2 de octubre 2023
Desde el surgimiento de las sociedades como las conocemos, los dirigentes políticos han recurrido al populismo. El subcontinente ha visto varios liderazgos carismáticos como Getulio Vargas y Joao Goulart en Brasil, Juan Domingo Perón y los Kirchner en Argentina o Lázaro Cárdenas, Adolfo López Mateos o Andrés Manuel López Obrador en México.
En los albores de la democratización en los años noventa del siglo pasado la región presenció una metamorfosis de los liderazgos y también de la democracia. Sería incorrecto negar la existencia del populismo desde hace siglos, antes se lo concebía como forma para acceder al poder, pero ahora se ha vuelto en una técnica para conservarlo. Esto no ocurrió por generación espontánea, sino que se dio cuando la democracia liberal se transformó en democracia de audiencias.
De acuerdo con el politólogo Bernard Manin, la democracia de audiencias se entiende como el modelo en el que los partidos y agenda de gobierno son relegados a un segundo término, pero la candidatura que contiende por un cargo adquiere relevancia por su estridencia política. Este fenómeno surge a partir de la liberalización económica y la masificación de los medios de comunicación, inclusive Giovanni Sartori lo llamó la sociedad teledirigida en su libro Homo Videns, donde explica cómo la democracia adquiere similitudes con los programas televisivos.
América Latina ha sido testigo de gobiernos que ejercen el poder a través del populismo para mantener la aprobación y el respaldo e incluso señalar a adversarios políticos. México es uno de los mejores ejemplos, un presidente que diariamente realiza conferencias matutinas para fijar la discusión en la opinión pública. Sus simpatizantes creen dogmáticamente lo que el Ejecutivo declara en su conferencia e incluso a la luz de los datos, la realidad o los hechos si esta les es adversa, la niegan o descalifican.
Incluso la oposición al gobierno de López Obrador está marcada por la retórica presidencial, ya que se han dedicado a lo largo del sexenio a solo responder los dichos presidenciales, cosa que les ha dificultado la construcción de un discurso propio. Asimismo, la imagen que ha creado el presidente sobre los opositores hace que sus simpatizantes construyan el perfil o la idea de lo que es un conservador o un fifí, de acuerdo a la visión lopezobradorista.
Otro país que ha mezclado el modelo de audiencias con el populismo gubernamental es El Salvador. El caso Bukele es interesante, ya que es un mandatario joven, con amplia aprobación y que utiliza las redes sociales y medios de comunicación tradicionales como altavoces de su gobierno. El mandatario publica en Twitter todo lo que hace y ha llegado al extremo de convocar manifestaciones a través de la red social. Así logró que en 2020 la sociedad se manifestara al exterior de la Asamblea Nacional y presionara para que se aprobara su plan de seguridad.
En el modelo de audiencias el líder político asume el rol de emisor y sus seguidores son los receptores. A pesar de que Manin se refiere a las democracias de audiencias, en Latinoamérica también concibo un nuevo modelo que desde mi óptica puede denominarse autocracias de audiencias. La autocracia es la deformación de un régimen político que se moldea a la imagen y semejanza de un líder; estos tienden a no ser democráticos y se sostienen a través de tintes populistas, en algunos casos.
Hago mención de este concepto debido a que hay países que han dejado de ser democracias si se habla de la consistencia del concepto y este se reduce al ámbito electoral. La Venezuela chavista (1999-2013) transitó de una democracia liberal a una autocracia de audiencias. En ese entonces Hugo Chávez apostó por los programas de radio y televisión; sus apariciones contando chistes, cantando o ejercitándose fueron técnicas que encantaron a sus simpatizantes y seguidores.
Chávez no solo fue el presidente; fue el cantante, el conductor de radio, el beisbolista, pero también se convirtió en un ser omnipresente de Venezuela. Esto puede identificarse en su promocional “Ya no me pertenezco, Chávez es un pueblo”, en el cual él personificaba al pueblo en su totalidad. Tras su deceso en 2013 y el ascenso de Nicolás Maduro, se continuó con esta técnica. El presidente se ha vuelto tendencia por sus dichos, como su declaración sobre el pájaro en forma de Chávez que le habló hasta sus eventos donde baila todo tipo de música, juega béisbol o toca instrumentos musicales.
El objetivo es mostrar simpatía y cercanía con la gente. No necesita solo trabajar en una oficina hermética sino que debe mostrar que también es un ser de carne y hueso. El populismo sedujo a una parte de la ciudadanía, pero también fue la estrategia para avalar la construcción de la autocracia. Se redujeron las libertades políticas, el Estado se volvió omnipresente y la polarización se volvió parte de la vida diaria.
Por último, otro país que funciona como una autocracia de audiencias es la Nicaragua de la pareja Ortega-Murillo. Este caso llevó más tiempo, pero desde el segundo mandato de Daniel Ortega, que inició en 2007, se realizó una producción profunda en el sentido televisivo de la palabra. Muchos recordaban al comandante vestido de verde olivo y grandes lentes, empero, cuando ganó otro mandato, comenzó a vestirse con ropa de civil y principalmente de color blanco para enviar un mensaje de paz.
Asimismo, el orteguismo no podría sostenerse sin el apoyo de la primera dama, coordinadora de Comunicación y hoy vicepresidenta Rosario Murillo. Ella ha sido la responsable de construir el mensaje, el escenario y el discurso ya no de la revolución sandinista, sino de los logros que ha traído y la necesidad de mantenerla. Las personas que comulgan con el orteguismo se sienten parte de la Historia y conciben la necesidad de defender a su país de cualquier amenaza.
Como vemos en algunos ejemplos, los presidentes han optado por el modelo de audiencias, el cual es benéfico para su imagen y los temas de su interés. No se necesitan resultados en el ejercicio del poder cuando los presidentes logran imponer su realidad de país y los hechos. A pesar de que muchos sectores se ven atraídos por este modelo, no debemos olvidar que las agendas y propuestas deben tener un papel central en la vida democrática.
Los problemas de las naciones se resuelven con medidas coherentes, técnicas y datos duros, no a través de bailes, descalificaciones y redes sociales. Se puede simpatizar con un personaje, pero la democracia y el pluralismo no puede reducirse a su voluntad o visión.
*Texto originalmente publicado en Latinoamérica21