22 de mayo 2023
La periodista y escritora mexicana Alma Guillermoprieto, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2018, dice entusiasmada que le gustaría contar la caída de otra dictadura en Nicaragua, como resultado de la resistencia civil.
Guillermoprieto cubrió el derrocamiento de la dictadura de Somoza en 1979 y la región en los últimos 44 años para medios internacionales como The Guardian, The Washington Post, The New Yorker, y The New York Review of Books.
La semana pasada, la reportera participó en el Festival literario Centroamérica Cuenta que juntó a 80 escritores provenientes de todo el mundo en su décimo aniversario, celebrado en República Dominicana, para hablar sobre libertad de expresión en México y Centroamérica y también sobre el conflicto entre democracia y autoritarismo en una región tan convulsa.
Ahí estuvo el novelista Sergio Ramírez, presidente del Festival y premio Cervantes 2017, así como la poeta Gioconda Belli. Ambos son parte del grupo de 94 desnacionalizados el 15 de febrero de 2023 por el Régimen de Ortega, entre quienes también están 11 periodistas.
“Esa irracionalidad, me llama mucho la atención”, dice la periodista en una entrevista con Carlos Fernando Chamorro en el programa televisivo Esta Semana, el domingo 21 de mayo. Con esas palabras intenta describir las acciones políticas del “duunvirato Ortega-Murillo”, una palabra usada para describir a los magistrados de la antigua Roma que compartían el poder.
Para Guillermoprieto, quien analiza también la amenaza al periodismo en la región, los Ortega-Murillo son similares a Nicolás y Elena Ceaușescu, la pareja de dictadores derrocados en Rumanía en 1989, cuyo régimen se caracterizó precisamente por el culto a la personalidad y el abuso de poder.
La crisis de Nicaragua va y viene en el radar internacional. Hace varios años se habló de la farsa electoral de 2021, hace poco de la excarcelación de los presos políticos. ¿Hay interés en cubrir la historia de esta dictadura?
Vos sabés que nosotros nos movemos por noticias, principalmente. Entonces cuando hay algo que cambia es cuando el ojo de las cámaras se voltea hacia Nicaragua. Cuando no hay, es muy difícil mantener la atención del público. Y hay una idea general de que existe una dictadura terrible, inamovible. Esa es la convicción y que nada, ¡pobre gente de Nicaragua y se queda hasta ahí!
Tu último artículo publicado por The New York Review Books en diciembre de 2021 terminaba con muchas preguntas, sobre todo en torno a la incertidumbre de Nicaragua. ¿Cambió algo con la excarcelación de los 222 presos políticos?
Ese artículo fue sobre los presos en esas mazmorras. Fue sobre específicamente una persona conocida para el público internacional: Dora María Téllez. Para recordar a Hugo Torres y el papel que él jugó en la lucha en la liberación de Daniel Ortega. ¿Tuvo cierta repercusión? Sí. Y la pregunta era qué iba a pasar con el duunvirato Ortega-Murillo.
Una pregunta sigue siendo clave es la salud de Daniel Ortega y su capacidad de mantener la lealtad del Ejército. ¿No es cierto? En cuanto a Rosario Murillo, pues es un misterio. No sé si Daniel Ortega no estuviera, ¿qué poder tendría ella? Son preguntas en este momento de la sucesión.
Pero hay otra pregunta —y yo cité a Dora María y vos la citaste también en un artículo que salió en CONFIDENCIAL—, uno no sabe nunca cuando la gente se harta. No se esperaba nadie el 18 de abril de 2018. No se esperaba nadie lo que podría suceder sin la represión tan tremenda que se ejerce ahora sobre el pueblo nicaragüense. Esa sigue siendo también una gran pregunta. Sabemos que Daniel Ortega ganó las elecciones de manera amañada, pero no sabemos cuáles van a ser las consecuencias a largo plazo.
¿Cómo se ve la dictadura de Ortega en comparación a los regímenes autoritarios de Cuba y Venezuela?
En realidad no existe una comparación con ninguno de los dos, porque hay un elemento de irracionalidad muy notable. Por eso, yo siempre digo que son como Ceaușescu. No se entiende, por ejemplo, ni la excarcelación de los presos, desde el punto de vista de la lógica de ellos. Paso uno: los vamos a excarcelar y los vamos a poner en un avión. Y ahí se van. Paso dos: Vamos a seguir reprimiendo a esos mismos excarcelados a distancia, tanto como a los que quedan adentro de Nicaragua. Esa irracionalidad me llama mucho la atención.
Vos cubriste hace 44 años el derrocamiento de la dictadura de Somoza como resultado de una insurrección político-militar-nacional y también de una gran alianza nacional. ¿Te imaginás la caída de otra dictadura como resultado de una resistencia cívica?
Obviamente me gustaría mucho poder cubrir como reportera esa segunda caída. La resistencia civil es el único camino. La armada en este momento no tiene cabida en ningún país en América Latina, y mucho menos en Nicaragua que ya agotó eso. No tiene lugar. La resistencia cívica por supuesto que tiene lugar y todas las posibilidades de conseguir el derrocamiento de una dictadura.
Decías que los Ortega son vistos como “los Ceauşescu de América Latina”. Sin embargo, a pesar de toda esa irracionalidad, generan cierta complacencia entre nuestros vecinos, con la excepción de Costa Rica. Los Gobiernos de Honduras, Guatemala, El Salvador, tienen una relación colaborativa con Ortega. Es condenado por Canadá y la Unión Europea, pero en Centroamérica se mueve muy cómodamente.
Hay que ver quiénes son los vecinos y quién está en el poder en esos países. Para El Salvador se ha vuelto refugio de un presidente corrupto, por ejemplo. Nicaragua le ofrece impunidad a muchos dirigentes corruptos. Es un lugar que se mueve por sus propias leyes, donde no hay extradición posible. Entonces, claro, eso es siempre un beneficio posible.
Hay una cosa con las sanciones de Estados Unidos que es siempre motivo de discusión. ¿Qué tanto más pueden aumentar las sanciones que realmente le hagan daño al régimen? A mí me parece que no afectan mucho. Que pueden aumentar. No me parece que a ese duunvirato le haga gran mella; sabes, ellos viven detrás de una muralla china, atrincherados. Es difícil tocarlos.
La persecución contra la Iglesia católica, el encarcelamiento del obispo Rolando Álvarez, la prohibición de las procesiones religiosas en Nicaragua. ¿Cómo se lee?
Es un indicio del tremendo temor que tiene el duunvirato a la expresión popular y a la rebelión popular. Y nuevamente el 18 de abril. El mayor temor es que se repita. Y la Iglesia en Nicaragua ha jugado siempre un papel representativo del pueblo, ¿no? Desde afuera nadie se explica cómo se prohíben en Semana Santa las manifestaciones religiosas. No, pues no es arbitrario. Eso no es irracional. Eso es una señal de miedo. Ahora, ¿qué efecto tiene la actitud de la Iglesia que el papa Francisco, por primera vez, se pronuncie en contra del régimen en términos bastante fuertes? Ahí entra otra vez la irracionalidad y dicen “no, todos están locos, menos nosotros”.
¿Cómo ves la salud del periodismo en la región? ¿En Centroamérica, en México, tu país, en Colombia?
Es un motivo de pesimismo por varios factores: Medios sociales, ¿cómo han afectado la posibilidad de ponderar la información? Por eso, yo hago crónica, porque es una oportunidad de sentarse a pensar calmadamente, junto con los autores de estas crónicas. Y representan la contraparte de Twitter y de esa vía abierta para la rabia que son los medios sociales.
¿Qué han hecho en este caso? Potenciar la rabia que produce la información contraria a los prejuicios. ¿Cuál es la consecuencia entre mis colegas? Que ninguno puede vivir en su país de origen y donde ha trabajado y ha aspirado a contribuir a la sociedad. Porque las alternativas son represión, censura, cárcel, asesinato, exilio. En este momento, en Centroamérica, esas son las alternativas. Es una situación trágica y fomentada por la dirigencia de estos países. Sí, fomentada activamente–diría yo– desde el poder. Hago una excepción de Colombia, pero en los demás realmente es terrible pensar que estamos en peligro, porque el poder nos pone en peligro.
En México se cuestiona la “Mañanera” de Andrés Manuel López Obrador, pero alguna gente dice que da la cara y contesta. En El Salvador, Bukele gobierna con Twitter. En Nicaragua Ortega está ausente 30 días, pero la vicepresidenta del duunvirato tiene un monólogo oficial. ¿Con cuál de esas tres formas nos quedamos?
Con ninguna. Son fórmulas amenazantes, agresivas y el principal daño no lo sufrimos nosotros. Lo sufre la población de nuestros países que está sistemáticamente mal informada y que, por lo tanto, no puede tomar decisiones informadas, racionales. De acuerdo con sus simpatías, claro, pero con un panorama de información evaluada, sopesada y correcta.
Una alternativa —lo digo siempre que puedo— en que el presidente López Obrador, en vez de dedicarse una hora por semana sistemáticamente a agredir a mis colegas de la prensa, se dedique un tiempo para los colegas asesinados. Y diga —fulano de tal asesinado… su investigación va en esto. Hemos capturado a este responsable. Eso no ocurre. A mí me gustaría mucho y, por supuesto, que no asesinaran a mis colegas.
¿Cómo se viven las heridas de la impunidad de la violencia en México, Honduras, Colombia?
Tanto para la población como para los reporteros y los editores –e incluso para los dueños de los medios– con una actitud de que (lo) mejor es no provocar si uno se quiere mantener con vida. Y si uno quiere seguir viviendo en su país, entonces tiene un efecto intimidante. Claro, yo sé de periodistas que siguen trabajando en tu país, que no pueden firmar sus notas y que piden que no se firmen y, sin embargo, están vigilados, por supuesto. Trabajar en esas condiciones es trabajar en la Unión Soviética en los años 40.
¿Hay alguna esperanza para las víctimas de la violencia, los familiares de las víctimas de las torturas, el destierro, de que se pueda lograr justicia?
No soy capaz de hacer pronósticos, porque si algo he aprendido es que los próximos cinco minutos no los podemos predecir nunca. Puede haber un terremoto y aquí se acabó todo y cambió la realidad. Lo que digo es que, sin esa justicia, no avanza la democracia.
Y quienes, para mi asombro y admiración permanente, se han encargado contra viento y marea de luchar por esa justicia son justamente los familiares de las víctimas. Sin miedo, con un arrojo que siempre es asombroso. En el caso de los 43 muchachos desaparecidos–y seguramente asesinados en México, por ejemplo– esas 43 familias campesinas que sacan fuerzas no sé de dónde para seguir adelante. Años después son admirables y lo único que podemos hacer es decir ¡qué ejemplo tan extraordinario! ¡Eso quedará en la historia!
¿Esa historia la cuenta el periodismo?
Por la misma admiración que nos provoca, hemos tratado sistemáticamente de seguirle los pasos. Y hay libros y demás. Otra cosa sea que a la sociedad no le interese mucho los sobrevivientes como no le interesa mucho el destino de nosotros: los periodistas y las periodistas, que, cuando matan a uno, los que salimos a marchar en protesta somos siempre nosotros. Y nadie más. Eso me parece también trágico.
Hablaste del periodismo bajo asedio, la desinformación, también de las redes sociales que también permiten enfrentar la censura en países en los que estamos bloqueados. ¿Qué queda de la calidad del periodismo y su credibilidad en estas circunstancias?
Cuando hay mucha represión la gente tiene que contar la historia. Hay como una pulsión por contar la historia irrefrenable, y lo que está pasando concretamente en Centroamérica, es que, a pesar de todos los pesares, la historia se está contando muy, muy bien. A pesar de todo, hay milagros que existen. Ese es uno.