6 de junio 2023
Carlos Pineda, hasta hace poco el candidato a la presidencia en Guatemala con mayor intención de voto, expresó su sorpresa por el hecho de que el partido por el que se presentaba, Prosperidad Ciudadana, desistiera de apoyarlo en su apelación ante la Corte de Constitucionalidad. Sin ocultar su frustración por quedarse fuera de las elecciones del próximo 25 de junio por una sentencia judicial, aseguró que desconocía a “qué jugaba el partido”. El presidenciable insistió en que siempre dijo que no era parte del partido y que no entendía el comportamiento de sus miembros.
Las relaciones entre liderazgo y partidos son un asunto añejo en política que se exacerba en los regímenes presidencialistas. La elección presidencial directa por la ciudadanía desdibuja la función intermediadora que desempeñan los partidos en los regímenes parlamentarios que, sin embargo, se mantiene sólidamente en otros avatares. Los partidos en el Congreso desempeñan papeles relevantes en el proceso legislativo, en nombramientos de cargos de nivel superior y en tareas de control del Gobierno. Existe, por consiguiente, un juego en diferentes ámbitos que, en el caso del candidato frustrado Pineda, provoca perplejidad por entender que el libreto no transcurre como querrían que fuera.
La liza política actual de un buen número de países latinoamericanos presenta un modelo de juego en el que el liderazgo mayor, asumido por la figura presidencial, se impone irrestrictamente frente a los condicionantes partidarios. La voluntad presidencial grava cualquier supuesta veleidad del grupo y no entiende que haya reglas o estrategias que puedan limitarla. Ahora bien, el juego articulado posee cierta complejidad y establece hoy tres modelos que conllevan implicaciones diferentes.
El primero sigue la pauta vigente en México y en El Salvador donde sus presidentes, Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele, que en la actualidad cuentan con los índices de aprobación popular más altos de la región, manejan de manera vertical a sus respectivos partidos creados por ellos mismos. Como señala el prestigioso medio El Faro, el partido salvadoreño Nuevas Ideas es “una marca, una creación, para admirarse y venerarse a sí misma”. Constituye una manifestación de iniciados que tiene a Bukele como “pináculo, sustentada en lealtad absoluta y fiducial, en dónde la negligencia se califica como impiedad”. Cada día se producen más de cien videos en YouTube que promocionan e impulsan la imagen del presidente y que atacan y destruyen todos los obstáculos, con una alta tasa de eficiencia en función de reproducciones y vistas. Valoración que sirve para López Obrador quien, además, puesto que no puede ser reelegido, se dispone en los próximos meses a controlar su sucesión en el seno de su formación, Morena, cuya función es parecida a la de Nuevas Ideas.
República Dominicana, Bolivia, Honduras, Nicaragua y Venezuela siguen una senda similar, aunque el desempeño democrático no esté presente en los dos últimos. El Partido Revolucionario Moderno, el Movimiento al Socialismo, LIBRE, el Frente Sandinista de Liberación Nacional y el Partido Socialista Unido de Venezuela, respectivamente, son los instrumentos de actuación política de Luís Abinader, de Luís Arce, aún con serios problemas de control interno, del matrimonio formado por Xiomara Castro y Mel Zelaya, de Daniel Ortega y de Nicolás Maduro. Todos ellos estuvieron en el momento fundacional del partido que hoy es instrumento primordial del ejercicio de su poder.
El segundo dibuja un escenario donde el presidente logra articular una coalición sobre la base de su magro partido con éxito incierto en función de los asuntos que deben salir adelante. Es el caso de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Panamá, Paraguay y Uruguay. En ellos, una variable fundamental se relaciona con la madurez y consolidación del sistema de partidos para mantener una estabilidad mínima en términos de gobernabilidad del sistema. Uruguay destaca por su alta institucionalidad que, no obstante, no impide la existencia de ciertas tensiones en la misma. Paraguay, es también una excepción por la longevidad del gobernante y preponderante partido colorado.
Colombia es un caso interesante donde el equilibrio inestable se está deshaciendo puesto que el Partido de la U, con 11 senadores y 15 representantes, ha decidido salirse oficialmente de la coalición legislativa del Gobierno de Gustavo Petro y declararse independiente. Una decisión que llega poco después de que el Partido Conservador, con 15 senadores y 25 representantes, hiciera lo mismo y se alejara de la amplia coalición construida por Petro durante los primeros meses de su mandato y que le había permitido aprobar la reforma tributaria y la ley de paz total, entre otras.
El tercer modelo lo definen los presidentes de Costa Rica, Ecuador y Perú que ni han alcanzado a tener capital político propio ni cuentan con un partido con fuerza significativa en el Congreso. Mientras estos dos últimos han sufrido crisis muy serias, que han supuesto la convocatoria de elecciones con el escenario abierto de interinidad en la presidencia de Guillermo Lasso y el reemplazo del presidente Pedro Castillo por la vicepresidenta Dina Boluarte, en Costa Rica, el Gobierno de Rodrigo Chaves languidece sostenido únicamente por la hasta ahora sólida naturaleza del sistema político costarricense.
Se trata de modelos que evidencian la heterogeneidad de la política en la región en torno a un juego tortuoso cuya naturaleza, frente a aspectos de carácter institucional, entroniza talantes individuales en los que el narcisismo y la incompetencia tienen amplia factura. La política se centra casi exclusivamente en la actuación de personas concretas con una pulsión desatada por el poder y deja fuera los comportamientos rutinizados que configuran las instituciones. Por ello, no debiera resultar extraño que quienes detentan el poder, o están próximos, intervengan en un juego diferente al del resto. El suyo.
*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21.