9 de septiembre 2023
Un licenciado en Mercadeo cuenta piezas fabricadas en una empresa de Zona Franca en Managua; una graduada en Banca y Finanzas lleva las cuentas de una finca en Carazo; un abogado atiende un pequeño negocio familiar, mientras un sociólogo cuida una bodega en un parque industrial capitalino. Todos esperaban otra cosa de la vida, pero eso es lo mejor que pudieron lograr en Nicaragua.
Según el Informe de Empleo Mensual, preparado por el Instituto Nacional de Información de Desarrollo (Inide), “en junio 2023, la tasa neta de ocupación a nivel nacional fue 96.7%”, con 3.3% de desempleo abierto, y 39.2% de subempleo, categoría en la que se incluye a cualquiera que haya trabajado -aunque sea- una hora al mes, así como a los que no reciben el salario que deberían por la labor realizada, o por la cantidad de horas laboradas.
Si bien ninguno de los cuatro entrevistados por CONFIDENCIAL puede considerarse en subempleo, sí es cierto que, al momento de concluir sus estudios, ninguno de ellos pensaba que tendría que desempeñar una labor que está lejos de lo que aprendieron en las aulas de clases. Ninguno de ellos tiene un salario que siquiera se acerca a los 250 dólares.
Sus historias como estudiantes se caracterizan por las estrecheces económicas y el esfuerzo -de ellos, sus padres, y hasta amigos- para procurarles los recursos que les permitieran culminar de forma exitosa sus estudios universitarios.
Hay otras dos cosas más que tienen en común: que no llegaron a ejercer su profesión de manera plena, y que tuvieron que aceptar empleos para los que estaban sobrecalificados, lo que muchas veces suele ser un impedimento para pasar el filtro de cualquier departamento de Recursos Humanos.
Un mercadólogo en la Zona Franca
Alexander se graduó de la carrera de Mercadeo, en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN Managua), a principios de la década pasada. Lo logró gracias al esfuerzo de su mamá, que fue quien costeó sus estudios con las ganancias que obtenía de un pequeño negocio que operaba en su hogar. Él por su parte, buscó generar los menores gastos posibles, por ejemplo, al fotocopiar solo las partes de los libros que iba a usar, para no tener que comprarlos.
Luego de graduarse, buscó un empleo donde pudiera poner en uso los conocimientos que había adquirido en la universidad, pero “nunca pude ejercer. Lo más parecido que encontré fue como vendedor de libros y enciclopedias, donde pude usar técnicas de venta que aprendí en clase para mejorar mis ingresos. A veces funcionaba, y a veces no”, relata.
Dejó ese empleo hace tantos años, que ya no puede decirlo con precisión. Desde entonces, Alexander buscó trabajo en decenas de lugares, hasta que en 2017 consiguió empleo en una pequeña universidad privada trabajando como auxiliar de archivos, y en registro académico, hasta que en 2020 se ordenó un recorte de personal, para hacer frente a la nueva realidad causada por la pandemia de la covid-19.
En marzo de este año, el hijo de una amiga de su mamá, que trabaja como jefe de línea en una empresa de Zona Franca, le contó que estaban contratando personal en el área de producción de esa fábrica. Si bien ese empleo no era lo que Alexander esperaba, se dio cuenta que ser contador de prendas en una empresa que fabrica pantalones para exportarlos, no era tan malo después de todo… y aceptó.
Su rutina cambió a partir del 20 de marzo. Si hasta antes de ese día tenía que levantarse temprano y estar disponible para asistir a su madre en el pequeño negocio familiar, a partir de ese momento tuvo que hacerlo para laborar de lunes a viernes, de 7:00 de la mañana a 5:06 de la tarde, con quince minutos de descanso a media mañana y treinta minutos para almorzar, de pie si es posible, para aprovechar el tiempo.
Si bien no se siente maltratado, reconoce que en ese lugar no tiene muchas posibilidades de subir en el escalafón, porque “en las empresas de Zona Franca no toman en cuenta el nivel de estudio de la gente, y si acaso hay posibilidad de promoción, será después de muchos años”, y aunque un salario de 8000 córdobas (219 dólares al cambio actual) por mes, no es gran cosa, se resigna porque al menos sirve para ayudar a cubrir los gastos de su madre jubilada.
Sobrecalificado para cuidar una bodega
Ernesto se graduó en la Universidad Centroamericana (UCA), en 2006, alternando estudios con trabajo para costear sus gastos. A veces tenía que pedir a sus amigos que le prestaran dinero para cubrir sus necesidades, pese a que tenía un salario estable. El primer año incluso, tuvo que trabajar de noche para poder estudiar de día, aunque no se queja porque siente que “la juventud me daba resistencia”.
Después de graduarse encontró oportunidades para estudiar otras cosas obteniendo un posgrado en ‘Transversalización del Enfoque de Género de Contenidos Curriculares del Programa de Formación Policial’, en la Academia de Policía, y otro en ‘Planeación Didáctica Constructivista y Evaluación de Aprendizajes’ en la Universidad “Paulo Freire”.
A pesar de eso, tuvo pocas opciones para encontrar empleos formales, recordando que a inicios de esta década trabajó como asistente de investigación en una oenegé internacional con presencia en Nicaragua, además de trabajar por 19 días en el Ministerio de Educación.
“Fui técnico de inventario en el Mined, y supervisor nacional de colegios privados y subvencionados, pero salí de ahí a los 19 días, porque me pusieron a cargar sillas. La razón para despedirme fue porque al evaluarme, dijeron que yo no había desempeñado las funciones de mi cargo. ¡Claro que no había desempeñado las funciones de mi cargo!”, recuerda indignado.
Ernesto refiere que también ejerció la docencia, pero está seguro que si lo despidieron del colegio en que trabajaba, fue por presión de funcionarios del Mined, así que se dedicó al comercio, cuando encontró tiendas donde vendían mochilas, paraguas, calzado, ropa de mujer, cangureras, que él podía vender a buen precio, aunque también estuvo haciendo piñatas.
A finales de enero de este año, comenzó a trabajar como agente de seguridad. Ernesto supo de esa opción laboral un día que un vecino llegó a invitarlo para que apoyara una actividad infantil. Ahí se enteró que había una vacante. Preguntó; le dijeron que se presentara, y así lo hizo, aunque obvió decirle al entrevistador que él tenía una licenciatura, para que no le dijeran el consabido ‘gracias, pero usted está sobrecalificado’.
“Decidí aceptarlo por confort personal. No me gustan los trabajos sin estabilidad económica, o que una temporada te pagan bien y después no sabés. Esto es decepcionante desde el punto de vista profesional, pero me siento bien a título personal, porque me permite algún nivel de seguridad financiera”, con lo que puede ayudar a su madre, explica.
De sus obligaciones actuales, supone que si lo enviaron a ‘un buen objetivo’, (cuida una bodega dentro de un complejo industrial, donde hay muy pocas posibilidades de que ocurra algún acto violento, de modo que no tiene un arma asignada), es porque notaron su nivel académico. Por lo pronto, usa el tiempo disponible para estudiar inglés y hacer ejercicio.
Mejor ganar C$7500 que vender mi conciencia
Karen obtuvo un título en Banca y Finanzas en la UNAN de Carazo en 2007, gracias al apoyo de su papá, que trabajaba en una imprenta, y de su abuelita, que destinaba parte de sus ingresos como jubilada para ayudarle a costear sus gastos. Aunque ella misma trabajaba cuidando niños cuando salía la oportunidad.
Dieciséis años después, su hoja de vida muestra que nunca pudo ejercer su carrera, y que el trabajo más estable que tuvo por ocho años, fue en atención al cliente en lo que entonces se llamaban empresas médicas previsionales (EMP), de donde salió en 2016. “Busqué empleo en las demás EMP, hasta en Managua, confiando en que mis ocho años de experiencia eran un buen punto en mi currículo, pero nada”, rememora.
También buscó empleo en el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), pero descubrió con decepción que “solo estaban colocando jóvenes”, y para entonces, ella tenía 40 años, además que “no estoy dispuesta a cumplir los requisitos políticos que me ponían”. El resultado es que pasó cinco años desempleada, limpiando casas cuando tenía suerte.
Su situación mejoró cuando una amiga de secundaria a la que atendía cuando llegaba a la EMP, le contó que había una plaza disponible por tres meses para cubrir la ausencia de la auxiliar contable de una finca, a la que le habían dado tres meses de subsidio. Fue a hacer la entrevista, y la aceptaron, ofreciéndole un salario de 7500 córdobas (205 dólares) mensuales.
Tuvo que tomar cursos para actualizarse, y se fue a trabajar a la finca. Si bien el contrato era por tres meses, al final la dejaron en el puesto, donde permanece a la espera de ver cómo mejora su situación. Karen está alegre porque puede ayudar a su hija, que estudia una carrera afín a la Medicina, y también puede aportar en el hogar.
No quiero estar colorado
A finales de los años 90, Federico se graduó como licenciado en Ciencias Jurídicas con mención en Derecho Empresarial, en la Universidad Centroamericana de Ciencias Empresariales (UCEM). Relata que “era difícil, porque tenía familia a cargo”, además que solo contaba con su sueldo para cubrir todos los gastos y el pago de una universidad privada. “Aunque nos subsidiaban la mensualidad, muchas veces no podía cubrir ese gasto si no era con préstamos, pero logré culminarla”, explica.
Contrario a lo que se podría esperar, Federico nunca ejerció, pero fue por decisión propia. Refiere que todavía conserva la resolución de la Corte Suprema de Justicia donde le indicaban que llevara el título, “pero nunca lo llevé, porque llegué a la conclusión de que todavía me consideraba una persona decente, mientras que esa profesión tiene asociada una imagen de corrupción y falta de ética, que choca con mis valores”.
Además de estar en paz con su conciencia, la otra razón por la que no se arrepiente de haber tomado esa decisión es que todo este tiempo pudo laborar en el negocio familiar, más allá de que en este momento, eso implique tener que levantarse a las 3:40 de la mañana para, una hora después, abordar un bus de transporte colectivo, que le permita estar en Ciudad Sandino tras viajar dos horas y comenzar a atender a sus clientes a partir de las ocho de la mañana.
Si bien no es un empleo que le permita ahorrar como para comprarse un auto, al menos puede cubrir los gastos de su familia, que incluye a su mujer y dos hijos en edad escolar.
“Subsisto, y en las condiciones de Nicaragua ya es mucho decir, en especial cuando oigo a tanta gente decir que están mal. Todos los días me dicen que un cliente cerró su taller y se fue del país. Que otro cliente se fue a Estados Unidos, y que ya llegó. Conozco a los dueños de al menos siete talleres de reparación de motocicletas y automóviles, que se fueron del país”, por la situación económica, y por la inestabilidad política, relató.