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La verdadera defensa de la democracia

Derecha e izquierda entran en conflicto directo en un intento de apropiarse de la cualidad de “democrático”, pero fracasan en su verdadera defensa

Ana Claudia Santano

21 de abril 2023

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Está a la vista el hecho de que el mundo atraviesa un momento difícil en muchos aspectos. Desde el ideal del Estado de derecho hasta los derechos humanos, la sensación es que más que obtener avances, hoy  los esfuerzos se concentran en mantener lo que un día ya tuvimos. Los retrocesos, por tanto, están más presentes y claros que el “sueño” de un siglo XXI más armonioso y progresista.

Este contexto afecta igualmente a la democracia no solo como concepto, sino también como valor. Grupos que no pueden catalogarse exactamente como democráticos en esencia disputan en cuanto a la definición de dicho concepto. El mero uso de la palabra “democracia” o del adjetivo “democrático” puede indicar otro significado cuando se analizan con más detenimiento, teniendo en cuenta que en tiempos de posverdad hay varios y constantes intentos de dar forma al ideal democrático para que sirva a otros fines que no son democráticos en absoluto.

En este punto, el negacionismo desempeña un papel fundamental. James R. Schlesinger, economista y político estadounidense, decía que todos tenemos derecho a nuestras propias opiniones, pero no a nuestra propia versión de los hechos. En contra de lo que podría pensarse, una mentira repetida muchas veces no se convierte en verdad.

Es ahí donde también se puede pensar en el papel de las ideologías con respecto al declive de la democracia, ya que al disputar el concepto, se pierde el valor y la esencia democrática de la política. Derecha e izquierda entran en conflicto directo en un intento de apropiarse de la cualidad de “democrático”, pero fracasan en la verdadera defensa de los valores al no condenar los ataques a la democracia que se vienen intensificando en el mundo.


La selectividad al tildar estos ataques de antidemocráticos y con base en principios ideológicos en política ha causado efectos colaterales que deslegitiman a las fuerzas políticas ante la sociedad, que ya no está creyendo en los ideales democráticos que han prometido (en algún momento de la historia) la paz, la igualdad y el desarrollo de los pueblos.

Además, vemos que los derechos humanos básicos han sido, asimismo, ideologizados y discutidos, lo que ha creado situaciones, incluso un tanto contradictorias, como es el caso de la libertad de expresión, de manifestación y otras libertades. El liberalismo, por tanto, ya no parece ser bien entendido en este dudoso contexto que lo confunde con todo menos con lo que realmente es. Por otro lado, la igualdad también ha sido objeto de dudosas interpretaciones que la descalifican como tal, dado que tras la supuesta consolidación de un concepto de igualdad material, parecen surgir corrientes nostálgicas de su mera formalidad y han predicado un mundo en el que “todos somos iguales”, cuando es evidente que no es así.

En este debate, existe, a su vez, la estrategia de usar mecanismos que se pretenden democráticos para fines diferentes, como las consultas populares legitimadas únicamente por el procedimiento. En este caso, los Parlamentos que apoyan a los Gobiernos tienen la función principal de monopolizar un discurso que pretende ser democrático, pero que no pasa una simple prueba de integridad. Los procesos electorales y los referendos que culminan con el resultado deseado antes incluso de haber terminado, manteniendo “las cosas como están” durante un periodo de tiempo indeterminado, se han vuelto más comunes de lo que deberían.

Sin embargo, cabe mencionar que aún en el uso de mecanismos democráticos de consulta, cuando todavía hay espacio para la manifestación por parte de la sociedad, estos momentos se han convertido en oportunidades para la expresión del descontento social frente al poder. Los bajos índices de participación, que en algunos casos ni siquiera alcanzan los dos dígitos, demuestran las fracturas expuestas en un mundo en conflicto.

Y hablando de conflicto, también es necesario hacer referencia al caso de los procesos electorales violentos que no terminan con el anuncio de los resultados. En diferentes contextos, se constata que hemos perdido la capacidad de aceptar la derrota, haciendo prácticamente interminables las elecciones y recurriendo a diferentes herramientas para superar o eliminar a la fuerza política que resultó ganadora. Importantes canales de control del poder son mal utilizados para obtener un resultado distinto al de las urnas, lo que crea una “tercera vuelta” que muchas veces es ofensiva para la democracia, pero que no es condenada por sus aliados políticos.

La democracia no puede ser la conveniencia de los amigos o la mera convergencia ideológica de los grupos. No debe exaltarse por excepción, sino que debe ser lo más trivial de nuestras vidas. La práctica democrática debe alimentarse en los más variados contextos sociales, sin limitarse a la política institucional formal. La aceptación de los valores democráticos debe guiar el ejemplo de las autoridades, incluso cuando estas cuestionen sus relaciones políticas.

La democracia debe defenderse incluso cuando no nos gusta. También por eso hay que defenderla. Es totalmente posible defender un concepto de democracia que resista los ataques que ha sufrido en los últimos años. La resiliencia democrática nos demuestra que no todo está perdido incluso con esta crisis, y que asumir el conflicto como única forma de participación puede llevarnos a un camino sin vuelta atrás como sociedad.

Puede parecer utópico, pero la defensa de la democracia hace posible el retorno de tiempos prósperos para los derechos humanos en un mundo convulso. Por eso, debemos ser intransigentes con los valores democráticos, no ser selectivos en su defensa y no aceptar esa selectividad de Gobiernos y autoridades. Debemos defender realmente la democracia, le duela a quien le duela. Puede parecer obvio lo que se predica en este texto, pero en tiempos como estos, también hay que decir (y defender) lo obvio.

*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21.

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Ana Claudia Santano

Ana Claudia Santano

Doctora y máster en Ciencias Jurídicas y Políticas. Especialista en temas políticos y constitucionales. Aborda temas constitucionales, electorales, parlamentarios, de derechos humanos, ciencias políticas y relaciones internacionales. Es coordinadora general de la organización Transparencia Electoral en Brasil.

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