16 de noviembre 2023
El populismo ha sido definido como un discurso que concibe a la política como una lucha maniquea entre la voluntad de un “pueblo” homogéneamente bueno y los intereses de una “élite” homogéneamente corrupta. El populismo es, desde la perspectiva ideacional de la ciencia política, un conjunto de ideas que piensan la política no como el desafío de representar y procesar distintos intereses, identidades y preferencias en elecciones colectivas vinculantes —como lo plantea la tradición liberal—, sino como una oposición moral irreductible entre dos entidades —el pueblo y la élite— a las que reducen su cosmogonía social.
Resulta revelador analizar la narrativa o el llamado “relato” que los líderes populistas utilizan para dirigirse a su electorado. En términos generales, la narrativa populista se constituye de historias que simplifican la complejidad inherente de la política, a través de la apropiación selectiva de personajes y eventos, que son presentados como relacionados causal y temporalmente entre sí de una manera determinada. La narrativa populista es muy eficaz para dar sentido a acontecimientos y hechos complejos, brindando certidumbre a los ciudadanos que enfrentan la realidad inherentemente ambigua y difusa de la política. El relato populista ofrece un atajo cognitivo que dota de un significado simple a la complejidad de la política.
Apelar a una narrativa no es, ciertamente, una característica exclusiva del populismo. Todos los líderes políticos recurren a historias que ofrecen una visión selectiva de la realidad política. Este es un atributo inherente a todo discurso de la política. En ese sentido, lo que es distintivo de la narración populista es que, en la simplificación de la realidad que propone, construye un orden que orienta a las audiencias a dar sentido a la política no en términos de hechos, sino en términos morales. La narración populista no se trata principalmente de eventos, sino de establecer distinciones morales. El relato populista como tipo de narrativa es, en buena medida, independiente de los acontecimientos. Aunque la narración populista se base en algunos acontecimientos fácticos, es predominantemente una historia moral, con un claro sentido del bien y del mal, y en donde los actores y hechos son ubicados en un lado o en el otro.
La perspectiva ideacional del populismo destaca la fuerza causal de las ideas y propone que estas, expresadas en la retórica de los líderes, influyen sobre las actitudes y el comportamiento de los votantes. El retrato que los dirigentes políticos dan sobre el mundo social parece activar ciertas predisposiciones entre los ciudadanos. Así, una retórica pluralista —como la de Barack Obama— tiende a despertar sentimientos de aceptación frente a las diferencias entre los ciudadanos. Contrariamente, una retórica populista —como la de Donald J. Trump— activa orientaciones intolerantes hacia lo distinto, cuya manifestación extrema es la polarización. En otras palabras, las características de la narrativa populista parecen desencadenar emociones que tienden a endurecer y radicalizar las actitudes de los ciudadanos, de manera tal que no solo los vuelven más distantes entre sí, sino también menos dispuestos a cooperar —e incluso a convivir— unos con otros. En ese sentido, la retórica populista parece alimentar la denominada polarización afectiva, definida en la literatura de la ciencia política como la existencia de una intensa afinidad o simpatía entre los miembros de un mismo grupo social, al mismo tiempo que de una intenso antagonismo y hostilidad hacia otros grupos sociales.
La polarización afectiva amenaza la convivencia social y constituye un desafío para los valores y la institucionalidad democrática. Los peligros de la polarización se acentúan en un contexto como el actual, en el que las capacidades de los regímenes democráticos para procesar la representación política experimentan un importante agotamiento en buena parte del mundo. Este fenómeno, que ha sido denominado como fatiga de la democracia, ocurre en sociedades que, contrario a lo que plantea la narrativa binaria y maniquea propia del populismo, son crecientemente plurales, diversas y complejas. En las bases mismas de la fatiga y deslegitimación de las democracias parecen ubicarse el relato populista y la polarización afectiva.
La polarización afectiva tiene implicancias importantes en términos de orden social y conflicto. En palabras de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, las identidades fuertes de pertenencia a un grupo pueden alimentar la discordia hacia grupos diferentes. En un contexto de polarización afectiva, tales sentimientos identitarios –ya sea que estén basados en clivajes políticos, sociales o culturales– pueden volverse excluyentes, expulsando de la legitimidad de la arena política democrática a otros grupos. Como consecuencia, la polarización afectiva puede conducir a conflictos entre estos grupos. En consonancia con este argumento teórico, la investigación empírica en ciencia política y economía indica que la polarización afectiva ciertamente aumenta la probabilidad de conflictos, incluso violentos.
El fenómeno de la polarización afectiva, atizado por la narrativa populista, podría ser más adecuado que la desigualdad socioeconómica misma para explicar ciertos conflictos en América Latina. Un argumento a favor de esta idea es la observación de que la desigualdad se ha mantenido constante e incluso ha disminuido de modo significativo en varios países de América Latina, naciones en las que, sin embargo, han irrumpido distintas formas de conflictividad política y social. Como lo señala el informe del PNUD Seguridad ciudadana con rostro humano, nuestra región ha tenido un crecimiento económico del 4,2% anual en los últimos diez años. Setenta millones de personas salieron de la pobreza, la desigualdad disminuyó en la mayoría de los países y el desempleo ha descendido desde 2002. No obstante, la conflictividad política y social se ha incrementado. La polarización afectiva generada “desde arriba” –es decir, en el nivel de las élites políticas– podría ser un factor explicativo de distintos episodios de conflictividad en Latinoamérica, tales como lo ocurrido con las violentas manifestaciones y protestas en Chile, Perú, Ecuador y Brasil.
En conclusión, la narrativa populista a nivel de las élites políticas podría ser la causante de la polarización afectiva a nivel de los ciudadanos. Hay evidencia reciente de ello en varios países de la región, tales como Argentina y México. Sin embargo, existe poco trabajo empírico al respecto. La agenda de los estudios de psicología política en América Latina requiere abordar de modo más sistemático los nexos entre relato populista y polarización afectiva. Es fundamental que la ciencia política contribuya a detener el proceso de deslegitimación de la democracia. De lo contrario, la fatiga democrática podría llevarnos a regresiones autoritarias, ya no “desde afuera” (como con los clásicos golpes de Estado de pasado), sino “desde adentro”, esto es, a través de procesos de desdemocratización encabezados por líderes electos en las urnas. La supervivencia de la democracia está en riesgo.
*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21.