30 de marzo 2023
Buenos días señoras y señores embajadores.
Soy Tamara Dávila Rivas. Mujer nicaragüense, feminista, defensora de derechos humanos, y madre de una niña de siete años. Es un honor estar aquí frente a ustedes.
Agradezco a Chile, a su presidente y pueblo por permitir que se escuche nuestra voz. Agradezco a los países que nos han ofrecido refugio y ciudadanía y que han trabajado para nuestra excarcelación. Gracias a la OEA y sus Estados miembros, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y a la CIDH, por su atención y denuncia.
Yo, al igual que centenares, fui secuestrada e ilegalmente enjuiciada y condenada por la dictadura Ortega y Murillo, en la escalada represiva que mi país ha vivido después de abril de 2018. Organismos internacionales reportan al menos 355 personas asesinadas, y miles encarceladas. Eddy Montes fue asesinado en la cárcel. Hugo Torres, mi amigo, murió siendo preso político. Murió en manos del régimen.
Mi testimonio no solo es mío, es colectivo, porque muestra el odio con que actúa la dictadura contra cualquiera que sea “percibido” como opositor. Fui secuestrada con violencia y encarcelada el 12 de junio de 2021. Durante 14 meses estuve en una celda sellada, sin más contacto humano que el de mis carceleros; permitieron escasas visitas a mi familia. Luego me mantuvieron en confinamiento solitario, al igual que a Suyen Barahona, Dora María Téllez y Ana Margarita Vijil.
La Corte Interamericana ordenó nuestra liberación el año 2021 y esta orden fue desacatada por el Gobierno de Ortega-Murillo. El desacato continúa, pues expatriación, destierro y exilio no es liberación.
Pese a que me encontraba en algún sentido preparada para ser detenida, pues estuve sometida a vigilancia y asedio por meses, mi detención fue muy violenta para mi hija y para mí. Pese a que abrí la puerta y expresé que me entregaría, los policías rompieron el portón a patadas, asaltaron la casa y desconectaron las cámaras de seguridad. Oficiales mujeres me golpearon hasta sangrar y me subieron a rastras a una patrulla.
No sabía dónde me llevaban. Temí por mi vida. Tantos muertos, tantos desaparecidos a cuyas familias había acompañado. Desde mi mente le mandé todo mi amor a mi hija, pues no sabía si volvería a verla. Durante más de 80 días no supe nada de ella ni del resto de mi familia; ellas tampoco supieron nada de mí, esa fue la peor tortura. ¿Habrán secuestrado a mi hija, la habrán enviado a un orfanato? Durante 14 meses, al igual que decenas de nosotros, no pude ver a mi hija, ni siquiera en fotos. Tuve que hacer una huelga de hambre para que me permitieran verla en julio de 2022.
Imaginen a una niña de cinco años que presencia el asalto violento de su casa, el lugar que debía ser el más seguro para ella. Personas armadas que registran todo, que se llevan sus cuentos, su diario de nacimiento, su música y que además se llevan a su mamá. Ella le preguntaba constantemente a su abuela “¿Abu mi mamá está muerta? ¿Por eso no puedo verla?” Ese horror lo vivieron decenas de niñas, niños y familias en Nicaragua.
Toda esa tortura me provocó una grave crisis de ansiedad que los carceleros aplacaban con Alprazolam.
Durante los 20 meses de prisión, sufrimos torturas psicológicas, restricciones alimenticias, aislamientos carcelarios, sin acceso a lectura, sin poder escribir, continuos interrogatorios, y hasta torturas físicas en varios casos. Nuestras familias sufrieron y siguen sufriendo hoy represalias, acecho y amenazas.
El 9 de febrero fui excarcelada, desterrada, expatriada y privada de mis derechos políticos junto a 221 personas más. A nosotros, y a muchas personas más, nos han despojado de nuestros bienes, pensiones de vejez, registros académicos y del propio registro civil, como si no existiéramos. Incluso han privado de su apellido a algunos de nuestros hijos e hijas.
Tengo 48 días en libertad, pero aún no me reencuentro con mi hija, que ora todas las noches pidiendo que le entreguen el papel para poder viajar, encontrarse con su mama y no separarse más de ella. La dictadura mantiene rehenes a nuestras familias, hijos e hijas; les intimida y vigila, impidiendo hasta ahora la salida de muchos para la reunificación.
En Nicaragua el terror continúa; diez de cada centenar de nicaragüenses ha huido del país en los últimos cinco años; hay más de 37 personas presas políticas, entre ellas el obispo Rolando Álvarez. Sufren torturas psicológicas y físicas diariamente. No podemos olvidarlas. Martin Luther King dijo que “la injusticia en cualquier parte, es una amenaza a la justicia en TODAS partes”. Esto incumbe entonces a la comunidad internacional y particularmente a las Américas.
Mi mamá me enseñó que todas las personas —en cualquier condición— tenemos poder. Yo usé el mío en esa celda, para resistir. Mi hija usará el suyo, cuando ella lo decida, para denunciar la negación de su derecho a estar y vivir con su madre y en su país. Yo misma estoy ahora aquí, haciendo uso de mi voz para hablar con ustedes.
Ustedes también pueden usar el suyo. Actúen por una transición democrática en mi país. Por la vida, la paz, y la justicia. Por el fin de los crímenes y la impunidad.
Señoras y señores embajadores, Nicaragua sigue necesitando de la voz y las acciones de sus países para lograrlo.
Gracias por haber actuado y seguirlo haciendo.
*Excarcelada política. Testimonio ante el Consejo Permanente de la OEA 29 de marzo 2023