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Migrantes nicas profesionales trabajan como obreros en el extranjero

Un ingeniero pinta casas en Oklahoma, un abogado atiende llamadas en Zaragoza, y un periodista lava trastes en Florida

Ilustración: Confidencial

Iván Olivares

10 de septiembre 2023

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Muchos profesionales salieron de Nicaragua con la esperanza de encontrar en el extranjero las oportunidades que no hallaron en el país. Tres de ellos, que conversaron con CONFIDENCIAL, sólo encontraron la posibilidad de lavar trastes, pintar casas, o responder llamadas, porque sus títulos en Comunicación Social, Ingeniería Química, y Derecho, no valen nada fuera de nuestras fronteras.

Miles de nicaragüenses -unos 750 000, según datos citados por el politólogo Manuel Orozco, director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo del Diálogo Interamericano- salieron del país a partir de 2018, buscando opciones en otras economías del continente y hasta de Europa. En muchos casos, se trata de profesionales con altos niveles de experiencia, formación y capacitación, por lo que se le considera una fuga de cerebros.

Antón, (graduado en periodismo, ahora lava trastes en Florida); Franko (ingeniero químico, pinta casas en Oklahoma) y Wáscar (abogado, atiende llamadas en Zaragoza). Son solo tres ejemplos de una parte de esa diáspora que tuvo que irse del país dejando atrás sus diplomas universitarios, porque con eso no se consiguen mejores empleos en el extranjero, como pudieron confirmarlo.

Si los dos primeros se fueron a Estados Unidos impulsados por la política de expulsión de ciudadanos que incentiva y permite el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, el tercero llegó a España en 2016 para estudiar una maestría y al concluirla en 2018, se dio cuenta que no había razones para regresar a una Nicaragua en convulsión social y zozobra económica, así que se quedó junto a su esposa e hija, en la ciudad que ya conocía.

El periodista que lava tus platos


Antón quiso estudiar periodismo en la Universidad Centroamericana (UCA), pero no tenía el promedio para optar a una beca, ni el dinero para pagar las mensualidades en esa casa de estudios, y aunque existía la oportunidad de ingresar a la Universidad del Valle, al final se decidió por la Universidad de Managua (UdeM), no porque pensara que era la mejor, sino porque cobraba barato y estaba cerca de su casa.

De su época de estudiante recuerda con desagrado que “tuve que lidiar con la personalidad del rector Mario Valle, que siempre trataba mal a los estudiantes. Era un ogro repugnante”. En contraste, tiene muchas palabras de elogio para su madrina, que prácticamente le costeó toda la carrera, así como para una tía que vive en Estados Unidos, cuyo apoyo económico fue clave para que pudiera pagar el curso de titulación, que duró cuatro meses.

Por su parte, realizó algunos trabajos para cubrir otros gastos como folletos, pasajes, libros o proyectos, sin desdeñar el apoyo de su madre. “A veces llevaba solo 50 córdobas a la universidad (poco más de un dólar y medio) para enfrentar jornadas sabatinas de casi ocho horas de clase, y con ese monto tenía que comprar algo para comer, “aunque a veces me saltaba algunas comidas”, asevera.

Antón recuerda que hizo un poco de radio, (locución y reporteo de noticias); también produjo un programa de televisión, y hasta se alió con un amigo periodista nicaragüense radicado en Costa Rica, para lanzar en Nicaragua una versión del medio que él manejaba en la vecina del sur. Mientras buscaba su lugar en el ecosistema periodístico nacional, recibió una invitación de la oficialista Radio Ya, “pero por mi ideología y mi posición política eso no me hizo clic jamás”, porque “no soy vocero de nadie, y mucho menos de la dictadura”.

Después de una accidentada travesía por el norte de Centroamérica y México, logró llegar a Estados Unidos, eligiendo Florida igual que miles de migrantes más, en su caso, “huyendo de la represión, de la situación política, social y económica que hay en Nicaragua. Era eso o la cárcel, porque yo era muy activo -y sigo siéndolo- en redes sociales, defendiendo derechos humanos, denunciando los actos ilegales criminales de la dictadura”.

Uno de los primeros trabajos que realizó fue en un hotel donde estuvo diez meses puliendo pisos y limpiando áreas públicas, hasta que lo nombraron supervisor de la limpieza del hotel, pero tuvo que dejarlo. Después de pasar buen tiempo buscando otro trabajo, supo a través de un grupo de búsqueda de empleo por WhatsApp, que un restaurante buscaba personal para dishwasher (lavaplatos), y aplicó.

“Antes que me convocaran, el contacto que sabía cuál era el restaurante que buscaba personal, me condicionó a que me daría el número al cual tenía que llamar, con el compromiso que si me daban el empleo, tenía que aceptar que en la primera semana me descontaran 100 dólares para dárselos a él por facilitar el contacto”, detalla.

Aceptó, y ahora Antón tiene un trabajo de 40 horas por semana, ganando 12.50 dólares por hora. Recibe las copas, platos, vasos y cubiertos sucios que vienen del salón, desecha las sobras, los coloca en su canasta, y los lleva al dishwasher para que los laven. Aprovechando que hay platos que las personas casi no tocaron, “empaco proteína porque casi no visito el supermercado porque la bolsa no me da para tanto. Muchas veces me tengo que apretar el estómago”.

En otras ocasiones toca cargar cajas toda la noche, recoger la basura, instalar una tarima, trasladar muebles, entre otras actividades. Con esos 500 dólares semanales, paga 850 de renta, 300 al abogado, teléfono, transporte (viaja en Uber todas las noches, porque no hay autobuses a las dos o tres de la mañana, que es la hora en que termina su jornada). Aunque su madre no depende de él en su totalidad, le ayuda a ella, y a veces al sobrino, así como al perro que dejó en Nicaragua.

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Dos maestrías por cada mano de pintura

Franko estudió Ingeniería Química en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), entre 1990 y 1996, aunque defendió su tesis varios años después. Entre 2007 y 2009 sacó una Maestría en Dirección de Negocios, siempre en la UNI. Hoy pinta paredes en Oklahoma, Estados Unidos.

De su época de estudiante recuerda que se dedicó a estudiar a tiempo completo, porque la UNI era una universidad exigente. “No como ahora, que hay seminarios para ayudar a los estudiantes. Comenzamos 90 en primer año, y en segundo éramos solo 45. Nos graduamos solo cuatro o cinco. Mi papá cubrió mis gastos”, expresa.

A pesar de su flamante título, Franko nunca pudo ejercer porque “siempre pedían experiencia, pero ¿cómo iba a obtenerla, si no me daban trabajo?”. Después, comenzaron a pedir profesionales con nivel de maestría, y cuando la sacó, comprobó que necesitaba ‘padrinos’ (que él no tenía) para entrar a una empresa, privada o estatal.

Aunque nunca pudo aplicar lo que aprendió al sacar la maestría en Química, consiguió un puesto en el área de diseño de una oenegé, donde logró escalar como asistente del director de programa, experiencia que lo inspiró para sacar otra maestría, esta vez, en Dirección de Empresas, lo que tomó como un reto que pudo superar.

Pero ante la falta de oportunidades, en agosto de 2022 inició el viaje hacia Estados Unidos que lo llevaría por Honduras, Guatemala y México hasta llegar a Oklahoma con ayuda de amigos.

Recuerda que consiguió su empleo actual en pintura residencial de casas nuevas, “gracias a la suerte”, en un momento en que, después de estar tres semanas sin trabajo, y angustiado porque ya no tenía dinero, en cierta ocasión en que estaba comprando tacos mexicanos llegó alguien todo lleno de pintura. Le preguntaron si su jefe necesitaba personal, y él les dio una tarjeta. Llamaron y lo contrataron.

Ilustración: Confidencial

Ahora trabaja de lunes a viernes, de 8:00 de la mañana a 5:00 de la tarde, por 13 dólares la hora. Con ese ingreso, toca administrar bien y ahorrar ante la eventualidad de volver a quedarse sin empleo.

Aunque en Estados Unidos no puede ejercer ninguna de las dos profesiones para las cuales sacó maestrías, espera poder validar sus títulos, llevando cursos y estudiando los procesos industriales, para actualizarse. El proceso dura dos años, pero “la vida te presenta retos, oportunidades y desafíos”, y él está dispuesto a enfrentarlos.

Mientras tanto, apoya económicamente a un familiar que se quedó en Nicaragua, “pero no de forma constante, porque acá son demasiados los gastos”.

2018… mal momento para regresar a Nicaragua

Wáscar estudió una licenciatura en Derecho entre 2000 y 2006, “en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), hoy confiscada por la dictadura”.

De su época de estudiante menciona los esfuerzos para sobreponerse a la precariedad económica de su hogar, en una familia monoparental donde su madre, haciendo un gran esfuerzo para que alcanzara con su bajo salario, logró que se graduaran él y sus dos hermanos. Es una época que recuerda como “difícil”, porque “en el 2000 no teníamos tanto acceso a audiolibros o información en la nube, o a Google, sino que debíamos comprar libros muy caros”, o hurgar en la biblioteca.

El esfuerzo académico y económico se vio recompensado cuando, después de graduarse, pudo ejercer su profesión, llegando a trabajar en el área legal de varios bancos, entre ellos Citibank; el extinto Banex, la financiera Fama, y en Banpro, además que también litigó por su cuenta, y hasta asesoró a algunas organizaciones de derechos humanos.

En 2016, Wáscar consiguió una beca para estudiar un máster en la Universidad de Zaragoza, España, pudiendo llevar consigo a su esposa y a la pequeña hija de ambos, cuyos gastos estaban cubiertos por la beca. En 2018, cuando concluyó sus estudios, y llegó el momento de volver, Nicaragua era un país “en llamas” que invitaba a quedarse lejos… y se quedaron en el viejo continente.

Cuenta que no puede ejercer como abogado en España porque no ha podido homologar sus estudios nicaragüenses de Derecho, lo que significa un gasto muy alto porque para colegiarse como abogado debe obtener otra maestría que cuesta 11 000 euros, más otros 4000 solo para realizar el trámite.

Además, al “desaparecer” la razón social de la Upoli, no pudo conseguir la convalidación de sus notas, por lo que trabaja como agente de llamadas, haciendo teletrabajo. “Cobro, gracias a Dios, lo suficiente para subsistir, pagar casa, cubrir los gastos”, refiere.

Sin documentación, en España es muy difícil conseguir trabajo. “Es casi imposible. La única manera de conseguir trabajo es con los papeles, con la residencia del arraigo, y este lo he conseguido gracias a que ya tengo esa residencia por arraigo social. Antes de esto, hice todo tipo de trabajo: limpieza, cuidar ancianos… de todo”, relata.

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Iván Olivares

Iván Olivares

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Durante más de veinte años se ha desempeñado en CONFIDENCIAL como periodista de Economía. Antes trabajó en el semanario La Crónica, el diario La Prensa y El Nuevo Diario. Además, ha publicado en el Diario de Hoy, de El Salvador. Ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia en Periodismo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Nicaragua.

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