Guillermo Rothschuh Villanueva
18 de junio 2023
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La objetividad estará sometida a incesante bombardeo, bajo la certeza que en el periodismo prima la subjetividad
I
Una vez más la objetividad es puesta en duda, prueba que ni la academia ni los medios de comunicación le han dado de baja. En un reportaje escrito por Iker Seisdedos, publicado en El País, el pasado 27 de mayo, titulado: ¿Ha muerto la objetividad en los medios (si es que en verdad alguna vez existió)? trae de regreso a debate un viejo tema: reputados periodistas y académicos estadounidenses y europeos vuelven a trenzarse, debatiendo algo que muchos pensábamos superado. Los planteamientos indican que continuará en agenda por buen rato. Nuestro interés se debe principalmente a la poderosa influencia que continúa ejerciendo el periodismo estadounidense a lo largo del mundo, como nos recuerda Leonard Downie Jr. Sigue señalando rutas en el terreno de los medios.
¿Cómo impactará y que resonancias tendrá someter la objetividad a nuevos escrutinios? Un motivo para no dar por saldada la contienda, obedece a que en muchos medios siguen creyendo ineludible realizar la contrastación de fuentes. Algo impensable para algunos. En sociedades polarizadas resulta difícil establecer balances. Los fake news se han convertido en monedita corriente. En defensa de la objetividad se han escrito grandes tratados. A pesar que constituye una falta ética grave y evidencias en contrario, a estas alturas del siglo veintiuno, en buena parte de medios impera la tesis de ofrecer igualdad de oportunidades a personas que mienten sistemáticamente. La decisión es cuestionada por quienes consideran erróneo dejar que divulguen sus mentiras.
La objetividad estará sometida a incesante bombardeo, bajo la certeza que en el periodismo prima la subjetividad. El mismo razonamiento utilizado para mostrar la imposibilidad de la neutralidad en las ciencias sociales, preconizada por el alemán Max Weber, es esgrimido para rebatir este posicionamiento. Al seleccionar determinados sucesos, el lenguaje usado para dar cuenta de lo acontecido y el despliegue brindado a las fuentes informativas, implican una toma de partido. Ningún medio permanece ajeno a los convulsiones sociales, económicas, educativas, culturales, políticas y militares que sacuden a nuestras sociedades. Para los críticos del principio de la objetividad, resulta inevitable asumir una visión comprometida. Las circunstancias lo exigen.
La nueva óptica de los escépticos se relaciona con la emergencia de políticos que magnifican el culto a la mentira. A su cabeza se sitúa el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. Precedido por Berlusconi, desde la campaña electoral de 2016, hizo de la mentira una política de Estado. Encontró émulos por todas partes. Es el pregonero por excelencia de los fake news. Cuando ocurrió la toma de posesión el 20 de enero de 2017, ya había batido récord. Para cubrirle las espaldas, sus asesores ese día hablaron por vez primera de “hechos alternativos”. La llegada al poder no lo contuvo. Pasó por alto las rectificaciones de The New York Times, The Washington Post y CNN. Parafraseando a Enrique IV, para ser presidente de Estados Unidos bien vale decir cualquier mentira.
Trump llevó a la sociedad estadounidense a una polarización exacerbada. A golpe de Twitter, no tuvo escrúpulos en sembrar dudas, machacar duramente a negros y latinos e impulsar el supremacismo blanco. Manipula el ánimo de sus seguidores. Acusa a los migrantes de arrebatar empleos a los estadounidenses. Sus cantos de sirena encontraron eco. No contento, sigue diciendo que quieren adueñarse del país. Las redes no tienen contrapesos jurídicos, sus dueños no pusieron trabas a sus mentiras, adujeron que, si intervenían, ejercerían la censura. Actuaron cuando ya había hecho demasiado daño. Los resultados de su discurso incendiario, pudieron verse el 6 de enero de 2020, una horda de salvajes se tomó el Congreso de Estados Unidos. Un espectáculo deprimente.
El trabajo de Seisdedos resulta pertinente, las mentiras incrementarán una vez que despegue la campaña electoral en Estados Unidos. El español se asiste de partidarios y críticos de la objetividad. Desea que cada quien exponga sus argumentos. El primero en invocar fue a Walter Lippmann. Su consejo vertido hace más de un siglo, tenía como propósito que los medios no tomaran partido por ninguna causa, por muy buena que fuese. En esta misma línea se pronuncia el prestigioso editor de The New York Times, Arthur Greg Sulzberger: “No habrá un futuro que valga la pena si nuestra profesión abandona la independencia […], [suma de] justicia, imparcialidad y (por usar quizás la palabra más tensa y discutida en el periodismo) objetividad”. Una creencia venida a menos.
En momentos que la desinformación se regodea por el mundo, Jay Rosen, académico de la Universidad de Nueva York, resalta que el Partido Republicano inunda las plazas públicas con mentiras y medias verdades. ¿Entonces qué sentido tiene buscar las dos versiones? Una apreciación valida. Al dar voz a los mentirosos, el prestigio de medios y periodistas viene a menos. Muchos directivos lo entienden. El problema agudiza cuando la mayoría de medios tienden a privilegiar informaciones relacionadas con rencillas, muertes, hechos escabrosos, detenciones violentas, tiroteos, asaltos, acusaciones irreflexivas, malos entendidos, amenazas y declaraciones infundadas. Es inconcebible que la noticia siga siendo que el niño muerda al perro. ¡Un horror!
La decana de la Escuela Newark de la Universidad de la Ciudad de Nueva York,la argentina Graciela Mochkofsky, insiste en recordarnos las consecuencias negativas que tuvo para la prensa el mandatado presidencial de Trump. En conversación sostenida con Seisdedos, expuso lo que todos ya sabíamos. No adelantó nada nuevo. Trump hizo “saltar por los aires el manual de instrucciones de los medios tradicionales, que tardaron en reaccionar al hecho de que mintiera tan descaradamente”. El daño persiste. Mientras Trump insista en propalar mentiras —todo augura que nada ni nadie podrá atajarlo— medios y periodistas están llamados a no hacer concesiones estériles. Está por verse qué medios lo acompañarán en una campaña apuntalada en mentiras y agresiones verbales.
Con el revés sufrido pensé que la cadena Fox, propiedad del empresario mediático, Rupert Murdoch, buscaría un reacomodo. Para evitar mayores daños a una reputación maltrecha, el dueño de Fox transó con Dominion, empresa dedicada al recuento electoral. Acusado de difundir mentiras sobre las elecciones presidenciales 2020, prefirió llegar a un arreglo, pagándole la suma de 787.5 millones de dólares. Estaba convencido que periodistas y presentadores de Fox,saldrían afectados. Durante la transmisión del discurso de Trump, el martes 13 de mayo por la noche, Fox News Tonight, incluyó un cintillo llamando dictador al presidente Biden. Sirvió como correa de transmisión para que Trump continuara difundiendo mentiras. ¿Será que no está dispuesta a rectificar?
La atracción fatal que ejercen las malas noticias es tan cierta, que CNN se animó recientemente a difundir una entrevista, en la que un grupo de partidarios de Trump, se manifestaban haciéndole preguntas rosas. Durante una hora y sin la mediación de filtros, vertió sartas de mentiras. Un total contrasentido. Mientras Trump estuvo al frente de la presidencia, con ningún medio se ensañó tanto, como lo hizo con CNN. Era impensable que los dueños de la cadena noticiosa no suspendieran como jefe, a Chris Licht. Una decisión lógica, esperada. Los críticos de la objetividad reafirman que estos bandazos resultan contraproducentes para los medios. Se traducen en una caída estrepitosa en la estima de lectores y audiencias. Lleva mucho tiempo recuperarla.
Jeff Jarvis toca dos puntos medulares, evitar que un periodista escriba sobre un tema en el que podría encontrarse implicado, equivale a sostener: “No valoramos tu perspectiva y tu experiencia, y por eso la vamos a devaluar”. En la misma línea de argumentación de quienes cuestionan la objetividad, aduce que las “grandes instituciones se esconden tras la objetividad para evitar los asuntos complicados y no llamar a las cosas por sus nombres, nombres como ‘fascista’, ‘racista’ o ‘supremacista blanco”. Para concluir: “Escurrir el bulto de esa manera es cada vez más difícil ante el escrutinio al que todos estamos sometidos en la era de las redes sociales”. Una réplica pertinente. No hay por donde perderse. Las redes cambiaron el paisaje mediático. Ofrecen voz y voto a los usuarios, originando exabruptos y rencores.
¿Cuál es el meollo de la propuesta alternativa? El director del Instituto Reuter para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, Rasmus Kleis Nielsen, aclaró a Seisdedos, que en Europa el debate gira alrededor del compromiso con la verdad. En “Europa la gran mayoría de los periódicos de prestigio tienen una línea editorial muy clara y explícita, dentro de la que tratan de ofrecer noticias precisas, pero rara vez afirman ser imparciales”. Lewis Raven Wallace, transita por otras veredas. La transparencia debería ser la piedra angular. Asumirla en términos absolutos. Una valiosa prescripción. Un principio que se profundiza en las redacciones. Increíble. Los medios aun no funcionan con la misma transparencia que exigen a los demás actores políticos, sociales y económicos.
En la misma dirección apunta Bill Keller, exdirector de The New York Times, fundador en 2014, de The Marshall Proyect, una web sin fines de lucro que se ocupa del tema de la justicia penal en Estados Unidos. “Tiendo a evitar la palabra ‘objetividad’ porque implica una verdad pura, aspiración que rara vez está al alcance de los simples humanos”. Es difícil cuando no improbable, que las nuevas generaciones de periodistas comulguen con quienes, ni con evidencias en mano, se resisten a dar de baja a la objetividad. Un traste vetusto e inservible. El compromiso con la verdad y la transparencia no constituyen ninguna novedad. Sus postulados seguirán avanzando y coexistirán con la objetividad por más tiempo, mientras haya quienes apuesten a su favor y la defiendan a capa y espada.
La objetividad es un fantasma que agitan los medios. Después de siglos recorridos y amparados bajo este paraguas, era inevitable que el concepto hiciera crisis y estallara. El dominio ejercido por las redes sociales y su perversa inclinación por la maledicencia y la escatología, ha provocado un reordenamiento jerárquico en el campo mediático. La subjetividad campea por todos lados. La misma televisión, para competir con las redes —aunque más comedida— perpetra igual estridencia. Privilegia cualquier desastre. Urge que los gobiernos aprueben un marco jurídico internacional de estricto cumplimiento. De lo contrario no habrá manera de atajar sus violaciones a las normas éticas y de convivencia humana. ¿Por qué tardan? Las multas no han servido de freno.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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