21 de abril 2023
Todo político que se respete, una vez alcanzado el propósito de acceder o permanecer en el más alto cargo de un país, entiéndase la Presidencia, se encuentra en la necesidad, casi en la obligación, de anunciar a sus electores cuál es la agenda que tiene para su próximo mandato.
En el caso cubano, los “electores” de Miguel Díaz-Canel son, en primera instancia, los siete miembros de la Comisión de Candidaturas Nacional que conformaron su nominación y los 470 diputados que tuvieron la oportunidad de marcar una cruz al lado de su nombre: el único que aparecía en la boleta como candidato a la presidencia de la República. Díaz-Canel nunca prometió nada a esos diputados porque la Ley Electoral prohíbe hacer campañas. Los más de ocho millones de ciudadanos con derecho al voto ni siquiera pudieron validar la votación de los parlamentarios.
El redesignado para el cargo de presidente de la República, puesto que no tiene compromisos previos, se encuentra teóricamente en la libertad de anunciar la agenda que le dé la gana.
A grandes rasgos son dos las agendas que podría presentar el redesignado: una, la previsible, que a nadie le entusiasma, y otra, la improbable, que solo cabe en los delirantes sueños de los más optimistas.
Esta es la previsible:
- Fortalecer la defensa del país tanto contra el enemigo externo como contra los elementos desestabilizadores en el interior y los violadores de la disciplina social.
- Aumentar el papel que debe jugar la empresa estatal socialista en la economía. Darle mayor espacio a la ciencia y la innovación vinculando las universidades con los programas de desarrollo.
- Erradicar las trabas que dificultan la inversión extranjera.
- Aumentar el control sobre los precios para evitar que se enriquezcan los que se aprovechan de la actual situación de desabastecimiento. Sancionar con dureza a los especuladores.
- Regular la salida del país de los profesionales, especialmente de los recién graduados que no han concluido su servicio social.
Y esta, la improbable:
- Amnistía general que incluya a todos los presos por motivos políticos y derogación de las leyes que penalizan la discrepancia política.
- Paralización inmediata de las inversiones en turismo y apertura de un paquete financiero para mejorar la infraestructura de vivienda, instalaciones de salud, comunicaciones y transporte público.
- Eliminar las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) y permitir la importación de mercancías a los privados con destino al mercado minorista.
- Eliminación de todas las trabas que dificultan la creación de empresas privadas por ciudadanos cubanos y permitir que los profesionales de todas las especialidades puedan ejercer por su cuenta.
- Eliminación de todas las restricciones migratorias de forma que todos los cubanos puedan salir de Cuba y regresar a su país, con independencia del tiempo que lleven en el extranjero.
Como es de suponer alguien podría desear una agenda suicida que sería:
Punto Único: Disolver el Parlamento, renunciar al cargo y convocar elecciones libres.
Puede apostarse que tanto la agenda previsible como la improbable serían aplaudidas durante largos minutos por los parlamentarios, con tal de que a Díaz-Canel no se le ocurra arrastrarlos a todos en su aniquilamiento político.
*Artículo publicado originalmente en 14ymedio.