30 de noviembre 2023
Uno de los mayores errores que cometí como periodista fue subestimar a Geert Wilders, ahora líder (y único miembro formal) del partido más votado de los Países Bajos, con posibilidad de convertirse en el primer primer ministro de ultraderecha que haya tenido el país.
Entrevisté a Wilders en 2005 para mi libro, Murder in Amsterdam, sobre el asesinato a manos de un extremista musulmán del cineasta Theo van Gogh. En aquel momento, el Partido para la Libertad (PVV), que Wilders fundó en 2006, todavía no existía. Pero me interesaba oír las ideas de un crítico declarado del Islam y de los inmigrantes de origen musulmán.
Francamente, pensé que era un pelmazo sin futuro político y decidí no citarlo en mi libro. Como a la mayoría, me llamó la atención su peinado extravagante. ¿Por qué un hombre maduro, miembro del parlamento, querría teñir de rubio platino su bella melena oscura? Pero en realidad parece que en este tema ha sido una especie de precursor. Los posteriores triunfos de Donald Trump y Boris Johnson demostraron la importancia de la diferenciación visual, de tener una imagen de lunático reforzada por un peinado extraño. (Tal vez hayan sido preanuncio el bigotín de Hitler, o incluso el flequillo de Napoleón.)
Pero el cabello de Wilders admite otra interpretación. En 2009, una antropóloga holandesa y experta en Indonesia, Lizzy van Leeuwen, sostuvo que tal vez Wilders estuviera ansioso de ocultar sus raíces eurasiáticas. Su abuela materna era en parte indonesia. Sus abuelos habían tenido que abandonar las colonias holandesas en las Indias Orientales perseguidos por sus malos manejos financieros.
Por supuesto que usar algo de esto contra Wilders sería injusto. Puede que la cuestión racial no tenga nada que ver. Pero entre los eurasiáticos de las excolonias holandesas mencionadas hay una historia de sentimiento antimusulmán de ultraderecha, que puede ayudar a poner en contexto las posiciones políticas de Wilders.
Los eurasiáticos (o «indos», como se los denominaba) nunca gozaron de la aceptación plena de los indonesios ni de sus amos coloniales holandeses. Nacían outsiders. Era común que los más formados anhelaran integrarse, volverse insiders. El resultado fue, muchas veces, la aversión al Islam, religión mayoritaria de las Indias Orientales holandesas, y un nacionalismo holandés extremo.
Muchos miembros del partido Nazi holandés de la colonia durante los años treinta eran de ascendencia eurasiática. Como señala Van Leeuwen, el partido permitía a los indos ser «más holandeses que los holandeses».
Tal vez Wilders no sea un fascista, pero su obsesión con la soberanía, la pertenencia nacional y la pureza cultural y religiosa tiene una relación de larga data con los outsiders. Muchas veces los ultranacionalistas salen de la periferia: Napoleón (Córcega), Stalin (Georgia), Hitler (Austria). Los que anhelan integrarse suelen convertirse en enemigos implacables de quienes están más lejos del centro que ellos mismos.
Wilders no es una rareza, ni siquiera en los Países Bajos. En 1980, Henry Brookman fundó un ultraderechista Partido del Centro holandés, para oponerse a la inmigración, en particular la musulmana. Brookman también tenía ascendencia eurasiática, lo mismo que otra política de derecha, Rita Verdonk, que fundó en 2007 el partido Orgullosos de los Países Bajos.
Otra política con la que puede ser útil comparar a Wilders es la exministra del interior británica, Suella Braverman. Como hija de inmigrantes (outsiders por partida doble, primero como indios en África y luego como afroindios en el Reino Unido), su animadversión contra los inmigrantes y los refugiados que «invaden» el Reino Unido puede parecer desconcertante. Pero también en su caso, es posible que el anhelo de pertenencia tenga algo que ver con sus posturas políticas.
La entrada de Braverman al establishment británico y su ascenso dentro del Partido Conservador son prueba de una mayor apertura del Reino Unido a los outsiders. Lo que no es tan loable es que sus ideas de derecha intransigente en materia migratoria se hayan vuelto un componente normal de la política conservadora, o que tories de piel blanca no hayan puesto reparos a usar a una ambiciosa hija de inmigrantes para promover una agenda xenófoba (al menos, hasta que su retórica incendiaria se tornó demasiado embarazosa).
Hasta hace relativamente poco, a los partidos y políticos ultranacionalistas los marginaban los partidos conservadores tradicionales, o se los descartaba, como le sucedió en 1968 a Enoch Powell, el político británico que predijo que si la inmigración de no blancos no se detenía, habría «ríos de sangre». Se los trataba como outsiders políticos, sin importar sus antecedentes familiares.
Pero era allí precisamente donde, para cada vez más votantes desafectos, radicaba su atractivo. Los partidarios del Brexit y Trump lo aprovecharon en 2016, y Wilders lo aprovecha ahora.
Sin embargo, nada de esto se daría sin el cinismo que han exhibido en las últimas décadas los partidos conservadores tradicionales. Temerosos de perder votantes a manos de la ultraderecha, comenzaron a rendir pleitesía a sus prejuicios contra los «holgazanes» extranjeros, la amenaza musulmana a «los valores judeocristianos», la cultura «woke» de las grandes ciudades o «las personas sin raíces». Pero era más que nada retórica: los partidos conservadores siguieron al servicio de los intereses de los ricos y de las grandes empresas. Esto sólo alimentó la rabia de aquellos que se sentían tratados como outsiders y anhelaban un outsider que hiciera volar por los aires el viejo orden.
En el pasado, los partidos conservadores neerlandeses, por ejemplo el Partido para la Libertad y la Democracia (VVD), han enfrentado este problema negándose a gobernar con extremistas como Wilders. El VVD también se plantó en defensa del internacionalismo, la Unión Europea, el apoyo militar a Ucrania y la lucha contra el cambio climático. Wilders se opone a todo eso.
Lo que cambió es que el VVD, con la esperanza de proteger su flanco derecho, adoptó una postura más dura en materia migratoria e insinuó que después de todo, tal vez sea posible gobernar con outsiders furiosos (postura que por el momento han revertido, pero ¿por cuánto tiempo?). Ahora que la puerta quedó abierta, y que la inmigración se convirtió en tema electoral, Wilders consiguió una victoria aplastante.
Lo irónico en esta triste historia es que Dilan Yeşilgöz, la líder del VVD que permitió que esto sucediera, nació en Ankara de madre turca y padre kurdo. Pertenece exactamente a la clase de ciudadanos neerlandeses que Wilders se juró erradicar.
*Artículo publicado originalmente por Project Syndicate