Guillermo Rothschuh Villanueva
25 de junio 2023
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Hay personas que entusiasman y llenan de energía, una cualidad de José Alfredo Barquero Brockman. Lolo sabía hacer amigos
El doctor José Alfredo Barquero Brockman sostiene entre sus manos un ejemplar del libro !Esto es Chontales! Foto: Cortesía
I
Hay personas que entusiasman y llenan de energía, una cualidad de José Alfredo Barquero Brockman. Lolo sabía hacer amigos. Solo bastaron dos o tres encuentros para apreciar su transparencia y ponerme de su lado. Nos acercó nuestro amor por Darío y el interés compartido por el conocimiento de nuestra historia. Cuando indagué su pasión por la historia nicaragüense, me confesó que su abuelo fue quien le convenció de la necesidad de conocerla al dedillo, para no ser objeto de engaños. La recomendación llegó en el despertar de su juventud. Punto de partida para acercarse al estudio de la Guerra Nacional (1856-1857) y comprender lo beneficioso que resultaron para Nicaragua, las contradicciones entre William Walker y el comodoro Cornelius Vanderbilt.
Conversador nato, recitaba los entresijos de las jornadas bélicas emprendidas por el general José Santos Zelaya, en la que se enrolaron varios de sus familiares. Siente orgullo de su abuelo, el boaqueño José Antonio Barquero Fajardo. Evocaba su participación en la llamada Guerra Constitucionalista (1926-1927) y los nexos que forjó en Boaco, con el general José María Moncada. Mientras yo le escuchaba encantado, Lolo hilvanaba la narración, dando la impresión que emulaba el relato hecho por el coronel Nicolás Márquez, a su nieto Gabriel García Márquez, contándole las interioridades de la guerra de los Mil Días, en Colombia. No creo que él jamás haya llegado a enlazar ambos episodios. Es a mí a quien se le ocurre establecer estos nexos formidables.
La vitalidad con que hablaba y su tendencia por hilvanar con minuciosidad sus orígenes familiares, engrandecían su figura. No había pose ni deseo de encumbrar a los suyos. Con ese mismo ímpetu se refería a las cuestiones políticas. Uno llegaba a pensar que él había estado presente en el momento que ocurrían los hechos. Una locuacidad franca y contagiosa. Nada que ver con la forma artera que hoy se le escapa la vida. Una diferencia de ciento ochenta grados. El volcán en erupción que era cuando decidía embrujarte con su verborrea encendida, nada tiene que ver con el presente. Duele verlo postrado en su cama, imaginé que nada podía tronchar su aliento y apagar su luz. Poco o nada queda de ese hombre cuya voz convocaba atención y provocaba gusto escucharle.
Con elocuencia pasaba de un tema a otro con la velocidad del rayo. Sus recuerdos y remembranzas de la Managua anterior al terremoto (1972), producían goce. Conoció a sus pobladores y cada recodo de su geografía. Con el único que podría compararle es con Danilo Aguirre Solís. Sus cines, calles, avenidas, bares, cantinas y comedores, su vida nocturna, sus diferentes barrios, los nombres de quienes ayudaron a forjar su rostro, los médicos que conjuraban las enfermedades, los hospitales que acogían a los enfermos, las desavenencias entre políticos, el precio de la gasolina, carne y cereales, nada escapaba a su ojo escrutador. Danilo, igual que Lolo, debieron ser distinguidos por la comuna como cronistas oficiales de la capital. Lo intrincado se volvía anécdota en labios de Lolo.
Los domingos a través de whatsaap, recibía párrafos aclaratorios de hechos históricos que, a la luz de la verdad, sentía que eran tergiversados con la intención de acomodarlos a favor de intereses politiqueros. No eran dos o tres registros históricos, sino seis o siete. Una de las grandes pasiones de Lolo, era enviarte fotografías de lugares y personajes ilustres. Muchas veces se trenzaba en largas discusiones con sus amigos. Me hacía participe de esos trinquetes, bajo la condición de guardar silencio. Esto es para los dos, me decía. Un día sentí que de pronto sus mensajes se volvieron intermitentes. El cambio de comportamiento obedecía a altibajos en su salud. Jamás pensé que Lolo, con su tamaño y fortaleza, pudiera sufrir menoscabos irreparables, lo creía de hierro.
II
Los domingos era usual que nuestras conversaciones en WhatsApp, se extendieran a lo largo de la mañana. No comprendo por qué no se animó a escribir. Se lo aconsejé varias veces. Me hacía llegar copia de documentos de historia, educación y literatura, a los que tenía acceso. Sentía alta estima por la poesía, especialmente tratándose de Darío. Se había interesado por conocer a fondo su biografía. Sus relaciones amorosas con Francisca Sánchez. Se molestaba cuando nuestro paisano inevitable era objeto de tergiversaciones. Su manera de narrar la realidad en la que se desenvolvió la vida de Rubén, no menoscaba el relato. Se ufanaba de la amistad forjada con el último descendiente del panida. Nada extraordinario por su don de gente y su manera de concebir las relaciones humanas.
Su estadía en Nueva Guinea, como abogado del Instituto Nacional Agrario (IAN), fue determinante para que se interesara por conocer cada detalle de la geografía de Boaco, Chontales y Rio San Juan. A quienes todavía nombraban equivocadamente el lago Cocibolca, como lago de Granada, les aclaraba que debía llamarse lago de Chontales. Tenía más costas que aquel departamento luego que el general Tomás Martínez, fundara el departamento de Chontales en 1858. Después vendrían las dos desmembraciones, una en 1935 y otra en 1949. Las querencias de Lolo gravitaban entre Boaco y Managua. ¿Qué efectos tendría en su vida haber nacido el 15 de octubre de 1945, después de finalizada la Segunda Guerra Mundial? Su visión del mundo era ajena a todo belicismo.
Su afecto por sus cachorros hizo que llamara Lolito y Chavelita, (el nombre de su esposa), a sus dos perritos chihuahuas. Se comprometió a regalarme un hijito de la Chavelita. La perrita tuvo un parto difícil, refractaria a su cachorro, en un intento por salvarle la vida, se vio obligado junto con María Isabel, a comprarle pacha, leche, minerales y vitaminas. Los cuidados no fueron suficientes para librarlo de la muerte. A tono con su carácter, me remitió varias fotografías dándole sepultura. Honraba sus compromisos. A finales de febrero, el 28 para ser exactos, me llamó para que fuese a recoger a Memito, como bautizó al perrito. Para testimoniar mi gratitud, ante su delicado estado de salud, decidí ponerle su nombre. Agradecí el gesto, manteniendo su recuerdo.
Durante nuestra última platica, sentado a su orilla, me animé a hacerle varias preguntas y me sorprendió su lucidez. Él que recitaba de memoria todo lo que sabía, conservaba intacta esta condición. Desgajaba sus respuestas, unas veces de manera pausada y otras de forma inmediata. Me quedé impresionado. Mis preguntas estaban relacionadas con acontecimientos ocurridos hacía mucho tiempo; exigían ir hacia atrás y realizar un ejercicio de memorización. Con esa propensión que tenía por centrar sus conversaciones en sucesos políticos trascendentales, volvió a hablarme de entretelones de la revolución liberal comandada por José Santos Zelaya. Se sentía halagado de sus raíces liberales.
Cuánta falta nos hará Lolo, no solo a mí, también a todas sus amistades. Inyectaba animó en los momentos más sombríos. Sin estridencia, supo hacer favores sin otra compensación que la de honrar a sus amigos. Se retira sin mácula en su condición de magistrado del Tribunal de Apelaciones de Managua. Se labró un sitio en el corazón de quienes lo conocimos. Ajeno a la improvisación, dejó todo arreglado. La lección de dignidad que recibí, debido a la forma altiva con que encaró el revés, perdurará en mi vida. Desde ya resiento su ausencia. Deja un vacío difícil de llenar. ¿Quién compartirá ahora conmigo sus doctas enseñanzas? ¿A quién recurrir en busca de la información precisa? Hay vidas que nunca deberían apagarse. La de Lolo es una de ellas.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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