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Estados Unidos, las élites y la oposición

Después de cinco años de resistencia, sería positivo para la oposición detenerse y repensar la estrategia, para seguir la lucha

Harley Morales-Pon

13 de septiembre 2023

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Nadie se sorprendería que un opositor frente a las dictaduras latinoamericanas evaluara de manera positiva el rol de EE. UU. en la lucha por la democracia. Un poco más lejos, en el Oriente Medio, la respuesta sería distinta, incluso opuesta. 

Y es que la lucha a favor de la democracia es abanderada por los EE. UU. con críticas de por medio. Algunos un poco más a la izquierda del espectro político dirían que esta ha sido excusa para imponer sus intereses económicos y geopolíticos en países de Oriente Medio. Más allá de estas críticas, lo cierto es que la mayoría de esos países, como Siria, no han transitado a la democracia, sino en Estados fallidos con grandes conflictos internos.

En lo que respecta a la región latinoamericana, EE. UU. no siempre estuvo convencido ni apoyó la implementación de la democracia. En un contexto de guerra fría y con el triunfo de la revolución cubana, el temor de que la vía electoral diera acceso al poder a Gobiernos nacionalistas o socialistas llevó a EE. UU. a apoyar, por ejemplo, el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende. El miedo de que los intereses oligárquicos, de compañías como la United Fruit Company en Centroamérica y en sí de que la relación centro-periferia fuera afectada por medidas radicales, llevó a EE. UU. a un combate desmedido frente al “comunismo”, instaurando dictaduras militares o financiando movimientos contrainsurgentes. La violación contra los derechos humanos se convirtió en práctica de Estado.

Después de la caída del bloque soviético y en un momento en que la gran mayoría de países de la región habían celebrado elecciones relativamente libres como desenlace de guerras civiles o dictaduras militares, tal como afirmaba el sociólogo Edelberto Torres Rivas para el caso centroamericano, las democracias débiles de nuestros países han demostrado ser no tan peligrosas como se pensaba. 


Los Gobiernos que juegan dentro de las reglas democráticas, incluso más a la izquierda del espectro, en la medida en que no se oponen al libre mercado y la producción capitalista, mantienen buenas relaciones comerciales con EE. UU. Incluso aquellos que radicalizan sus posiciones autoritarias y tensan sus relaciones con Washington, como el caso de Nicaragua, mantienen estables sus tratados de libre comercio. En este caso, el “deseo democrático” y la realidad de los mercados se contradicen. 

Y nadie dudaría que verdaderamente existen demócratas en el seno de la política estadounidense. Sin embargo, el Estado y el Gobierno de EE. UU. es un campo en el que actores en diferentes instituciones también detentan intereses contradictorios, y mientras la libre circulación de mercancías fluya sin mucho problema y los intereses económicos de EE. UU. no se vean atropellados u obstaculizados, la democracia no será una prioridad en la agenda.

Las élites ante la demanda de cambio democrático

Para Daniel Ortega, el levantamiento popular de 2018 fue orquestado por los grandes capitales con los cuales había configurado un arreglo institucional corporativo tutelado por Washington, y dirigido por sus antiguos compañeros de partido, el MRS. La realidad es otra, el levantamiento fue meramente autoconvado, apoyado y alimentado por organizaciones de la sociedad civil al punto que presionó tanto a los grandes capitales como a Washington a cambiar su posición con respecto al proyecto de “diálogo y consenso” del régimen con los grandes empresarios.

Sin embargo, los grandes capitales representan y actúan según el germen que llevan consigo mismo, como oligarquías a las cuales la democracia siempre les ha parecido algo incómodo. Los grandes capitales se involucraron al inicio de la lucha democrática más por temor a las posiciones radicales del pueblo insurreccionado que al mismo Ortega. Su objetivo final era moderar el proceso y asegurar que una transición no cambiaría el lugar privilegiado que estos habían estado ocupando en las decisiones políticas. 

La segunda negociación en 2019 representa muy bien la anuencia de estas fracciones del gran capital para encontrar una solución que, al tiempo que calmara las ansias democráticas del pueblo y las organizaciones con posiciones más radicales, no cambiara la correlación de fuerzas en una posible transición democrática. Claramente, las posiciones entre la Alianza Cívica y el régimen de Ortega eran contradictorias y el intento de llegar a acuerdos fracasó. Las posiciones más radicales del pueblo movilizado y organizado se hicieron escuchar y Ortega retrocedió. 

El fracaso de la segunda negociación representa para ambas partes del capital, los banqueros y Ortega, la imposición de las posiciones radicales en el seno de la oposición y por tanto la huida de unos y la radicalización autoritaria de la otra. La huida de los grandes capitales a apoyar a la Alianza Cívica fue notable cuando Juan Sebastián Chamorro dejó de ser el “ungido”, muy conciliador algunas veces con grupos de la Unidad Nacional Azul y Blanco, y Arturo Cruz presentó su candidatura a la presidencia apoyado por jóvenes de la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN) para correr con el partido Ciudadanos por la Libertad (CXL). 

Así pues, los grandes capitales abandonaron la escena política. Ya sea porque temen sanciones de EE. UU. o porque un arreglo con un régimen político sin legitimidad internacional les parecería poco atractivo o inviable, no han vuelto a acercarse públicamente a Ortega. Sus negocios siguen en pie, pero la pregunta es hasta cuándo seguirán blindados por su poder económico. 

Por tanto, de los grandes capitales también depende la lucha democrática en Nicaragua, y como ya Torres Rivas afirmó en torno al papel conservador y antidemocrático de las oligarquías centroamericanas, “si la oligarquía se resiste a cambiar, el desarrollo democrático será más difícil”. Las fuerzas democráticas organizadas entonces deberían dialogar con estos actores, moderar sus posiciones e inducirlos en la senda de la democracia y a involucrarse en el proceso político, sobre todo porque estos representan un poder igual con el Ortega estaría dispuesto a sentarse a negociar. 

La estrategia de lucha cívica de la oposición 

Desde el exilio, un sector de la oposición se encuentra esperanzado en alguna hazaña extraordinaria que desde las oficinas de la Administración estadounidense haga tambalear al régimen de Ortega, tanto que éste voluntariamente acepte elecciones libres. Sin comprender que Ortega no se orienta por las reglas democráticas domésticas o internacionales y que su poder emana de las fuerzas represivas, la estrategia de este sector de la oposición se basa más en un deseo que no se corresponde con la realidad de cómo opera la Administración estadounidense que no representan un peligro estratégico para sus intereses.

Así pues, se está luchando bajo lógicas distintas. No se entiende la lógica que orienta la práctica del régimen de Ortega y las contradicciones de la política estadounidense, y en ese embate la acción de la oposición pareciera pecar de ingenuidad. 

Aunque la lucha cívica y pacífica es deseable y necesaria, no existen ejemplos recientes exitosos de transiciones democráticas ante dictaduras autoritarias en países latinoamericanos. El proceso venezolano es ejemplo de lo difícil que son las luchas cívicas frente a las dictaduras del tipo Maduro y Ortega. El caso de la presidencia interina de Juan Guaidó no funciona cuando uno de los actores en contienda quiere luchar desde la institucionalidad y el otro desde la fuerza desnuda de las armas. Más aún, es demostrativo de que cuando Washington entiende que la estrategia está agotada, el jinete es sustituido. Las negociaciones directas entre EE. UU. y Venezuela parecerían tener más posibilidades de lograr un proceso de liberalización que desemboque en elecciones libres.

En este sentido, la lucha democrática nicaragüense en el exilio se ha vuelto meramente demostrativa, sin los efectos que esto puede generar. Los liderazgos siguen otorgando entrevistas que son mostradas en redes sociales, y menos que antes las organizaciones publican comunicados. Sin embargo, más que generar esperanza, la garantía de esos comunicados podría ser para dichas organizaciones, la confirmación propia de su existencia. La confirmación de que se está ahí y que no se ha muerto.

En lo que respecta a las luchas internas, aunque normales, desgastan para adentro y para afuera, sobre todo porque no hay elementos que disputar más que el espacio de estar presentes. Aunque es duro decirlo, el exilio puede jugar un rol positivo en el sentido de hacer frenar las ansias de querer correr por construir unidad sin propósito. Después de cinco años de resistencia, sería positivo detenerse y repensar, para seguir la lucha.

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Harley Morales-Pon

Harley Morales-Pon

Activista y opositor nicaragüense exiliado. Abandonó sus estudios universitarios de Sociología para integrarse a la lucha cívica estudiantil y social de Nicaragua, en 2018. Fue fundador de la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN), y fue integrante de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD). Ahora integra el grupo Formadores con Vos.

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