29 de marzo 2023
Estando en mi lugar de trabajo pastoral, ya pasada las nueve de la noche, comenzaron a llegarnos las fotos de monseñor Rolando Álvarez que el régimen Ortega-Murillo decidió hacer públicas ayer (sábado 25 de marzo). Las compartí con mis otros compañeros seminaristas. El seminario en el que estudio es una muestra pequeñita de lo que es hoy nuestro país: unos decían “pues parece que la está pasando bien el maje, hasta cachetón se le mira”; otros se indignaron por esta exhibición falsa y manipulada. La mayoría solo hizo un gesto de pesar y pasaron al siguiente tema: las flores de Semana Santa, quién va cantar el pregón pascual, dónde llevar a planchar la sotana, cuáles son los cantos “antilitúrgicos" que hay que evitar…
La alegría de la liberación de los 222 presos políticos se ha ido disminuyendo y la realidad nos ha vuelto a dar un pencazo: estos días veíamos cómo los policías llegaron a la parroquia María Magdalena a tomar preso al párroco y tuvo el vicario foráneo, que tiene “conecte” con la Policía y el Gobierno, que intervenir para evitar que lo apresaran. En Tipitapa detuvieron a un joven laico después del viacrucis. A una doctora de la oposición la secuestraron, allanaron su casa y después la expulsaron, desterrada de su país. No demorarán en quitarle también la nacionalidad. Siguen prohibidos los viacrucis y cualquier expresión pública de fe y ya me han contado varios laicos y sacerdotes que la Policía llega a los barrios (en Altagracia, Batahola, el Schick, Reparto San Juan, Villa Fontana, Bello Horizonte, Linda Vista) para tomar fotos, recordar que no puede haber procesiones, preguntar los datos de los sacerdotes, apuntar las horas de las actividades.
Situación en el seminario
Y el seminario es actualmente el lugar más decepcionante y mediocre que puede haber en Managua. Se nos ha obligado desde hace ya un tiempo al silencio absoluto: hablar de la realidad del país en clase, en las comidas, en nuestras redes sociales, en la oración está prohibido. Lo que han logrado es una total apatía de los seminaristas y además transmitida por unos formadores más preocupados por los vuelos de sus sotanas y el uso de unos ridículos sombreros, que por formar nuestra conciencia crítica.
Es como si nos hubiesen inyectado una anestesia después de 2018. Cuando salió monseñor Silvio Báez no se nos permitió decir nada. Cuando empezaron a tomar presos a los líderes de la sociedad civil, no se dejó hacer una sola oración en ninguna de las tantas liturgias de las horas que hacemos. Cuando se tomaron Matagalpa y monseñor Rolando Álvarez quedó preso en poquísimas ocasiones se le mencionó en las Eucaristías. Su Eminencia, como tantos seminaristas melosos les encanta llamarle, jamás se ha expresado una sola de las veces que ha venido sobre la realidad del país y de la Iglesia, o de monseñor Rolando.
¿Me creerías si te digo que mientras daban la vuelta al mundo las palabras del papa Francisco llamando “desequilibrados” a los dos criminales que nos gobiernan, apenas una decena de seminaristas se enteraron? ¿Que aquí no se lee la Evangelii Gaudium, la Laudato Si o la Fratelli Tutti? En cambio puedes escuchar citar hasta el aburrimiento a Escrivá de Balaguer y a Pío IX.
El 24 de marzo, cuando se celebraba la memoria de San Óscar Romero, no pocos seminaristas rechazaban celebrar memoria llamándole viejo comunista, teólogo de la liberación, hereje, negador de la sana doctrina, político de izquierda. Pero si les preguntaras, José Manuel, si han leído un solo libro de teología de la liberación o una biografía de monseñor Romero, te darías cuenta que lo más que han leído y sin entenderlo es el Tratado de la Verdadera Devoción a María y dos artículos mal escritos de Aciprensa sobre monseñor Romero.
Te escribo esta carta porque veo cada vez más pronto mi salida de este seminario. No aguanto más ver cómo la Iglesia ha decidido manejarnos como los caballos que llevan las carretas en Managua: con dos chunches en los ojos para que no miren a los lados. A los formadores les molesta que veamos y hablemos de las noticias del país. Los profesores en Teología, en Filosofía, en Propedéutico, ni se atreven a reflexionar sobre lo acontecido los últimos años. Yo personalmente, en las protestas de 2018, vi cómo los jóvenes de nuestras pastorales juveniles, nuestros monaguillos, nuestros catequistas, nuestras ministras de la comunión, las monjas, salieron a las calles. ¿Y nosotros? ¿A qué nos limitaron? A no decir una sola palabra, ni entonces ni mucho menos ahora.
¿Qué clase de sacerdotes esperan ellos que seamos? ¿De esa nueva generación de sacerdotes jóvenes que se placen de usar bonetes y ornamentos preconciliares? ¿De esos curas que en sus homilías disertan sobre unos dogmas que responden preguntas que nadie se ha hecho? ¿Que repitamos esa enfermiza obsesión que tienen aquí contra la inventada ideología de género, los homosexuales, las feministas, mientras ignoran todos los rollos que hay aquí por las relaciones homosexuales entre seminaristas? ¿Quieren que frente a los problemas miremos para otro lado?
José Manuel, mi crisis en este lugar me ha llevado a escuchar lo que no te puedes imaginar contra el papa Francisco. Otra razón más para no querer seguir más adelante con una vocación que jamás podrá florecer en un lugar autoritario, misógino, tradicionalista y aislado de la realidad nacional.
Silencio de la jerarquía católica
La realidad de la Iglesia en Nicaragua, después de la ruptura de relaciones con el Vaticano, ha ido a peor. Vivimos en una gran cárcel. Nadie se atreve a hablar. Leí ayer un escrito anónimo hecho por religiosos en la clandestinidad. Pagamos un alto precio los que queremos ser fieles al Evangelio. Esa es mi mayor lección. Mi compromiso con los pobres y las víctimas es mucho más importante que permanecer en este lugar, estancado en el tiempo y que en vez de hacernos pensar nos aliena. Si pudiera confesarme, lo haría por todo el silencio que he guardado a pesar de lo que me decía mi conciencia, por no decir una palabra solidaria con los presos políticos, por llevar a los jóvenes con los que trabajo a una indiferencia a la realidad, por reírme de los chistes vacíos de los formadores y compañeros que denigran la dignidad de las mujeres, los gais, los de otras perspectivas políticas. Ese es mi mayor pecado: mi silencio.
Ojalá la Conferencia Episcopal, ojalá el cardenal Brenes, vean que lo que vive nuestra Iglesia es responsabilidad de ellos, que entre más silencio hacen más duros serán los golpes, que el ambiente de represión también se vive dentro de la Iglesia y de los seminarios, que también hay seminaristas simpatizantes del Frente Sandinista que informan de nuestras actividades a los secretarios políticos, que los que se creen a salvo dentro de las puertas de esto que llaman “el corazón de la diócesis” no lo están por más que se escondan. Y nadie dice nada.
Nicaragua se parte en pedazos, muchos familiares de compañeros míos también han vivido el drama de las migraciones masivas, la pérdida de empleos por ser azul y blanco, la vigilancia continua, el temor a ser apresados. Cuando escucho que la Iglesia es el último bastión de resistencia, me queda claro que no lo dicen ni por los curas, ni por los seminaristas y muchísimo menos por los formadores superficiales y limitados que tenemos, sino por la gente, el pueblo, los laicos, hombres y mujeres cuya fe es más grande que su miedo.
Ojalá la jerarquía se convenza de que no han ganado nada escondiéndose como los cusucos. Al contrario. Ojalá la pareja de dictadores, cuyas manos tienen sangre de tanta gente inocente, se convenza también que no podrán acabar con la fe de la gente. Ojalá yo recupere algo de paz en mi conciencia después de tanto silencio impuesto y aceptado, fuera de este seminario. Ya es hora de despertar, de que despertemos todos y luchemos por recuperar nuestra Nicaragua. No importa qué tan densa sea esta larga noche que vivimos los nicaragüenses. Como me dijo una amiga, un día será de día.
*Carta de seminaristas nicaragüenses al director de Religión Digital, José Manuel Vidal, republicada en Confidencial con su autorización.