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Vargas Llosa y el goce de la sexualidad

El peruano otorga al sexo la preeminencia que tiene en la vida cotidiana. Muchas de estas prácticas no tendrían por qué escandalizar a los mortales

Fotoarte: Confidencial

Guillermo Rothschuh Villanueva

1 de octubre 2023

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A Irene Selser

I. Muchos prefieren mantener el sexo a oscuras 

Solo conozco un estudio exhaustivo acerca de la manera que Mario Vargas Llosa aborda el sexo en su arte narrativo. Su coterráneo José Miguel Oviedo lo llama con acierto Historia de un libertino. Se trata de una de sus constantes más notables. Un devoto de sus obras jamás podría pasar desapercibida la forma en que aborda la sexualidad. El sexo practicado de forma sosegada no llama su atención. No encuentra cabida. Sabe que la gratificación sexual, como le llamaba Conrad Lorenz, se encuentra en la zona oscura, esa que pocos se atreven a develar en todas sus manifestaciones. En ese territorio se desplaza a sus anchas, con inigualable maestría. Crea personajes que constituyen verdaderos desafíos para moralistas insulsos. El peruano otorga al sexo la preeminencia que tiene en la vida cotidiana. Muchas de estas prácticas no tendrían por qué escandalizar a los mortales. 

La ciudad y los perros, su obra primigenia, exhibe la forma que abordará el sexo. Sentirá predilección por lo anómalo y desafiante. Torturará a los ingratos. Inundará el universo con historias fascinantes. Conformará una galería de personajes inolvidables, chapaleando sexo con frenesí delirante. Ondeará las banderas de la concupiscencia. Los cadetes del “Leoncio Prado” gozan masturbando a la Malpapeada. Para muchos un sexista y para otros, erotómano aventajado. Con Los cachorros continúa esta pasión desbordante. Se asoma al sexo de manera peculiar. Una manifestación que muchos quisieran mantener en el limbo. Especialmente los políticamente correctos. “Pichula” Cuellar, su primer vástago. Un niño emasculado adquiere conciencia demasiado pronto que no podrá sostener relaciones picantes como sus demás compañeros de colegio.

Entre los novelistas latinoamericanos de su generación, por muy empecinados machucantes que hayan sido, ninguno dispensa un trato especial a la sexualidad. Vargas Llosa se explaya con desafueros desbraguetados. En La tía Julia y el escribidor convierte en ficción parte de su vida. Asume la temeridad de fabular sus años juveniles. En su juventud decidió casarse con una tía política. Se entregó en brazos de una mujer adulta, resuelta como él, a vivir una pasión reprobada por almas puras. Para sellar sus arrebatos, viviendo los tres en París, se divorció de la tía Julia y casó con Patricia Llosa, su prima-hermana. Consecuente con sus sentimientos, tras cincuenta años de matrimonio, se separó abruptamente de Patricia. Después de ocho años de separados, volvió a caer rendido en sus brazos.

II. Voyerismo y triángulo amoroso


Veta inagotable en la creatividad profusa de Mario Vargas Llosa: asumir el sexo en todas sus variantes. En Elogio de la madrastra sentirá especial devoción por el triángulo amoroso. Un triángulo conformado por el hijastro (Fonchito), la madrastra (Lucrecia) y el padre (Rigoberto), nada más que Foncín es un niño. Valida que todo niño precoz intelectualmente es precoz sexualmente. Esto nos dice Freud en su estudio sobre La sexualidad infantil, hasta donde viajé cuando leí por vez primera estos arrebatos pasionales. Durante la campaña para presidente del Perú (1989), los políticos armaron una alharaca y le endilgaron el mote de “Diablo”. En una edad saturada de inocencia, Vargas Llosa crea un angelito perverso.

En Los cuadernos de don Rigoberto fantaseará a sus anchas. Fonchito no logra contener sus deseos por poseer a doña Lucrecia. Advertida como estaba sucumbió a sus encantos. Siendo responsable de su separación, busca cómo reconciliar a su padre con su madrastra. En Conversación en la catedral muestra la otra cara de la luna: el voyerismo enfermizo de Cayo Mierda. El poderoso miembro del gabinete de Odría se deleita viendo como la Queta lame a la Musa, la vedette más despampanante de Lima, por todos sus rincones. Nada más. Cayo Mierda se mostraba ajeno a cualquier otra clase de goce carnal. El negro Ambrosio, contertulio de Zavalita en la “La Catedral”, fue amante de don Fermín, su padre. Siendo su chofer le obligó a convivir con él. Después Ambrosio le dará muerte.

En La guerra del fin del mundo, el Barón de Caña Brava, con una esposa enajenada, posee a la negra Sebastiana, su esclava, dispensándole un cariño que jamás ofrendó a su mujer. Lamerá su panocha en su propia alcoba. Jurema traiciona a su marido con un periodista dos veces miope, primero por cegato y segundo por no haber conocido el goce prometido, sino a través de amores comprados. El cura de Canudos viola el celibato. Con su actitud agiganta la figura del Consejero, un practicante ejemplar, jamás sucumbe al llamado de la carne. En Travesuras de la niña mala, novela conmemorativa de sus setenta años, aparecen escenas donde el japonés Fakuda, únicamente se tiempla al cien, viendo a la niña mala en un éxtasis fingido, follando con Ricardito Somocurcio, el infanticida.

En Quién mató a Palomino Molero sube la parada, no recrea el Complejo de Edipo. Opta por una situación más aberrante. El coronel Mindreau seduce a su hija Alicia, para compensar el fallecimiento de su esposa. Murió durante el parto de su hija. El militar, recto, ejemplar, con una hoja de servicio impecable, tenía una concepción sórdida del sexo. Percibe como natural convertir en amante a su propia hija. Ante la inminencia de su pérdida, enamorada como estaba Alicia del flaquito Palomino, (él cantaba boleros embrujantes, seductores, ella cantaba boleros, dice Cabrera Infante, en Los tres tristes tigres), su padre acaba con la vida del aprendiz de mecánico de aviación, de manera brutal: con los huevos machucados, triturados y arrancados. Machismo en estado puro. 

III. Un cuerpo de visitadoras para los militares

Los amores de Tomasito Carreño con Mercedes Tréllez son narrados de manera prolija en Lituma en los Andes. Tomasito, policía inocente, es conducido a la corrupción por su padrino. El alto militar lo envía a proteger a un capo de la droga, mientras cogía con la Meche, Tomasito le da muerte. No comprende la pequeña dosis de sadismo y masoquismo que hay en el acto carnal. Se enamora de la puta. ¿Eso qué tiene de malo? No sabe que Lituma conoce el largo historial amoroso de la Meche: había sido ganada en un juego de dados. La mujer como objeto sexual. En La fiesta del Chivo, Cerebrito Cabral, caído en desgracia con el sátrapa dominicano, Rafael Leónidas Trujillo, para recuperar la gracia perdida, pervertido, pervierte a su hija Urania. La entrega en brazos enfermizos del dictador. Impotente, utiliza los dedos para destripar enfurecido sus débiles membranas de virgen rezagada. La cama como antesala del poder.

La entrega de Flora Tristán a la redención humana, engrandece su condición de militante del socialismo utópico. Asumo su lesbianismo como asumí las confesiones de Frida Kahlo sobre sus prácticas lésbicas. Esto no mermó mi aprecio por una mujer que desafió y conquistó un sitial en el otro México (no el mojigato y puritano), al que aprendí a conocer durante mis años de estudiante en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los amoríos de Flora en El paraíso en la otra esquina, no menos subyugantes que los de su nieto Paul Gauguin. Un concupiscente metido en el infierno de su propia desdicha. Sifilítico, llagado, drogado, pudriéndose en vida, no se contiene. Irredento con las nativas de Tahití, presa de su desenfreno, sigue embramado, hasta que le alcanza la muerte.

Pantaleón y las visitadoras, un dulce remanso donde sació su sed. Con una estructura propia de los reportes militares, haciendo malabares, fabula sobre la más audaz de las creaciones: un cuerpo de putas al servicio del ejército peruano. Los excesos de la tropa, violando mujeres, en vez de merecer castigo, dan paso a la creación de un contingente de hembras al servicio de los miembros de base del cuerpo castrense. Si La ciudad y los perros, los militares la interpretaron como un golpe inmerecido, Pantaleón y las visitadoras les sacó de quicio. Por muy controversial que parezca, Vargas Llosa airea el sexo en toda su desnudez. Piedra de escándalo, más escandaloso aún, tener la osadía de recrearlo hasta adquirir un tinte especialísimo.

El capitán Pantaleón Pantoja crea como el más avezado administrador, un contingente de mujeres dispuestas a aquietar la febrilidad sexual de unos desquiciados. Para enmendar sus desafueros, el ejército peruano pone a su disposición a un conjunto de damas. Después de retozar con ellas, Pantaleón Pantoja, hacía entrega formal a la Chunga, para que administraba sus polvos. Así fue que se enamoró de la brasileña. La vez primera que estrujó sus carnes, estando con la regla, siguió al pie de la letra sus instrucciones. Ella le pidió que lo hiciera por la puerta trasera. Al ser reprendido por el Tigre Collazos, miembro del Estado Mayor del Ejército, le recrimina que habiéndose acostado con tantas mujeres, no alcanza a comprender por qué no está tuberculoso.

IV. Homosexualismo y lesbianismo

Lituma y la Chunga forman parte del mundo literario de Mario Vargas Llosa. Engendrados en La Casa Verde, burdel donde se practicaba el sexo más enrevesado, maridos prostituyendo a sus esposas, insurgen a la vida “Los Inconquistables”, horda de cafiches, viviendo de sus amantes. En La historia de Mayta sufrí el más delicioso engaño. Alejandro Mayta, militante trotskista, se pasa la vida conspirando como miembro de una célula revolucionaria, mientras vive plenamente su condición marica. Durante las sesiones partidarias extiende los pies bajo de la mesa, para tocar los genitales de sus compañeros. Al final Vargas Llosa confiesa que Mayta jamás ha sido homosexual. Es tal la convicción narrativa, que no alcanzo a delinear un perfil diferente. Una prueba de cómo calan la verdad de las mentiras. 

En Cinco esquinas (2016), libro celebratorio de sus ochenta años, vuelve a la carga. Decide encamar a Marisa y Chavela, dos mujeres casadas. Para no transgredir el toque de queda impuesto por Fujimori, esa noche deciden dormir en la misma cama. Terminan descubriendo las delicias del lesbianismo. ¿No se sienten sorprendidos por su desfachatez? Isabel se llamaba su exmujer, la reina de corazones. Isabel Prysler el rostro predilecto de ¡Hola! célebre revista española. Vargas Llosa se integró por buen tiempo como miembro de número de la Sociedad del Espectáculo. Después de hacer un trío, Marissa e Isabel convencen a sus maridos de revolcarse los cuatro. Deciden hacerlo lejos del Perú. En Miami. Una relación impensable e indecorosa para muchos, audaz y fruitiva para otros.

En El sueño del celta y El héroe discreto, se ciñe a su arte poético. Para Vargas Llosa una buena novela es la conjunción de una porción de violencia, una narración pormenorizada de los hechos y una buena dosis de sexo. Lo último entenderlo de acuerdo con su forma de concebir la sexualidad. En El sueño del celta vuelve a la carga. En su canto contra el imperialismo británico, no por eso hace a un lado la homosexualidad de Roger Casement, pretexto esgrimido por los británicos para condenarlo. No soportaron su apoyo a los sublevados. En El héroe discreto asoma el adulterio. Senil, Felícito siente por vez primera el goce de encamarse. El peruano se ajusta a los principios en que asienta su prodigiosa arte narrativa.

La sexualidad en Vargas Llosa porta una carga explosiva. Una forma de acercarse a uno de los más dulces placeres. Su condición de erotómano le permite multiplicar al infinito la creación de personajes lascivos. El desfile es largo. Maricones, putas, lesbianas, sádicos, masoquistas, adúlteros, pajistas, etc. Nunca ha tenido reparos en sazonar sus novelas con una sexualidad desbordada y desbordante. Aterra a los timoratos. Millones de lectores lo celebran. Se adentra en la sexualidad para despercudir a los ingenuos. Los más bragados exaltan la decisión de mostrar las dos caras de la luna o iluminar escenarios para atormentar a quienes se parapetan tras las cortinas de la doble moral.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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