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Una historia de amor, en medio del horror

Testimonio del familiar de un exreo político: "Seguiremos reviviendo la angustia. Hasta que se dé el reencuentro de las familias, volveremos a la vida"

Testimonio del familiar de un exreo político: "Seguiremos reviviendo la angustia. Hasta que se dé el reencuentro de las familias

Redacción Confidencial

22 de marzo 2023

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Más de un año y medio de suplicio para mi familia. Para otras, dos años, cuatro, seis o incluso más. Fueron días aciagos. De temor e incertidumbre. Al principio no sabíamos nada: dónde estaban, cómo estaban, qué necesitaban, no nos aceptaban nada. Luego, ¿Les llegaba lo que les llevábamos?

Las y los familiares llenos de dolor, temor, incertidumbre, dudas, íbamos cada día a El Chipote a pedir noticias, a tratar que nos aceptaran algo de comida y bebida. Muchas veces salimos llorando, violentados, temerosos por ellos y por nosotros. Poco a poco fuimos descubriendo qué aceptaban y qué no. Íbamos probando nuevas cosas y cuando las aceptaban lo compartíamos con los demás familiares para que lo llevaran. Parte de la tortura a nosotros era la falta de rutinas y de normas. La discrecionalidad en todo. Un día si lo aceptaban, otro día no. Nos decían que sí, pero cuando, con ilusión, llegábamos a entregarlo, lo negaban. Quizás para desconcertarnos y hacernos más profundo el sufrimiento, para que les supiéramos totalmente en sus manos.

Sufrimos porque no nos permitían dejar más que agua al principio, luego bebidas de proteína, yogurt y hasta el final (en septiembre 22), galletas y semillas. Sufrimos porque no nos permitían pasarles una frazada, una sábana, una colchoneta. Pasaron nueve, diez, once meses o incluso más tiempo, sin poder cobijarse con nada. Permitieron que pasáramos una colchoneta hasta diciembre de 2022, es decir, dos meses antes de su salida.

En las cárceles del sistema penitenciario les quitaban visitas o impedían el ingreso de la paquetería a discreción, un vía crucis para cada permiso.


Pero no quiero hablar de las penurias. Ya se habló suficiente de ellas. En los comunicados de familiares, las campañas de los organismos de Derechos Humanos, de Sé Humano y de otras organizaciones comprometidas con la libertad, y las mismas personas excarceladas lo han documentado con su propia voz.

Hoy quiero hablar de la historia de amor que se tejió entre esos horrores, sin mencionar nombres para no poner en riesgo a nadie.

Quiero hablar de la esposa que iba todos los días a las 6 a.m. a dejar agua y bebidas, aun cuando podía hacerlo día de por medio, porque sentía que así estaba un ratito cerca de su marido. De la que iba tres veces al día con la ilusión de que las bebidas le llegaran heladitas.

Quiero hablar de las parejas, hijas o padres/madres que viajaban nueve horas, o más, todas las semanas para ir a dejar las bebidas.

De las familias que se quitaban el bocado de la boca para llevar las medicinas que sus familiares necesitaban.

Quiero hablar de las familias que se sometieron a las medidas de aislamiento para que su familiar estuviera en la casa y no en las celdas de El Chipote.

De las hermanas que se ponían en el pelo la crema de peinar de sus sobrinas, para que las mamás o papás encarcelados pudieran oler y recordar a sus hijos e hijas a quienes no podían ver.

Quiero hablar de las familias que no les contaban las malas noticias, las vivían en silencio, pues ya tenían suficiente con lo que vivían allí adentro.

De quienes tuvimos que tragarnos el miedo para denunciar huelgas de hambre, enfermedades, aislamiento, supuestas agresiones para que el mundo lo conociera y se hiciera alguna gestión, a riesgo de que nos pasara algo.

Quiero hablar del amor de las y los familiares que tuvieron que irse fuera de Nicaragua. Que vivieron todo esto desde lejos. Que siempre estuvieron presentes, aunque no tuvieran el consuelo de llevarles una botella de agua, de ir a una visita y abrazarles en los momentos más difíciles, de sentir cómo se consumía su cuerpo por la falta de comida. Del amor que expresaban diariamente en sus entrevistas, en su trabajo y sus gestiones para lograr la libertad. Tanto amor diario a pesar de vivir con la angustia de no estar cerca y al mismo tiempo enfrentar el duelo que significa migrar o vivir en el exilio.

De las familias que se endeudaban para llevar una caja de provisiones (sólo alimentos empacados industrialmente que era lo que aceptaban) que permitiera mitigar el hambre de sus familiares, aun sabiendo que no siempre les llegaba todo.

De la alegría de las dos horas de visita. De estar pendiente del teléfono porque nunca sabíamos cuándo nos llamarían, de planificar la vida alrededor de una llamada que llegaba a horas inesperadas. De recorrer los súper y las ventas para ver qué nuevos productos con bastantes proteínas les podíamos llevar, y compartir la información con las otras familias.

De la solidaridad entre familias. De compartirnos lo que teníamos. De acompañar a las que en algún momento estaban sufriendo especialmente. De apoyarnos con consejos, información y recursos.

Del increíble milagro que sentimos cuando nos informaron de las visitas de cuatro horas, con niños incluidos y con varios familiares, y cuando descubrimos (probando como siempre porque no nos dijeron) que podíamos entregarles en sus manos lo que llevábamos y les podíamos llevar comida casera. De las video llamadas, la lectura de cartas y las fotos.

El amor que estuvo detrás de la decisión de no sacar ningún comunicado en diciembre del 22 para no poner en riesgo esas visitas tan importantes para las personas presas políticas y para nosotras, sus familias.

Quiero hablar de los niños y niñas, a quienes a sus pocos años de vida se les violaron todos sus derechos. Ellos y ellas, que cuando lograron ver a sus mamás y papás después de más de un año de ausencia, les contaban de su vida, les llenaban de alegría y les daban consuelo y amor, ristras de besos y abrazos. Les mostraban los huecos de sus dientes caídos, sus notas en el colegio y los dibujos que les habían hecho. Y en la terrible despedida les decían “Esto va a pasar mamá, hoy nos vimos”, “Cuando regreses no nos separaremos nunca más”, “Estoy bien papá, no te preocupes por mí”, aunque a la salida el llanto no paraba, incluso días y semanas después. Nunca debieron cargar con ese peso, ni vivir ese dolor.

Fue duro, fue terrible, vivimos una angustia que aún no sale de nuestro cuerpo, que nos marcó para siempre. Todavía hablamos bajito, vemos detrás de nuestros hombros, nos levantamos sobresaltados en la madrugada pensando que quizás hoy nos toca ir a dejar las bebidas a El Chipote y ya se nos pasó la hora.

Todavía nos parece mentira que estén libres. Y, hasta que podamos verles y darles un abrazo sin que nadie nos limite el tiempo, seguiremos reviviendo el trauma, el miedo, la angustia. Hasta que se dé el reencuentro de todas las familias, volveremos a la vida.

Todavía hay en Nicaragua más de 38 personas presas políticas y 38 familias viviendo ese mismo horror y sosteniéndose en ese mismo amor. Añoramos su liberación, que debe volverse realidad pronto.

Esta historia nos enseñó cuánto nos amamos y cómo el amor asume y supera todos los temores, todos los riesgos, encuentra todas las grietas para mostrar a la otra persona que no está sola, que estamos con ella, que puede contar con nosotros siempre. Es ese amor, el que florece ahora a plena luz, que nos fortalece en esta nueva etapa, aunque sea en otro país, aunque sea todavía con la incertidumbre de poder estar juntas en familia por todas las limitaciones existentes. Aún con todo esto, a todas las personas desterradas y a nosotras, las familias, nos toca renacer, reinventarnos y reaprender cómo vivir libres de las terribles cuatro paredes que nos separaron por tanto tiempo.

Ahora toca recuperar el tiempo, sanar las heridas, sobre todo las del alma y con el amor que nos acompañó todo este tiempo, reafirmar nuestro compromiso para que en Nicaragua nunca más sea posible que personas llenas de odio hagan tanto mal a la nación.


*El autor de este testimonio es familiar de un exreo político.

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Redacción Confidencial

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Confidencial es un diario digital nicaragüense, de formato multimedia, fundado por Carlos F. Chamorro en junio de 1996. Inició como un semanario impreso y hoy es un medio de referencia regional con información, análisis, entrevistas, perfiles, reportajes e investigaciones sobre Nicaragua, informando desde el exilio por la persecución política de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

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