15 de noviembre 2023
La brutal masacre de al menos 1400 israelíes cometida por Hamás el 7 de octubre, y la posterior campaña militar de Israel en Gaza para erradicarlo, han introducido cuatro escenarios geopolíticos con incidencia sobre la economía y los mercados mundiales. Como suele suceder frente a semejantes perturbaciones, el optimismo puede resultar errado.
En el primer escenario, la guerra permanece mayoritariamente confinada dentro de Gaza, y no se produce una escalada regional, más allá de pequeñas escaramuzas con los representantes de Irán en países vecinos de Israel (de hecho, hoy la mayoría de los actores prefieren evitar dicha escalada). La campaña de las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza logra debilitar en forma significativa a Hamás, aunque con numerosas víctimas civiles, y el inestable statu quo geopolítico sobrevive. Ya desprovisto de cualquier apoyo, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu abandona el cargo, pero se afianza la oposición de la opinión pública israelí a una solución de dos Estados. De modo que la cuestión palestina se sigue deteriorando; se congela la normalización de las relaciones diplomáticas con Arabia Saudita; Irán mantiene su papel de fuerza desestabilizadora en la región; y a Estados Unidos lo sigue preocupando el próximo estallido.
Las consecuencias de este escenario para la economía y los mercados son ligeras. El modesto encarecimiento actual del petróleo se revierte, al no haber perturbaciones en la producción regional ni en las exportaciones del Golfo. Aunque Estados Unidos podría tratar de castigar a Irán por su papel desestabilizador en la región vedándole la exportación de petróleo, no es probable que adopte una medida de tal gravedad. Pero la economía iraní seguirá paralizada bajo las sanciones vigentes, y se profundizará su estrecha dependencia de China y Rusia.
En tanto, Israel sufrirá una recesión grave pero manejable, y Europa experimentará algunos efectos negativos, conforme el ligero encarecimiento del petróleo y las incertidumbres de la guerra debilitan la confianza de empresas y hogares. La reducción de la producción, del gasto y del empleo en este escenario puede provocar ligeras recesiones en las economías europeas que hoy están estancadas.
En el segundo escenario, después de la guerra en Gaza vienen la normalización y la paz en la región. La campaña israelí contra Hamás resulta exitosa sin que aumente demasiado la cifra de víctimas civiles; y fuerzas más moderadas (por ejemplo, la Autoridad Palestina o una coalición multinacional árabe) se hacen cargo de la administración del enclave. Habiendo perdido el apoyo de casi todo el mundo, Netanyahu dimite, y asume un nuevo Gobierno moderado de centroderecha o centroizquierda, que se aboca a resolver la cuestión palestina y buscar una normalización con Arabia Saudita.
A diferencia de Netanyahu, el nuevo Gobierno israelí no estaría abiertamente comprometido con un cambio de régimen en Irán. Tal vez consiga que la República Islámica acepte tácitamente la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita, a cambio de nuevas conversaciones para un acuerdo nuclear que incluya un alivio de las sanciones. Esto permitiría a Irán ocuparse de las reformas económicas internas que necesita con urgencia. Es evidente que este escenario tendría implicaciones económicas muy positivas para la región y para el mundo.
En el tercer escenario, la situación empeora y se convierte en un conflicto regional con participación de Hizbulá en el Líbano y tal vez de Irán. Esto puede darse de muchas formas. Una sería que Irán, por temor a las consecuencias de la eliminación de Hamás, dé vía libre a Hizbulá para atacar a Israel y así distraerlo de la operación en Gaza. Pero también podría ocurrir que Israel decida enfrentar ese riesgo lanzando un ataque preventivo de mayor envergadura contra Hizbulá. Y no hay que olvidar a los otros representantes de Irán en Siria, Irak y Yemen, ansiosos todos ellos de provocar a Israel y a las fuerzas estadounidenses en la región, como parte de sus propias agendas desestabilizadoras.
En caso de llegarse a una guerra a gran escala entre Israel y Hizbulá, es probable que Israel también ataque instalaciones iraníes (nucleares y de otro tipo), con posible apoyo logístico de Estados Unidos. Al fin y al cabo, es de suponer que Irán (que ha dedicado ingentes recursos a armar y entrenar a Hamás y a Hizbulá) aprovechará el caos regional general para dar el último paso hacia la obtención de armas nucleares.
Si Israel (y tal vez Estados Unidos) bombardean Irán, puede haber una caída de la producción y de las exportaciones de energía del Golfo que dure meses. El resultado sería una crisis petrolera como la de los años setenta, seguida de estanflación mundial (aumento de la inflación y reducción del crecimiento), derrumbe de las bolsas, volatilidad en los rendimientos de los bonos y una huida a activos seguros como el oro. Las consecuencias económicas serían peores para China y Europa que para Estados Unidos, que se ha convertido en exportador neto de energía y puede gravar las ganancias inesperadas de los productores locales de energía para subsidiar el consumo de los hogares y de las empresas de otros sectores y así limitar el impacto negativo.
Finalmente, este escenario supone la continuidad del régimen iraní, porque muchos iraníes (incluso opositores) se unen en su apoyo frente a un ataque israelí/estadounidense. Todos los actores regionales se radicalizan y vuelven más beligerantes, y la paz o la normalización diplomática se convierten en una quimera. Este escenario incluso puede arruinar la presidencia de Biden y anular sus posibilidades de reelección.
En el cuarto escenario, el conflicto también se extiende a toda la región, pero con cambio de régimen en Irán. Si Israel y Estados Unidos deciden atacar a Irán, pondrán en la mira no sólo las instalaciones nucleares, sino también las infraestructuras militares y de doble uso y a los dirigentes del régimen. Podría ocurrir entonces que, en vez de apoyar al régimen, los iraníes (que llevan más de un año protestando por los abusos de la Policía de la moral) se unan en torno a moderados como el expresidente Hassan Rouhani.
La caída de la República Islámica permitiría el regreso de Irán a la comunidad internacional. Todavía habrá una grave recesión mundial con estanflación, pero estarían dadas las condiciones para una mejora de la estabilidad y del crecimiento en Medio Oriente.
¿Cuál es la probabilidad de cada escenario? Yo asignaría las siguientes: 50% a la continuidad del statu quo; 15% a un brote de paz, estabilidad y progreso tras la guerra; 30% a un conflicto regional; y sólo 5% a un conflicto regional con final feliz.
De modo que la buena noticia es que hay una probabilidad relativamente alta (65%) de que el conflicto no se extienda a toda la región, con lo que las consecuencias económicas serían leves o estarían contenidas. Pero la mala noticia es que hoy los mercados sólo le están asignando como mucho un 5% de probabilidad a un conflicto regional que tendría graves efectos estanflacionarios en todo el mundo, cuando una cifra más razonable es 35%.
Esta indiferencia es peligrosa, sobre todo si se tiene en cuenta que la probabilidad combinada de que se dé algún escenario con importantes repercusiones mundiales (primero, tercero y cuarto) sigue siendo del 85%. Aunque el escenario más probable sólo suponga consecuencias leves para los mercados y la economía mundial a corto plazo, también implica la continuidad de un statu quo inestable que en algún momento llevará a nuevos conflictos.
Por el momento, las cotizaciones en los mercados apuntan a una casi perfección y se inclinan por los escenarios más moderados. Pero ha ocurrido muchas veces que los mercados evaluaran mal las grandes perturbaciones geopolíticas, y no debería sorprendernos que vuelva a ocurrir.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.