Guillermo Rothschuh Villanueva
3 de septiembre 2023
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Mi primer regocijo fue encontrarme con una novelista que recurre a las palabrotas, con total desenfado
La novelista argentina Claudia Piñeiro. Foto: Confidencial | Cortesía.
“…la decisión de los editores de Roald Dahl y de Agatha Christie y de Ian Fleming, que hace unos meses emprendieron una cruzada de corrección política especialmente tonta: cambiando palabras y expresiones y hasta escenas enteras para quitarles a las ficciones cualquier cosa que pudiera resultar ofensiva. ¿Ofensiva para quién? Ésa es la pregunta más difícil: pues cualquiera puede sentirse ofendido por cualquier cosa”.
Juan Gabriel Vázquez
I
Los escritores de novela negra siguen agrandando su presencia, su receptividad pica y se extiende. No había terminado de digerir La desconocida, (Alfaguara, 2023), escrita a cuatro manos por la española Rosa Montero y el francés Olivier Truc, cuando me sumergí en la densidad de El tiempo de las moscas, (Alfaguara, 2022), una de esas propuestas con las que uno siempre desea toparse. Sin incurrir en maniqueísmos, la novela porta las señas que caracterizan al thriller. El reto consiste en discernir la voluntad del mal. Después de haber permanecido encerrada tras los barrotes, durante quince años, la argentina trae de regreso a Inés Pereyra. Tuya, (Alfaguara, 2010), punto de partida para diseñar una nueva novela con muchísimas variantes, elucubraciones muy propias de los consagrados. Un personaje seductor y retorcido, merecía permanecer con vida. Todo dependía de su creadora.
Mi primer regocijo fue encontrarme con una novelista que recurre a las palabrotas, con total desenfado. Para las almas piadosas, muchas de estas palabras podrían resultar infamantes. Un tanto altisonantes. Ejercicio riesgoso que Piñeiro asume gustosa. Para los iluminados podría tratarse de una provocación. Inés siente repulsión cuando las reclusas pretenden tocarla. Nunca lo consintió. Suponía una relación lésbica. En su época de trataba de una “torta” o tortillera en el argot nicaragüense. Un cambio sustantivo. Hoy les llaman “gay” o “lesbianas”. Nada de cochones, ni cochonerías, eso hiere. No se puede llamar putas a las putas. Antes de caer presa, dieciséis años atrás, las cosas se llamaban de otro modo. Si alguien era puta, puta se decía. Entonces nadie se ofendía. Inés quedó en libertad en momentos que cierto lenguaje es rechazado, maldecido y exiliado.
Para ofrecer un balance, Piñeiro recurre a las abanderadas del feminismo, empeñadas como están algunas, en construir un edificio cargado de palabras bonitas y a veces neutras, que en nada cambian la sustancia a la que aluden. El debate se remonta hasta poco antes de mediados del siglo pasado. Hoy la discusión se ha acentuado. Estamos ante un fenómeno que viene en ascenso. Una de las primeras víctimas de quienes se sienten ofendidos, fue el cantante mexicano, José Alfredo Jiménez. A sus 17 años, perdidamente enamorado como estaba de una prima, compuso Ella, canción emblemática. Uno de los versos decía: “Con el llanto en los ojos, alcé mi copa y brindé con ella”. Los dueños de las discográficas se negaron a grabarla. Tuvo que ceder y reescribirlo: “alcé mi copa y brindé por ella”. A Inés, “empoderada”, una palabra de moda huele mal. La polémica sigue.
Dueña de un estilo mordaz, con afán arqueológico, Piñeiro demuestra que a Tito Monterroso asistía la razón. El tiempo de las moscas, un tiempo más pausado que el nuestro, sirve de soporte para armar una trama cargada de ironía y suspense. La demora por develar las verdaderas pretensiones de la señora Susana Bonar, demuestra que la argentina saca partido de todo lo que toca. Las veintidós citas fueron engastadas en la medida que desarrollaba la narración. Un recorrido necesario por un puñado de autoras que perciben de distinta forma el feminismo. Diversidad de pensamiento y posicionamientos. Piñeiro las convoca para escuchar su canto. Los epígrafes de Eurípides, no aluden solo al coro de Medea, abren espacio al otro coro, ese con el que discuten Inés y la Manca, antigua compañera de cárcel y ahora socia empresarial.
En diálogos con sus interlocutoras, Inés cuestiona su condición de madre. Un rifirrafe dialéctico. Una batalla incisiva. A cada afirmación, una negación y una nueva interrogante. Un ejercicio muchas veces doloroso. Piñeiro permite que sea Florencia Angilletta, quien defina qué implica hoy ser mujer. Mujer dejó de ser sinónimo de “madre”. Inés se enzarza en una discusión donde asoma la palabra castración. ¿Será porque la mayoría de los que mandan tienen pelotas? Dilemas existenciales consumen la vida de las madres. El problema radica en que si las mujeres dejan de “maternar” (palabra cara, en el vocabulario de Piñeiro), no vendrían más hijos. “¿Hije?, no destruyamos el lenguaje”. Al reprochar lo que “el patriarcado hace con la maternidad, no quiere decir que no la disfrutemos. La disfrutaríamos más sin el patriarcado”. Dos verdades evidentes.
II
El asesinato que da origen a El tiempo de las moscas, constituye un desafío del que Piñeiro sale reverdecida. Nada presagiaba la naturaleza del conflicto. Los claroscuros son de carácter engañoso. Los envuelve en una nebulosa. Una luz tenue se cuela por las rendijas, alentando posibles desenlaces. Nos invita a dilucidar lo qué podría sobrevenir en la vida de Inés. Convertida en especialista en fumigación, está metiéndose en un problema de dimensiones mayúsculas. Muerde la carnada. Los dólares hacen que pierda polo a tierra. No dejo de preguntarme, ¿por qué algunos novelistas ven a las cárceles como centros de redención, cuando sabemos que son todo lo contrario? ¿Piñeiro comulga con la creencia que al salir en libertad salen redimidos? Tengo dudas. Inés deja atrás su pasado. No desea delinquir; aunque sigue pensando que el asesinato de Charo fue un acto de justicia.
Es una novela que atrapa y absorbe; desde que me pegué a las andanzas de Inés Expereyra y la Manca, no pude soltarla. La escritora argentina nos ofrece en una sola frase, una gran lección: “La única originalidad posible reside en contar lo mismo de manera diferente”. Ante tantos díscolos jugando a la pureza original, su sentencia cae como balde de agua hirviendo. Los temas siempre han sido los mismos: amor, odio, avaricia, envidia, celos, muerte, adulterio, cizaña, indiferencia, venganza, engaño, infidelidad, llanto, interés, desesperación, etc. Metidos en su batidora, dieron como resultado una novela subyugante, merecidamente humana. Al final resplandece el amor de madre. Un sentimiento que Inés creía ajeno, renace en su ser y la obliga a actuar en armonía con los deberes que impone la maternidad. Un engarce precioso. Se es madre para siempre.
Como muchos seres humanos, Inés actuó por codicia, aceptó el encargo de la señora Bonar, sin sospechar para qué quería el plaguicida. Una oferta tentadora. Su cliente estaba dispuesta a pagar en dólares todo lo que fuese, si le conseguía “Perfeno”. Una emulsión blanca, terriblemente mortal. Imprescindible para su propósito. Una luz roja se enciende en el radar de la Manca. Surgen más dudas que certezas. Pide tiempo. Inés no tenía por qué precipitarse. La ambición provoca ceguera. Estuvo detenida quince años. ¡No! Corrige, se dice “Privada de libertad”. Los cambios en el uso de las palabras, me recuerdan a los neohegelianos. Creyentes apasionados, pensaban que, si se cambiaba el lenguaje, ocurriría una mutación; el asunto es a la inversa. Si cambiamos la realidad, las cosas empezarán a cambiar. ¿Por qué no se acaba de entender algo tan simple?
Una vez más la lectura conduce a la salvación, una figura recurrente entre muchos novelistas. Especialmente de novelas negras. La transformación de Inés se produce al aceptar, casi por obligación, la oferta de una joven que llevaba libros a la cárcel, buscaba como inducirla a lectura. Ni novelas, cuentos, biografías y otras mentiras, como califica ciertos engendros, le apetecen. La bibliotecaria despegó mal, le preguntó si conocía El amante, obra de la escritora francesa, Marguerite Duras. Trastabilló al pensar que Inés carecía de la mínima cultura. Si algo había hecho bien Blanca, su madre, fue mandarla a la Nacional de San Isidro: “bastante mejor que algunos privados de la zona, que te prometían el mejor inglés…”. Hasta muchísimo después soltó la pregunta indicada. ¿A vos que más te interesa en el mundo? Como en su ojo flotaba una mancha negra, respondió: las moscas.
Inés aceptó el encargo de la señora Bonar, para operar a la Manca de un tumor en sus senos. En la cárcel habían gestado una genuina amistad. La operación se venía posponiendo. Decidida a salvar a su amiga, asume los riesgos que supone entregar el plaguicida. Como muestra de mutuo cariño, la Manca salva a Dante de la muerte, nieto de Inés; hijo, de su hija Laura. La señora Bonar quería vengar la muerte de su hija Tamara. Cree a Laura culpable de haberla transformado en Timo. El joven se suicida ante la incomprensión de su madre. Al final Inés experimenta un cambio. Deja que la Manca ponga una mano sobre la suya. En El tiempo de las moscas, Piñeiro muestra su dominio del thriller. Por algo fue merecedora del Premio Pepe Carvalho del Festival Barcelona Negra (2019), conferido en honor del grande, Manuel Vázquez Montalván.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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