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El odontólogo Gilberto Martínez González

La fama de Gilberto Martínez González como odontólogo se debía a su entrega sin pausas ni horarios a su profesión. Nunca paró de estudiar

Gilberto Martínez González odontólogo

Tres generaciones de médicos, después de realizar en conjunto la extirpación de un tumor cervicofacial días antes del fallecimiento del doctor Gilberto Martínez González (al centro). // Foto: Cortesía

Guillermo Rothschuh Villanueva

5 de noviembre 2023

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Esa tarde me permitió comprobar con mis ojos las razones por los cuáles Gilberto Martínez González se había convertido en referente nacional en el campo de la odontología. Cuando decidí visitar en el mes de abril de 1979 a mi maestro de toda la vida, Pedro J. Quintanilla, el somocismo entraba en su recta final. Se reponía de un segundo infarto en casa de Gilberto, desposado con su cuñada Luz Amanda Martínez. Al entrar en la habitación de su anfitrión encontré a su concuñado con cinco o seis libros abiertos y un papel de empaque extendido sobre el piso. Al indagar qué estaba haciendo, me respondió que al día siguiente realizaría una operación maxilofacial muy delicada; analizaba el caso para evitar contratiempos innecesarios a la hora de hacer la cirugía. Mi padre me había transferido su grandísima y fecunda amistad. Un honor para mí.

En un dos por tres comprendí que la fama de Gilberto se debía a su entrega sin pausas ni horarios a su profesión. Ajeno a improvisaciones evitaba enfrentar percances en el momento menos indicado. Me senté a su lado para observar el dibujo que estaba haciendo. En la parte de arriba del papel tenía colocadas un par de radiografías que le servían de insumos para conocer el lugar preciso dónde y cómo metería la cuchilla. Una lección que se quedó para siempre en mi memoria y cuyo ejemplo me permitió ratificar que nadie triunfa sin hacer esfuerzos por sobresalir en cualquier ámbito profesional. Una prueba del entusiasmo contagiante con que la asumía. Los elogios recibidos obedecían a su pasión y entrega a una carrera en la que descollaba por sus logros. Nunca paró de estudiar. Disponía de una de las bibliotecas más completas de su especialidad.

Sus primeras conquistas las realizó como estudiante destacado en el Instituto Nacional de Occidente (INO). Se graduó con honores. Para satisfacer los deseos de don Gilberto se matriculó como estudiante de odontología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su padre soñaba que fuese médico. Las aspiraciones de Gilberto Martínez González eran otras. Deseaba labrarse un lugar destacado en el ámbito de las matemáticas. En México volvió a repetir la hazaña. Se graduó con honores en 1952 sustentando la tesis Historia de la odontología en México. Al regresar a El Viejo lo hizo como el primer graduado profesional nacido en ese municipio. Ese mismo año inició el despegue de quien después sería un profesional al que sus compañeros confiados consultaban sobre casos críticos llamados a resolver en sus consultorios. Su crecimiento médico fue meteórico.

En 1957 se incorporó como médico del recién fundado Instituto Nicaragüense del Seguro Social (INSS). Una decisión costosa. Tenía forzosamente que abandonar su pueblo. Pedro J. Quintanilla había hecho las gestiones correspondientes para que sus servicios profesionales fuesen contratados. Para hacerlo tenía que radicar en Managua. En ese momento ya habían nacido en El Viejo sus tres primeros hijos: Gilberto, María Luz e Ilce Martínez Martínez. Su mujer fue quien más resintió el traslado. Gilberto se había convertido en odontólogo exitoso, ganaba mucha plata más allá de las dispensas de honorarios que ofrecía a los pacientes de menores ingresos. El desarraigo suponía un cambio radical en sus vidas. Gilberto no había perdido de vista que para trascender como médico nacional tenía que migrar a la capital. No tenía otra alternativa.


Su sensibilidad profesional se vio acrecentada al convencer a los directivos del INSS de la urgencia de crear y expandir los servicios odontológicos departamentales hasta entonces inexistentes. El INSS amplió su cobertura hacia los departamentos de León, Granada y Matagalpa. En la medida que expandía sus alas sintió la urgencia de ampliar sus conocimientos. Como ha ocurrido en la historia de Nicaragua, dos médicos le servían de inspiración y acicateaban su toma de conciencia acerca de la necesidad de formarse como cirujano maxilofacial. Luis Navas Arana y Rodolfo Bolaños Vargas, “El Pato”, ejercían con buen suceso como otorrinolaringólogos. Eran los llamados entonces a realizar como parte de su oficio esta clase de operaciones. El trabajo desplegado por ambos galenos le sirvió de modelo para ampliar sus conocimientos. Estaba urgido de hacerlo.

Partió becado a Maryland bajo la convicción que integrarse como alumno en el afamado Walter Reed era la decisión más acertada de su vida. Sentía que para convertirse en odontólogo con mayor bagaje estaba obligado a estudiar la carrera maxilofacial. Dispuso su ánimo para aprender todo lo que el “Centro Médico Militar Nacional Walter Reed”, pondría a su alcance. Instalado en Bethesda se afanó en asimilar la sapiencia médica acumulada por el centro de estudios mejor calificado y más renombrado de Estados Unidos. La incorporación en su mochila de todo lo relacionado con la cirugía maxilofacial complementaba su formación profesional. Gilberto siempre sintió apremio por aprender todo lo relacionado con su profesión. Esta vez regresó a Nicaragua como el primer graduado en esta especialidad médico-quirúrgica. Un paso adelante.

El odontólogo Gilberto Martínez González con un paciente
Una de las operaciones más difíciles del odontólogo Gilberto Martínez González la practicó a una joven de apellido Galeano, de la Costa Caribe de Nicaragua. // Foto: Cortesía

II

En 1959 se propuso ser fundador y animador de la revista de la Asociación Dental de Nicaragua. Se convirtió en su director y editor. Sus colegas Jorge Omar Espinoza, Oscar Reyes Valenzuela, Guillermo López Solórzano, José Luis Tijerino, Boris Gutiérrez, Adilia Tapia Román, César González Geyer, Alejando Stadthagen, Manuel I. Calderón, Manuel Barrios Bermúdez, Max Miranda, Henry del Carmen y José María Martínez Campos lo acompañaron en esta aventura profesional. Eran miembros de su cuerpo de redacción. La revista se constituyó como centro de irradiación y difusor de las preocupaciones y necesidades de una profesión urgida de crecer y expandirse por todo el territorio nacional. A finales de los cincuenta sirvió como catalizadora para nuclear a un conjunto de médicos dispuestos a aportar sus luces en todos los niveles.  

Como parte de sus inquietudes profesionales, Gilberto formó parte del equipo de médicos fundadores de la Facultad de Odontología en León. Celosos de su prestigio los leoneses tuvieron que hacer a un lado sus aprensiones. Estaban conscientes de la importancia de contar con un médico del talento y el talante de Gilberto Martínez González. Cuando se sumó a esta iniciativa ya había adquirido notoriedad nacional. Gilberto se había establecido como profesional prestigioso en toda Nicaragua. Los leoneses estaban convencidos de la conveniencia de incorporarlo como parte de su cuerpo de profesores. Su primera y crucial aportación consistió en contribuir en la elaboración de los contenidos curriculares de distintas asignaturas incluidas en el plan de estudios. Gilberto estaba emocionado. Era un firme creyente de la necesidad de formar odontólogos capaces y obstinados.

Una de sus operaciones que alcanzó resonancia mediática la practicó a Ana Cecilia Galeano, una niña de siete años. Originaria de la Costa Caribe, nació con la boca cerrada. Solo ingería comida blanda. Con esa limitación aprendió a hablar. Los dolores de cabeza eran recurrentes. La artroplastia consistió en liberar las articulaciones temporo mandibulares. Era la operación No. 37 que realizaba el doctor Martínez González, con la salvedad que se trataba de la primera de esta naturaleza. Los médicos del Centro de Salud de Villa Venezuela habían transferido a la niña al Hospital Manolo Morales. La clínica maxilofacial estaba bajo su responsabilidad. La cirugía duró cuatro horas. Antes hubo de practicarle una traqueotomía con la intención de facilitar su respiración. Gilberto se tuvo que asistir de sus treinta nueve años de experiencia y de toda la pericia acumulada.

Con posterioridad se incorporó como miembro fundador de otras dos facultades de Odontología. Una en la Universidad Americana (UAM) y otra en la Universidad de Ciencias Médicas (UCM), donde además fungió como rector. Nada de lo que estuviese relacionado con su profesión le era ajeno. Nunca escatimó tiempo ni rehuyó a los compromisos y aportes requeridos para la formación odontológica de las nuevas generaciones. Sabía darse a manos llenas. Nada de lo que supiese era regateado. Más bien supo integrarse y multiplicarse cada vez que los centros de estudios demandaban sus aportes. La envidia y la arrogancia no encontraron alero en Gilberto Martínez González. Un nutrido grupo de jóvenes recibió su savia. En su gran mayoría expresan con orgullo haber sido sus alumnos. Una digna aspiración de centenares de estudiantes nicaragüenses.

Gilberto tenía puesta la mirada en la formación de nuevos profesionales y si logró forjar escuela en Nicaragua, sus ejecutorias sirvieron también de inspiración para que varios miembros de su familia se iniciaran en esta profesión. Su ejemplo se filtraba entre los suyos. Sigo creyendo que las grandes dinastías profesionales se forjan en el seno del hogar. La camada de profesionales en su familia ratifica mi creencia. La primera en seguir sus pasos fue su hija María Luz Martínez Martínez. Estudió odontología. Luego se graduarían en la misma especialidad dos de sus hijas, ambas nietas de Gilberto: Meme y Xaviera Artiles Martínez. Igual camino recorrió su nieto Gilberto Martínez Acosta. Nada le causó mayor regocijo que saberse reproducido a través de su hija y nietos. No había arado en el desierto. Se sentía dichoso y reconfortado.

Gilberto Martínez González con familiares
El doctor Gilberto Martínez González recibiendo visita de su nieto Gilberto, su esposa Erica Presas y sus bisnietos Gael y Ulises, durante los días de la pandemia de covid-19. // Foto: Cortesía

La muerte de Gilberto nunca debió producirse, terco siguió ejerciendo la profesión en los momentos más álgidos del covid-19. Se sabía útil. Eso nadie lo dudaba. Para no correr riesgos, durante los primeros meses, hijos y nietos llegaban a visitarle y se ubicaban frente a la reja de entrada a su casa en Belmonte. Guardo una fotografía registrando el momento. ¿A qué se debió que Gilberto optara por atender a sus pacientes? ¿Por qué desafió el celo familiar? De no haber transgredido las normas, el doctor Gilberto Martínez González, a sus 96 años, continuaría ejerciendo su profesión. Se conservaba sano y fuerte. Murió el 6 de noviembre de 2021. Un año después, y en la misma fecha, fallecía mi padre en Juigalpa. En su “querido pueblo”, como lo llamaba cada vez que refería a la ciudad de “caracolitos negros”. Hoy nos queda testimoniar admiración por su nobleza y grandeza médica.  

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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