Guillermo Rothschuh Villanueva
9 de abril 2023
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El chontaleño era un animal político en el sentido clásico del término, jamás dejó de conspirar. Sintió pasión y un gusto especial por el poder
El general Emiliano Chamorro Vargas. Foto: Confidencial | Cortesía.
Para Andrés Enríquez Robleto
I
En una sencilla ceremonia, frente al Parque Central de Acoyapa, directivos de los Comités de Barrios de Juigalpa, rendimos tributo a la memoria del chontaleño, Emiliano Chamorro Vargas, la mañana del 11 de mayo de 1971. Ese día el líder del conservatismo cumplía el primer centenario de su nacimiento. Colocamos una placa conmemorativa en la casa donde vino al mundo. Dejábamos constancia que, para nosotros, como chontaleños, la fecha no pasaba desapercibida. Su trayectoria política marcó por más de sesenta años la historia de Nicaragua. En él se conjugan el político con el militar, aunque siempre dijo que fue militar de ocasión, no por vocación. Su prolongada vida castrense al frente de las tropas conservadoras muestra que supo hacerlo con holgura.
Sus grados militares difieren de la manera cómo los obtuvo el general Anastasio Somoza García. La marinería estadounidense decidió el 1 de enero de 1933, poner fin a su prolongada intervención militar en Nicaragua. Antes de partir pidieron a los dos partidos políticos tradicionales —liberales y conservadores— que cada uno nombrara candidatos para ocupar la jefatura del ejército nacional. Continuando con su tónica intervencionista, hicieron saber a ambos partidos, que pensaban que el cargo debía ocuparlo Anastasio Somoza García. Sin haber peleado ni dirigido ninguna batalla, fue ascendido de inmediato al grado de general. Una regalía que Somoza García supo compensar con el asesinato del general Augusto C. Sandino, quien justamente los había derrotado.
A los veintidós años de edad, Chamorro Vargas sostuvo el primer combate, recibió su bautismo de fuego. El mismo día que la revolución del general José Santos Zelaya (11/7/1893), entraba triunfante en Managua, se enroló bajo las órdenes del general Ignacio Paiz. Su padre, el coronel Salvador Chamorro, estaba al mando de la defensa de la capital. Su condición de ayudante del general Paiz no le satisfizo. No quería ser militar en plaza, su aspiración era convertirse en militar en campaña. Como muchos de sus compañeros, sus ascensos militares los ganó en el campo de batalla. En el combate de El Obraje, al mando de una compañía, fue ascendido al grado de capitán. Su aporte en la batalla fue clave para el triunfo de las fuerzas jefeadas por el coronel Gustavo Abaunza.
La militancia político partidaria era condición indispensable para ser miembro de las fuerzas militares en pugna. Durante sus primeras acciones militares, la jefatura suprema del ejército estuvo bajo las órdenes del general José Santos Zelaya. Las diferencias entre las tropas de Zelaya y las fuerzas comandadas por los jefes militares conservadores, general Ignacio Paiz y los coroneles Filiberto Castro y Jonás Álvarez, nunca fueron depuestas. Continuaron. Después del éxito de Emiliano en León, Zelaya procedió al desarme de las tropas conservadoras. Estando en Managua se enteró que su reconcentración era para desmovilizarlo. Aprendió muy bien la lección. En reconocimiento a sus méritos, Chamorro Vargas fue ascendido a Teniente Coronel.
Acostumbrado a las refriegas y montoneras militares, se mostró fiel a su creencia que el poder en Nicaragua provenía de las armas. Acuñó la frase que el poder lo tenían “quienes controlaban las cañas huecas”. Para los mismos años, Mao Tse Tung, afirmó que “El poder nace de la boca del fúsil”. Chamorro Vargas era consecuente con esta premisa. La historia de nuestro país había sido una historia de montoneras y revueltas militares. ¿Cómo mostrarse contrario a esta realidad? Emiliano no solo era partidario de esta tesis, quienes habían accedido al poder en Nicaragua, lo habían hecho tomando las armas. Desde que decidió participar activamente en las campañas militares, Emiliano lo hizo bajo la convicción que no había otra manera de conquistar y mantenerse en el poder.
II
El chontaleño era un animal político en el sentido clásico del término, jamás dejó de conspirar. Sintió pasión y un gusto especial por el poder, indispensables para mantenerse activo en política. El último caudillo -Autobiografía (Editorial Unión, 1983), testimonia sus andanzas político-militares. Un registro pormenorizado de las acciones en las que se vio involucrado y una visión parcial de su trajinar político. Contiene demasiadas omisiones, para un hombre que desanduvo por varias décadas los caminos de la política. Lo hizo desde 1893 hasta que la vejez, irremediablemente, lo separó de estas actividades (1960). Mientras estuvo al frente de los conservadores, no mostró cansancio ni desánimo. Un líder convertido en caudillo, por un partido político al que moldeó y aprendió a obedecerle.
Sus memorias contienen vacíos lamentables, elude referirse a la ocupación de la marinería estadounidense, lo hizo atendiendo el llamado de los conservadores (1912). Intervención que se prolongó por más de una década. Justifica los empréstitos de la banca estadounidense que comprometieron la independencia del Banco Nacional y del Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua. Sus direcciones fueron confiadas a banqueros del coloso del Norte. Las menciones exigiendo respeto a las tropas de ocupación, ante sus ínfulas de procónsules, adquirirían otro sentido, si hubiese explicado a qué obedecía su presencia. Las justificó aduciendo superioridad bélica. Esto no impidió a que Sandino enarbolara las banderas de la libertad, el antiintervencionismo y el antiimperialismo.
No deja de ser admirable que después de participar en la batalla de El Recreo (1909), se desplazara hacia El Rama, para seguir guerreando hasta alcanzar Santo Domingo de Chontales. Junto con la tropa caminaron sobre montaña espesa. Una jornada de tres días, en la que no vieron “la cara al sol. Todos íbamos a pie, y la ropa y el calzado nos pesaban mucho por la humedad y el barro que recogimos en nuestro camino”. Después avanzaron hacia La Libertad, luego siguió combatiendo en su avance hacia Camoapa, Boaco, Muy Muy, Matagalpa, Terrabona, Tipitapa, El Paso, Tisma. Un recorrido que muestra su temple y dotes estratégicos. Imposible que sus huestes no mostraran simpatía por Emiliano. Siempre alabaron su consecuencia, arriesgaba el pellejo a la hora del combate.
Sus memorias fueron redactadas con enorme tacto político. Se cuida al narrar eventos en los que estuvo implicado. Sintió la obligación de rectificar todo aquello que consideraba mentiras y ensombrecían su hoja de vida. Aclara para la posteridad, que no tuvo nada que ver con la quema de los potreros en Tisma. El liderazgo de Emiliano provenía de su largo trajinar militar y sus intentos para deponer a José Santos Zelaya, José Madriz y Anastasio Somoza García. Participó en la rebelión del 3 y 4 de abril de 1954. Promovió la conjura. Mandó a llamar a Pablo Leal a Costa Rica, para asignarle la jefatura del complot ejecutado por un puñado de nicaragüenses, dispuestos a terminar con la vida de Somoza García. Incumplió su compromiso de poner bajo su mando a 300 hombres.
Atraído por hacerse de nuevo de la silla presidencial, propinó un golpe de Estado el 17 de enero de 1926, contra la fórmula política bendecida por Estados Unidos, el conservador Carlos José Solórzano, como presidente y el liberal Juan Bautista Sacasa, como vice-presidente. No aceptó que esta acción fallida fuese el principio del fin de los conservadores para no regresar al poder nunca jamás. Más bien la atribuye a la negativa de Emilio Chamorro Benard, al no aceptar la candidatura a vice-presidente. Sabía que la salud de Diego Manuel Chamorro era precaria, lo que dejó abiertas las puertas a Bartolomé Martínez. Chamorro Vargas dice haber explicado a Chamorro Benard, que esta circunstancia lo colocaba en la antesala de la primera magistratura del país.
III
Cuando Bartolomé Martínez heredó el poder a la muerte de Diego Manuel Chamorro (12 de octubre de 1923), conociendo las aspiraciones presidenciales de Emiliano, le manifestó “su resolución que no dejaría el poder a ningún granadino, declaración que me hacía para que la hiciera saber a mis amigos granadinos”. Debido a sus vínculos familiares, Martínez consideraba que Emiliano era granadino. Enorme equivocación. Chamorro Vargas se consideraba un chontaleño ciento por ciento. Al ser electo presidente en 1916, se trasladó a Comalapa, donde había vivido hasta los 14 años de edad. El respiro fue para elegir a su futuro gabinete de gobierno. Para entonces Emiliano tenía cuarenta y seis años. Pensó que era necesario rodearse de personas experimentadas en el manejo de la cosa pública.
Chamorro Vargas jamás se desvinculó de Chontales. Su nacimiento en Acoyapa fue accidental. Las menciones reiteradas que hace en sus memorias de Comalapa, indican que se sentía ligado a la tierra de los Enríquez, Vargas, Bellanger, Rodríguez, Sequeira, Sándigo, Duarte, Miranda y Robleto. Doña Lastenia Enríquez, su esposa, una auténtica Comalapa. En sus memorias no hay referencias afectivas a Acoyapa. Evoca con mucho cariño sus vínculos familiares, niñez y adolescencia en Comalapa. El llamado último caudillo de América, conoció a su padre cuando ya había sido destetado. Su partida hacia la capital no supuso deshacerse de los lazos que lo unían con aquellas personas con las que había compartido sueños y esperanzas. Los distinguió como sus allegados más queridos y recordados.
Chamorro Vargas fue un funcionario probo. Una de sus recomendaciones a los miembros de su gabinete de gobierno, fue que administrarán los bienes de la nación con celo y austeridad. Disentir de su pensamiento y condescendencia con Estados Unidos, no implica dejar de reconocer que se mostró alérgico a enriquecerse y de adueñarse de la cosa pública. Gobernar no supuso para Emiliano una fuente de enriquecimiento. En su conocida investigación sobre los treinta años conservadores, Arturo Cruz Sequeira, enfatiza que algunos de estos gobernantes, aspiraban a ejercer el poder motivados por el deseo de dejar huellas en la vida nacional. Cargará para siempre con la ignominia de haber firmado el Tratado Chamorro-Bryan (1914). Un baldón del que nunca podrá librarse.
Emiliano tenía una conducta singular, apartado por momentos de la política, se dedicaba a ganarse el sustento. En esos breves sosiegos trabajaba en las haciendas que tenía en Managua, Granada y Chontales. Igual hizo durante su exilio en Honduras y Guatemala.
Al final de su vida sintió necesidad de adquirir una casa en Managua. Alquilaba y pagaba de sus ingresos. Era refractario a la apropiación indebida de los caudales públicos. Llevó una vida frugal. Construyó la carretera Puerto Díaz-Juigalpa, Juigalpa-La Libertad, obra ejecutada por Mr. O’Reardon. Conocía la importancia de contar con vías de comunicación, que conectarán de manera permanente las minas auríferas chontaleñas con los puertos lacustres. Por esos lugares salía el oro hacia el mercado internacional.
En la etapa final de su vida política, el general Emiliano Chamorro, reconoce haber cometido gravísimas pifias. Cuando el Pacto de los Generales (1950), con la finalidad de ablandarlo, Somoza García le enviaba emisarios diciéndole que se encontraba mal de salud. Lo amansó haciéndole creer que dejaría el poder al Partido Conservador, como garante de sus bienes. Cayó en la trampa. Somoza García le pidió dejar en suspenso por esa vez, la prohibición constitucional de que los parientes del presidente de la república, dentro del cuarto grado de consanguinidad, no podían ser diputados. Emiliano cedió al ruego. Luis Somoza Debayle resulto electo diputado. El viejo Tacho garantizaba su relevo, como efectivamente ocurrió a raíz de su muerte, el 29 de septiembre de 1956.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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