Guillermo Rothschuh Villanueva
30 de abril 2023
PUBLICIDAD 1M
PUBLICIDAD 4D
PUBLICIDAD 5D
Como escritor que se respeta, Álvaro dedicó tiempo en crear su propia biblioteca. Ningún escritor se siente completo fuera del universo de los libros
I
Nada más hermoso que el homenaje filial tributado por Danilo José Urtecho, al poeta Álvaro Urtecho. Un recorrido prodigioso por los meandros y afluentes de su memoria. Intercambian papeles para que Álvaro sea quien nos cuente parte de su vida. Un gesto maravilloso. Danilo evoca momentos estelares en el discurrir por el mundo de su entrañable hermano. Yo también guardo mis propios recuerdos. Siempre afectuoso y de una gran humildad. Ajeno al golpe artero y a las zancadillas, en una época que la poetería se consumía en broncas interminables. Nuestra amistad fue de mutua complicidad. Final sin despedida (Aproximación a una biografía de Álvaro Urtecho), Impresiones Gutenberg, (diciembre, 2022), abre puertas y ventanas para conocer mejor a un hombre, que hizo de la creación literaria, el leitmotiv de su paso por la tierra. Un poeta de tiempo completo.
El libro de Danilo José Urtecho constituye un reto para lectores, los saltos temporales y la inexistencia de fechas que sirvan de mojones para apuntalar la trayectoria poético-literaria de Álvaro, un artilugio tomado por su biógrafo. Solo nos queda asirnos a las pistas puestas a nuestro alcance, para saber en qué momento el poeta rivense, decidió labrarse su propio camino. Desertó de la ruta concebida por su padre, deseoso como estaba que su hijo se convirtiese en médico. La ruptura más transcendental en su vida. Incubó una rebeldía que expresó de manera temprana. Lo hizo desde el mismo instante que expuso su desacuerdo con las ideas políticas de su progenitor. El primogénito descubrió, siendo apenas adolescente, que su verdadera y única vocación estaba contenida en los libros existentes en la biblioteca de sus padres. Desde entonces soñaba con ser escritor.
No hubo manera de hacerlo rectificar, la comprensión de su madre, Lilliam Lacayo, fue un bálsamo en el páramo de su hogar. Encontró el sostén requerido para no desviar sus pasos. Adoptada la decisión, siguió hacia adelante sorteando toda adversidad. El placer de la lectura fue el antídoto al que recurrió para eludir las contrariedades hogareñas. Su posición irrevocable, hizo que su madre albergara la idea que su hijo mayor ganaría un lugar destacado dentro de la literatura nicaragüense. Tanta terquedad solo era comprensible en su empeño de triunfar como poeta. Una ratificación que los vicios se adquieren de manera temprana. Álvaro sabía que antes de la escritura estaba la lectura. En esa búsqueda encontró sosiego en las obras de Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal. Los dos primeros escritores nicaragüenses con los que se sintió identificado.
Para quienes se embarcan en el camino de la creación, no existe mayor goce, que meterse de lleno a explorar las páginas de sus antecesores. Salen en búsqueda de voces con las que aspiran a identificarse. En el oficio de la lectura y la escritura, una elección para salir adelante, consiste en leer como endemoniado. Antesala necesaria para sentar las bases fundacionales. Álvaro llamaba a los libros sus hermanos. En ese largo trajinar, lo más persistente a través de los años, fueron la lectura y la escritura. En el umbral de la muerte, nunca dejó de sentir “el placer mórbido y sensual de la lectura”. Un veneno para el que no existe cura. Una vez internados en los predios de la lectura, no existe nada que pueda distanciarnos. El apego por la lectura y la escritura son para siempre. Así tengamos que enloquecer y quemarnos los sesos, como ocurrió con el terco de don Quijote.
Danilo José, memorioso, alter ego de Álvaro, pone una pista en la cual podemos apoyarnos para encontrar la manera de armar el rompecabezas de la vida y pasión de su hermano mayor. Rayuela (1962), obra majestuosa del Cronopios Julio Cortázar, sirve de modelo para armar. Con agudeza expone que se trata de una novela, “donde el lector inteligente va y viene desde cualquier rincón, dando saltos hacia cualquier cuadrante y caer en el mismo laberinto”. Para aproximarnos a las exigencias del puzle que nos ofrece Danilo José, tenemos que viajar nuevamente al encuentro de Julio. En su visión únicamente existen dos tipos de lectores, uno hembra y otro macho. La diferencia estriba en que lector-hembra se repantiga en el sillón, sin comprometerse con el drama que enfrenta el escritor, mientras que el lector-macho se implica y compadece de todo lo que pasa a los creadores.
II
Al invocar el nombre del argentino Julio Cortázar, no existe nada gratuito. Su arte poético es similar al de Álvaro Urtecho. Ambos descreen de la inspiración. No existen musas que acudan a su llamado. Para evitar equívocos, Álvaro expone: “Aunque reconociera en algún momento la inspiración de las musas, al instante o más después, declaraba mi adhesión a la persistencia del artesano y su afán por el detalle final. El artista tenía la obsesión y el instinto del artesano”. Una tesis parecida sustentaba el Minotauro, Jorge Luis Borges. Cuando indagaron qué sentía al momento de escribir, les dejó anonadados. Sentía agruras, una tensión irrespirable, no divisaba a las musas por ningún lado. Nadie puede venir en tu auxilio, si antes no has tenido una larga y paciente preparación. Borges dijo en diversas ocasiones que sus poemas y cuentos eran el resultado de sus muchas lecturas.
Como escritor que se respeta, Álvaro dedicó tiempo en crear su propia biblioteca. Ningún escritor se siente completo fuera del universo de los libros. En su trashumancia, los libros eran su mejor compañía. Cada vez que mudaba de lugar, sus centenares de libros eran fieles acompañantes. En ese ir y venir, muchos se perdieron o extraviaron en el trayecto. Como lector asiduo, volvió a adquirir libros que antes había comprado. Estaba obligado a reponerlos. Todo gran lector siente una profunda inclinación por determinados autores. Son sus ángeles tutelares. A ellos recurren una y otra vez, para vencer el hastío y sentirse plenos y reconfortados. La biblioteca de Álvaro atravesó el Atlántico. Embalarlos en cajas de madera, para evitar percances, fue un acto sacramental. Esa creencia con la que comulgan todos los escritores: fuera del mundo de los libros, nada. Una verdad sabida.
Todos somos herederos de quienes nos precedieron en el afanoso arte de la escritura. Jorge Luis Borges sostenía que hay quienes se inventan a sus predecesores. Las deudas contraídas son las marcas visibles que aparecen en la escritura. Les delatan. No pueden ocultarlas. Muestran de manera diáfana de quiénes son hijos. Álvaro sintió especial afecto por el poeta Beltrán Morales. Igual demostración de cariño tuvo ante el poeta Carlos Martínez Rivas. A su compañero de farras en el Madrid de los setenta del siglo recién pasado, le dispensa todo tipo de elogios —ninguno que no mereciera. Los adjetivos que utiliza son los mismos atribuidos por sus críticos y lectores. Al leer sus poemas, Carlos se mostraba “siempre cáustico, mordaz, incisivo, malabarista del lenguaje sensual y reflexivo, a la vez corporal y torácico, se despojaba de su abrigo en la fonda medieval”. Siempre Carlos.
Las contradicciones en el seno del hogar de sus padres, jamás implicaron distanciamiento. Las andanzas de Álvaro fueron las del hijo pródigo. Diversas motivaciones subyacen en su decisión de no romper el cordón umbilical. El campanario de la iglesia San Francisco, fue la atalaya desde la que divisó el mundo por vez primera. Los olores y sabores de la casa paterna impregnaron su paladar. El sibarita alargó en otras cocinas, el gusto por las comidas. Ver comer a Álvaro, nos transporta a la obra de François Rabelais. En los primeros segundos de vida y en su primera exhalación, Gargantúa grita: ¡Quiero un trago! Comida, bebida, lectura y escritura, fueron para Álvaro, una sola. Nunca hubo dobleces. ¡Ah, si el lago fuera ron! Un deseo compartido. Amigo de amores furtivos, pudoroso en extremo, las mujeres en su regazo carecían de nombres.
Atrapado en las garras de la diabetes, Álvaro desgaja sus sentimientos, pesares, alegrías e infortunios. Ni siquiera cuando la parca sitiaba su cama, dejó de leer. Fiel a su condición de lector y creador, evocaba su pasado y los desafíos impuestos por la escritura. Pendiente por dar por terminado el poema —a sabiendas de su imposibilidad— desafiaba el insomnio. Creía que, en el silencio de las madrugadas, sus engendros fructificaban mejor. Oscilaba entre lo erótico y lo onírico. En el viaje camino a la diálisis —el infierno que mortificó su vida— aparecían viejos recuerdos. Escuchaba el chirriar de las llantas de la ambulancia, la vida pasaba rauda ante sus ojos, presentía que su final estaba cerca. En sus añoranzas, la casa paterna, su cuarto y la vieja parroquia San Francisco, tomaban cuerpo y volvían más ligera su existencia. Uno siempre regresa al lugar donde fue feliz.
PUBLICIDAD 3M
Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
PUBLICIDAD 3D