la presión externa serán los factores que definan posibles reformas o hasta rupturas en el país.

La presión internacional irá afectando a Nicaragua (en acelerar o postergar la transición) y tiene que ver con tres grandes realidades, la global, las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y las dinámicas de América Latina y el Caribe.

El complejo entorno global

El deseo por un orden internacional pacífico está consumiendo las mentes de la gente y el mundo en un momento en que la geopolítica está asumiendo un rol predominante. El mundo concuerda que la cooperación solo es exitosa en democracia y sin cooperación no habrá estabilidad internacional.

Pero los retos globales están afectando a todos los países y tienen muchas aristas, tales como el cambio climático, la modernización económica y tecnológica equitativa, la solución pacífica a controversias como las de Israel-Gaza, Rusia-Ucrania, Nagorno-Karabakh, China-Taiwán, Siria, Corea del Norte, Sudán, Irán, Sudáfrica, y los golpes militares en África.


Para Estados Unidos, Europa como para otras democracias y organismos internacionales el balance de poder no se define en el campo de batalla, sino mediante negociaciones y concesiones en las que el cumplimiento de cualquier acuerdo está atado a presiones e incentivos que terminan produciendo beneficios mutuos. Sin embargo, la amenaza que representan estos coincide con una lucha hacia un reordenamiento geopolítico global, que puede incluir el uso de la fuerza.

La lucha por un orden político más justo se ha hecho más cuesta arriba de tal forma que los líderes democráticos están divididos entre cohabitar con dictaduras con modelos económicos desiguales, o hacer uso de herramientas de presión para promover la institucionalidad democrática junto con soluciones a conflictos sin entrar en la confrontación violenta.

Después de la pandemia y con la salida de las fuerzas extranjeras de Afganistán, el uso de las armas y la violencia ha retornado, con países y sociedades que oscilan entre el aislacionismo o la integración global. Lo que prevalecerá en 2024 es una reconsideración sobre cómo dar una respuesta proporcional en restaurar la estabilidad política, en medio de la incertidumbre de 40 elecciones presidenciales, una economía más competitiva e ‘inteligente’, y con países bajo la presión del avance tecnológico como motor de la productividad.

Muchos gobiernos tendrán que ceder, mientras otros se resisten a aflojar sus privilegios, como se observa en la polarización hondureña entre las élites populistas de Zelaya y las élites económicas tradicionales.

Nicaragua es de los pocos países que están optando por mantener un modelo autoritario en la oscuridad y el autoaislamiento. Una perspectiva es ‘wait it out’, esperar a que la dictadura se autodestruya. Hay certeza entre los expertos y tomadores de decisión que el tipo de régimen y los extremos a los que va estará concluyendo en una revuelta interna que pueda ser precipitada por un detonante en el corto plazo. La otra perspectiva es ejercer una presión de baja intensidad para provocar el desgaste de forma más acelerada. Este 2024 es decisivo sobre la opción que tome el mundo sobre Nicaragua.

El enigma de las elecciones presidenciales en Estados Unidos

De las cuarenta elecciones en el mundo, las presidenciales de Estados Unidos tienen a todos con los pelos de punta. La contienda entre Joe Biden y lo más probable Donald Trump, es cerrada, polarizada, e incierta.

La popularidad de Biden ha caído, especialmente en temas de migración e internacionales, pero en general, su credibilidad ha disminuido tanto en su capacidad ejecutora como en su condición física. La oposición republicana ha hecho lo posible para detener la agenda y el trabajo ejecutivo del presidente, al punto de votar por su impeachment. Biden se ha mantenido por encima del 40% de aprobación.

Trump, por otro lado, enfrenta cuatro juicios en su contra que oscilan entre fraude tributario, interferencia en las elecciones anteriores, y manipulación de documentos secretos. Su popularidad no es alta, pero es estable, mantenida en torno al 40% del electorado.

Las encuestas muestran un empate Biden-Trump en el que el margen de error le da el gane a cualquiera de los dos.

El tema clave electoral de esta campaña incluye los asuntos tradicionales como resolver la economía, bajando las tasas de interés, control de armas, así como reorganizar la política fiscal y reducir el gasto.

Sin embargo, la situación en el mundo se ha convertido en un tema de campaña, en el que solo el 34% de la gente cree que Biden ha hecho buen trabajo. Por un lado, está la crisis migratoria en la que solo 26% de la opinión pública dice que el presidente ha hecho un buen trabajo. Mientras tanto Trump habla de actuar como dictador en el primer día, cerrar la frontera, y aplicar medidas drásticas.

En el manejo de Ucrania, China, e Israel, la opinión pública ha sido desfavorable, con menos de 40% de aprobación al presidente. Mientras tanto Trump no es preferido entre el electorado en lo que respecta a su atracción a Putin, su proclividad hacia Netanyahu, su ambigüedad sobre China, y su desdén contra los países en desarrollo. La población no mira su liderazgo como algo importante para contribuir a reducir las tensiones internacionales.

Frente a la incertidumbre electoral, ambos candidatos tienen el reto de reflejar una agenda de política exterior realista, y más firme que lo que ha sido en los últimos diez años. Biden tendrá que mostrar en 2024 que su política exterior seguirá siendo inflexible con Rusia, pero más fuerte frente a Israel, saliéndose de la perspectiva maniquea de ser Pro-Israel o Pro-Hamas.

Su posición sobre migración será de apretar más los controles migratorios para detener la llegada de otros tres millones de personas (y la posible entrada de un millón), eliminando el alivio humanitario y otras medidas.

También el equipo Biden está repensando la perspectiva de ‘wait it out’ al ver que este trato con América Latina y el Caribe no ha dado buen rendimiento político, y más bien ha agravado las cosas. Por ejemplo, el haber reducido sanciones no mejoró el entorno político de Venezuela, Nicaragua, Cuba o el Triángulo Norte, más bien las sanciones iban en la dirección indicada afectando las transgresiones, pero no los países o sus economías. Al revés, la reducción de sanciones coincide con un aumento en la migración. El realpolitk de la migración muestra que ésta es un fundamentalmente un problema de política exterior.

Es muy probable que la Administración, este año venidero, asuma una política más proactiva hacia la región y trate de aumentar sus alianzas ante el reto de ese reordenamiento geopolítico para no perder su posicionamiento actual ante la creciente presencia china y rusa en la región.

Nicaragua es un foco de atención de esta Administración y de muchos Republicanos por lo que la aprobación de la Ley S1881 del Senado sobre Nicaragua, tendrá que ser implementada en cumplimiento con el mandato legislativo.

Para esta Administración, Nicaragua es una prueba de fuego electoral para demostrar que el abordaje político sobre Nicaragua, si puede mitigar la migración, mientras logra contener esa radicalización peligrosa que ha tomado la dictadura.

Latinoamérica y el Caribe

Esta región es parte de ese reordenamiento geopolítico tanto porque poderes extracontinentales quieren aumentar su huella en la región y porque habrá procesos políticos electorales que pueden alterar el balance democrático. Las elecciones en México, El Salvador, Panamá, México, República Dominicana, Uruguay, Venezuela, exhiben divisiones y tensiones entre el electorado y los partidos políticos.

El caso mexicano determinará si el legado de López Obrador continuará o si México volverá a su tradicional política exterior. El Salvador exhibe la posibilidad que la victoria de Bukele pueda crear un realineamiento con Estados Unidos para consolidar su agenda de Gobierno. Lo mismo se espera con Arévalo en Guatemala, con un mayor acercamiento con Estados Unidos.

El resultado de las elecciones venezolanas explicará cómo es que Maduro quiere facilitar su salida, pero no de si habrá elecciones libres y justas. Haití y Cuba reflejan complejidades que no se resolverán en el corto plazo, en el primero, la anarquía y la criminalidad exceden la posibilidad que las fuerzas de Naciones Unidas reduzcan drásticamente la violencia y fomenten estabilidad. Mientras tanto, en Cuba, las condiciones económicas se empeoran cada día, con una dictadura que no quiere ceder a reformas. La inestabilidad política peruana no muestra señales de cambio en los próximos seis meses. Mientras que la transición de Bernardo Arévalo, de presidente electo a presidente, dependerá de cómo pueda gobernar en medio de obstáculos políticos y poderes fácticos.

Para el mundo, América Latina y el Caribe representan un menor problema y una puerta de esperanza para ese reordenamiento geopolítico y económico en la dirección de alivio global con mejores alianzas democráticas y estabilidad política, a pesar de los retos.

Lamentablemente, Nicaragua se mantiene en la ruta cubana, de cavar su trinchera hacia al fondo con su radicalización, en vez de buscar una salida política. Creen que han aprendido de los errores cubanos (con las expropiaciones a empresas extranjeras), y que se mantendrán en el poder como “dictadura de baja intensidad” (represivos y aislados, pero con bajo perfil).

Este 2024, la comunidad internacional está reconociendo que los costos de presionar materialmente al régimen Ortega Murillo son menores que las ganancias que se pueden obtener de acelerar una transición antes de 2026. Primero, para muchos países del hemisferio y en Europa, Nicaragua es un agresor regional que afecta el interés nacional de más de un país. Segundo, la presión sobre Nicaragua reducirá también el ámbito de acción de Rusia y China que actúan como dueños, usando a Ortega como peón. Tercero, los expertos coinciden que la durabilidad de esta dictadura no irá en la dirección cubana, por lo que es mejor presionar ahora que reconstruir un país totalmente destruido en un futuro.

La verdadera salida política en Nicaragua recae sobre la capacidad de los líderes cívicos, expertos y promotores de democracia, para aumentar la movilización internacional, proponer formas de presión y diálogo, y prepararse para la transición “el día después”. Tanto la comunidad internacional como la opinión pública nicaragüense tienen expectativas realistas sobre el comportamiento de la oposición nicaragüense, por lo que la preparación, la capacidad de movilización, son más importantes y prueba de compromiso político que la retórica trillada de la unidad.

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Manuel Orozco

Manuel Orozco

Politólogo nicaragüense. Director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano. Tiene una maestría en Administración Pública y Estudios Latinoamericanos, y es licenciado en Relaciones Internacionales. También, es miembro principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, presidente de Centroamérica y el Caribe en el Instituto del Servicio Exterior de EE. UU. e investigador principal del Instituto para el Estudio de la Migración Internacional en la Universidad de Georgetown.

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