31 de mayo 2023
El proyecto ruso de reforma de la economía cubana ha vivido en los últimos meses una verdadera ofensiva diplomática, que destacan algunos medios independientes. En poco tiempo han viajado a Moscú el presidente Miguel Díaz-Canel y el viceprimer ministro Ricardo Cabrisas, y a La Habana el canciller Serguéi Lavrov, el viceprimer ministro Dmitri Chernishenko, el asesor económico del Kremlin Maxim Oreshim, el líder de la Duma Viacheslav Volodin, y Boris Titov, comisionado del presidente Vladimir Putin para los «derechos empresariales» y cabeza del Instituto Stolypin.
Desde principios de año se dio a conocer que el Instituto Stolypin trabajaba en un plan de reestructuración de la economía cubana, con el fin de hacerla capaz de asimilar los crecientes intereses rusos en el mercado isleño. Con la celebración este mayo del Foro Económico Empresarial Cuba-Rusia, en el Hotel Nacional, donde participaron más de cien empresarios rusos, ha podido conocerse mejor en qué consiste dicho proyecto.
De acuerdo con Titov y el propio ministro cubano de Economía, Alejandro Gil, el propósito es extender la colaboración con Rusia más allá de los ámbitos energético y militar. En principio se intentaría aumentar la importación de trigo y otros productos básicos, se ofrecerían tierras en usufructo a compañías rusas y se apostaría por el flujo turístico desde el país euroasiático, hasta alcanzar la cifra de 500 mil visitantes al año.
En los convenios firmados entre los dos gobiernos se habla también de colaboración en comunicaciones, nuevas tecnologías e Inteligencia Artificial, sectores todos que, en ambos países, controlan los aparatos de Seguridad del Estado. Los intercambios entre Cuba y Rusia, en esos ámbitos, han ido creciendo en las últimas décadas hasta llegar a una intensidad similar a la del periodo soviético. Justamente, lo que faltaba a la agenda bilateral para rozar los altos niveles de entonces era la consolidación de intereses rusos en la economía cubana.
Paralelo al Foro Empresarial del Hotel Nacional, sesionó en La Habana la Comisión Intergubernamental, encabezada por Cabrisas y Chernishenko. Ahí se habló de ofrecer facilidades para que bancos rusos operen en la isla y se puedan hacer transacciones en rublos. Según Cubadebate, Rusia da prioridad a proyectos de infraestructura, como la renovación de la Antillana de Acero. El mismo medio reporta que el intercambio entre ambos países, que alcanzó poco más de 450 millones de dólares en 2022 —volumen relativo si se compara, por ejemplo, con la principal fuente de ingresos, las remesas, que han llegado a tres mil 700 millones anuales—, podría «multiplicarse por nueve» este año.
No es casual que este relanzamiento de los nexos ruso-cubanos se produzca en medio de la invasión contra Ucrania, que ha provocado un amplio rechazo en el mundo, como se verifica en diversas resoluciones de la ONU, adversas a Moscú, en el último año y medio. El aislamiento del Kremlin, especialmente en América Latina y el Caribe, donde su presencia crecía antes de la escalada militar, incentiva esta aproximación mutua.
Del lado cubano, el vínculo con Moscú es también una respuesta socorrida al fracaso de la normalización diplomática obamista, boicoteada desde dentro y fuera de la isla. Esta vez, con la ventaja que ofrece la mayor identificación de sectores de la cúpula militar y empresarial cubana con un capitalismo oligárquico y autoritario, como el que caracteriza el sistema ruso, en términos de una posible transición durante los próximos años.
Aun así, este proyecto que podría definirse de «recolonización», si se toma en cuenta que el vínculo histórico de Cuba con la URSS y los socialismos reales de Europa del Este, durante la Guerra Fría, no carecía de elementos coloniales, generará resistencias dentro de la propia élite del poder. Hay una contradicción ideológica, generalmente disimulada o postergada a conciencia por esa élite, entre la línea inmovilista tradicional del régimen cubano, plasmada en el artículo 5º de la Constitución de 2019, y el capitalismo oligárquico ruso.
Una forma de explorar esa contradicción sería a través de la figura histórica de Piotr A. Stolypin (1862-1911), el político zarista que da nombre al instituto que elabora la reforma económica para Cuba. Ese nombre, que hoy circula con naturalidad en la prensa oficial de un Estado que dice profesar una ideología «marxista» y «leninista», representaba, en la obra de Lenin, Trotski y los principales líderes bolcheviques, la suma de todos los males del capitalismo y el autoritarismo de la Rusia de los zares.
Terrateniente él mismo, Stolypin fue, entre 1906 y 1911, presidente del Consejo de Ministros y ministro del Interior de la monarquía de Nicolás II. Su acumulación de poder, solo interrumpida por la muerte, se desplegó fundamentalmente por medio de una reforma económica favorable los kulaks, o nueva burguesía rural, y de una política represiva paralela contra el movimiento obrero y la izquierda rusa, basada en la pena de muerte (su corbata era símbolo de la horca) y encarcelamientos y deportaciones indiscriminados.
Lenin describió la política de «Stolypin el Verdugo» como reacción del zarismo a la Revolución de 1905. Para el líder bolchevique, la estrategia stolypiana era una mezcla de modernización a medias —reforma agraria antifeudal, sin industrialización ni apertura comercial— y despotismo desenfrenado contra cualquier modalidad de oposición doméstica. En 1917, Lenin recordará a los liberales de la Revolución de Febrero (Kerenski, Guchkov, Miliukov…) que ellos también fueron víctimas de aquel autoritarismo.
Lenin aparece en la Constitución cubana de 2019 como referente de la ideología de Estado. Pero la reforma económica que impulsa el Instituto Stolypin está inspirada en una una visión de la sociedad profundamente antileninista. Como bien ha documentado Timothy Snyder, historiador de la Universidad de Yale, la cosmovisión de Vladimir Putin está armada en torno al viejo nacionalismo imperial ruso, cuyas dos figuras tutelares serían el filósofo Iván Ilyin, por el lado doctrinario, y el estadista Piotr Stolypin, por el político.
El propio régimen putinista está muy cerca de aquella combinación que describía Lenin. De acuerdo con The Economist, Rusia ocupa el primer lugar mundial en el índice de capitalismo oligárquico o «de compinches». Unos 120 millonarios controlarían el 70 por ciento de la economía rusa gracias a concesiones gubernamentales para empresas estratégicas que incluyen bancos, casinos, medios de comunicación, industrias extractivas y de defensa, y consorcios de construcción y desarrollo de infraestructura.
Sobre el carácter represivo y antidemocrático del sistema político ruso habría muy poco que agregar a lo evidente. Meses antes de lanzarse contra Ucrania, Putin promovió una ley que le permite permanecer en el poder hasta 2036, acaparando más tiempo al mando de Rusia que Stalin o cualquier otro líder de la URSS. Su lista de opositores ejecutados o encarcelados —el exagente Alexandr Litvinenko, la periodista Anna Politkovskaya, el activista Aleksei Navalny…— crece año tras año.
La contradicción entre la ideología del Estado cubano y el modelo ruso es inocultable. Sin embargo, el aparato ideológico del Partido Comunista, los medios de comunicación y el campo intelectual y académico de la isla no parecen advertirla. Ante tamaña incoherencia habría muy pocas posibilidades: o la perciben y no la admiten públicamente, por realismo o conveniencia, o sencillamente les tiene sin cuidado. Si se trata de esto último no harían más que confirmar que la ideología, en ese régimen, es menos central de lo que presume y que está prioritariamente dirigida a trazar la frontera artificial y casuística entre «revolucionarios» y «contrarrevolucionarios», eje de su larga trayectoria excluyente y represiva.
*Este artículo se publicó originalmente en la revista cubana El Estornudo.