Guillermo Rothschuh Villanueva
23 de abril 2023
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En la tierra chontaleña ganan prestigio quienes tocan guitarra, con sus arreglos conquistan corazones. Nelo fue dos veces heredero de su padre
Nelo Bravo fue un ejemplar criador de machos. Foto: Cortesía
“Queremos que se cultive el culto a la chontaleñidad”. Guillermo Rothschuh Tablada
Trazar el itinerario de un hombre resulta una tarea compleja, un desafío muchísimo mayor cuando se trata de una persona que forjó a puro pulso su propia leyenda. Seguir sus pasos para devolverlos hechos poesía, se vuelve mucho más complejo. Distinguir qué es verdad y qué pertenece al reino de la fantasía, se torna en empresa casi imposible. Mucho antes que el poeta comenzara a internarse en los predios de su vida, decenas de personas habían antecedido su labor. Sus hazañas se habían convertido en un remolino de recuerdos compartidos. Donde Wilfredo Espinoza Lazo, creía haber encontrado la verdad, otros sostienen lo contrario. Turbión que arrastra pepitas de oro mezcladas con lodo y arena. Todo lo que pertenece al reino de los seres humanos permanece impuro.
El cantor tiene que sujetar firmes las riendas para separar el heno de la paja. Las dificultades acrecientan. ¿Serían suficientes tres años de investigación emprendidos por Wilfredo Espinoza Lazo, para aclimatar sus pasos y convertirlos en poesía? Todo es poetizable; hasta el graznido del cuervo. Mantener tensa la lira cambia las cosas. Al transmutar en poesía las andanzas y correrías del centauro chontaleño, Cornelio Bravo González, mejor conocido por todos nosotros como Nelo Bravo, el poeta no pudo librarse de redundancias y reiteraciones. Una empresa ciclópea jamás quedaría libre de caídas y recaídas. ¿Desmerita su empeño? ¡Jamás! Son baches inevitables que surgirían en el camino. Desafiar a los dioses impone riesgos. Solo un verdadero poeta los asume.
Evocación de Don Nelo Bravo (Poesía), Fondo de Ediciones Espiral, (2022), condensa la ardua tarea emprendida por el poeta chontaleño Wilfredo Espinoza Lazo. Con intención que conociéramos la argamasa de la que estaba hecha el centauro chontaleño, no hubo resquicio de su vida que no espulgara. Con afán totalizante viajó hasta los confines de ciudades, montañas, hondonadas, ríos y llanuras, para seguir las huellas imperecederas de un hombre que caló en lo más profundo de la sicología chontaleña. Son 496 poemas transidos de afecto. Solo quien ha conquistado el cariño de su pueblo merece mucho amor. Espinoza Lazo trae de cuerpo entero el trajinar de Nelo, incansable en su ambición por ayudar a forjar la identidad de la provincia ganadera. Uno de sus hijos más preclaros.
La evocación de Wilfredo simboliza una vida hecha poesía y una poesía hecha vida. Imposible escindir las junturas de sus versos, lo que los años transformaron en un cuerpo sólido, hecho agua o vegetal, según las estaciones del año. Nada fue ajeno a la trayectoria social, económica y cultural de Nelo. Aprendió a valorar las duras faenas realizadas por campesinos metidos en el fango, en lo más profundo de la montaña. Se ganó el cariño de los de adentro y de afuera. Un virtuoso de la guitarra. Como nos recuerda Espinoza Lazo, “Don Nelo Bravo era la onda/ expansiva de una alegría indeleble”. Nos contagiaba con su risa. Con esta afirmación lo digo todo. Quien nos hace reír, nos pone de su lado. “Don Nelo Bravo toreaba/ al infortunio y espoleaba al hastío”. Un chontaleño alegre y querendón.
El humor que Nelo Bravo González destilaba por sus cuatro costados, una marca fundida en fierro. Los chontaleños valoramos su arrojo por sitiar lamentos que no enturbiaran nuestros días. El humor escurriéndose, anegando su vida y compartiéndolo con nosotros a manos llenas. Ahuyentaba la tristeza, cercando a la muerte. Wilfredo Espinoza Lazo, como todos nosotros, está convencido que Nelo “/… cargaba un costal/ de risa/ para el día duro/ y para el día empurrado”. Con afán poético, debemos reconocer que “Para cambiar el panorama, / un día don Nelo era/ una metáfora/ y el otro día una hipérbole”. En Chontales siempre recordaremos que Nelo se propuso conjurar el tedio y sembrar de optimismo nuestros campos. La vida es demasiado breve para soportar tanto llanto.
Nelo enarboló la bandera de la felicidad, como otros hacen de la desesperanza su más grande cosecha. En un departamento como Chontales, entregado a la crianza de ganado, Nelo personificaba al hacendado de avanzada. Ajeno a las distinciones de clase, Wilfredo sabe aquilatar su más preciado don: no poner distancia entre los hacendados y el campesinado. Una catequesis que repetía todos los días. Aspiraba a que el salario justo llegara a la mesa de los menos favorecidos. Por los injustamente llamados segundones, a quienes muchos tratan de mantener lo más largo posible. Menos que sean invitados al festín. Puso en práctica su prédica. Empecinado por aliviar su tristeza, provocaba alegría. ¿Cómo olvidar su falta de codicia y su llamado a instaurar reglas de juego decorosas?
II
Nelo Bravo González pertenece a la tradición chontaleña de caballistas y montados. Una estirpe que se prolonga y sobrevive en el tiempo. A la misma que pertenecen Luis Gadea Arosteguí, Serapio Aragón, Concho y Margarito Villagra, Pilar Mora y Nayo Ramos. Larga es la lista de privilegiados. Son quienes se sitúan en primera fila. Los más sobresalientes entre los distinguidos. Los que dan vida y esplendor a las haciendas chontaleñas. Las más famosas de toda Nicaragua. El capítulo más importante en la prolongada marcha hacia la conformación de la chontaleñidad. La verdadera y perdurable historia chontaleña, ha sido escrita por campistos y montados. Por gente de a pie y de a caballo. Poetas y escritores se deleitan recreándola. Son sus juglares.
Cuando se celebró en Juigalpa el Segundo Mulatón de la Asociación Mulares de Nicaragua (Asmulanic), con sentido justiciero, Aníbal Cruz Lacayo, evocaba sus nombres para rendirles homenaje. Wilfredo Espinoza Lazo lo sabe mejor que nadie. Nelo Bravo González y sus bestias, eran la fusión de un hombre con su mito. A Nelo gustaba presumir sus machos y sus mulas. El poeta dirige su mirada para que apreciemos en su grandiosidad, las decenas de machos que paseó por toda Nicaragua, dando fama a Chontales. Nelo sabía que, para trascender, debía fundirse con lo más preciado de la tradición chontaleña. Lo hizo con elegancia. Sus animales pasaron a incorporarse en la legión de bestias, cuyos nombres son merecidamente recordados. ¿Cómo olvidarlos?
El trovador chontaleño se esmera en que nosotros también aprendamos sus nombres. “Don Nelo Bravo el pícaro y sus pícaros machos, / una obra que el tiempo no puede borrar, / capítulo por capítulo, / don Nelo Bravo:/ don Nelo y el macho sajurín, / don Nelo y el macho jovial, / don Nelo y el macho alcahuete, / don Nelo y el macho coqueto, / don Nelo y el macho eficaz, / don Nelo y el macho pizpireto, /don Nelo el macho sagaz, / si el macho gimnasta, / el macho travieso, / don Nelo y macho chinvarón, / en fin, un patrimonio / del pueblo como de Nicaragua / El Güegüense o Macho Ratón”. La vida de un hacendado metido en los corrales, domando a su gusto mulas y machos, con los que recorrió los caminos de la patria. Huella de sus huellas.
Nelo Bravo González, digno hijo de la tierra de los Chontales, enalteció a caballos y caballeros. El poeta Espinoza Lazo, evoca las declaraciones dadas a The Washington Post. Al asirse a su tierra, transcendió fronteras. Cuando indagaron sus orígenes, respondió haber sido criado junto al ganado, “y eso es lo que he hecho toda mi vida, /a caballo de día y de noche, / esa fue mi vida feliz”. Nelo Bravo había desertado de las aulas de clases para seguir los pasos de sus ancestros. Jamás les traicionaría. Eligió el olor a pasto, reafirma Wilfredo. En Chontales se cuentan con los dedos de las manos, los chontaleños forjados ajenos a ríos y quebradas, llanos y montañas. Los fueranos son quienes han esculpido en oro nuestra verdadera historia. Los auténticos forjadores de la chontaleñidad.
En la tierra chontaleña ganan prestigio quienes tocan guitarra, con sus arreglos conquistan corazones. Nelo fue dos veces heredero de su padre. Don Cornelio Bravo Duarte, “… con su mandolina / y el acordeón acariciaba / los acordes olímpicos de las aves”. Emulando a su progenitor, Nelo fue un apasionado de la guitarra. Su amistad con compositores de fama nacional, proviene de su veta de coplero. A quienes gusta la música, díganme por favor, ¿a quién no? salen al encuentro de los suyos. Carlos Mejía Godoy, el más alto representante de nuestra música popular, llegaba a casa de Nelo en Santo Tomás, se nutría del habla regional y recogía anécdotas para alimentar sus composiciones. Esa misma amistad forjó con los Bisturices Armónicos y Chale Mántica.
¿Qué puede ser más doloroso y triste para un hombre, que se pasó la vida montando machos, mulas y caballos? No poder continuar jineteándolos, la edad se lo impedía. Nelo supo bajarse del macho. Dueño de un humor inconfundible, sustituyó a la bestia por un caballito de palo. Miembro fundador de los hípicos nicaragüenses, sentó un precedente. Se apareció en Granada encajado en El Tunante. Wilfredo Espinoza Lazo rememora el momento. Después en fotografía de La Prensa (1992), Nelo aparece en el centro de la barrera de Juigalpa, Vicente Hurtado Morales, Catarrán, luciendo El Tunante. Dichoso como nunca: “Ese día triunfal, don Nelo / se ganó el aplauso / del público y su último trofeo”. Nelo permaneció fiel a sus orígenes, hasta la temeridad. En eso radica su grandeza.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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