17 de marzo 2023
La corrida por los depósitos del Silicon Valley Bank (SVB) —del cual depende casi la mitad de todas las startups tecnológicas respaldadas por capital de riesgo en Estados Unidos— es, en parte, la repetición de una historia familiar, pero es mucho más que eso. Una vez más, la política económica y la regulación financiera demuestran ser inadecuadas.
La noticia sobre la segunda quiebra bancaria más grande en la historia de Estados Unidos se produjo a pocos días de que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, asegurara al Congreso que la condición financiera de los bancos era sólida. Pero el timing no debería sorprender. Dados los grandes incrementos y acelerados de las tasas de interés que pergeñó Powell —probablemente, los más significativos desde la era Volcker hace 40 años—, era previsible que los movimientos drásticos de los precios de los activos financieros iban a generar problemas en alguna parte del sistema financiero.
Powell aseguró que no teníamos que preocuparnos, a pesar de la abundante experiencia histórica que indica que sí debíamos preocuparnos. Powell formó parte del equipo regulatorio del expresidente Donald Trump que trabajó para debilitar las regulaciones bancarias de Dodd-Frank, implementadas después de la crisis financiera del 2008, para liberar a los bancos “más pequeños” de los estándares aplicados a los bancos más grandes y sistémicamente importantes. Para los estándares de Citibank, el SVP es pequeño. Pero no en la vida de millones de personas que dependen de él.
Powell dijo que las alzas constantes de las tasas de interés de la Fed resultarían dolorosas, no para él ni para muchos de sus amigos en el capital privado que, según se dice, planeaban enriquecerse a lo grande al comprar depósitos no garantizados en el SVB a 50-60 centavos, antes de que el gobierno dejara en claro que los depositantes estarían protegidos.
El peor sufrimiento estaría reservado para los grupos vulnerables, como los hombres no blancos jóvenes. Su tasa de desempleo, por lo general, es cuatro veces más alta que el promedio nacional, de manera que un incremento del 3,6 al 5 % se traduce, en su caso, en un aumento de algo así como 15 a 20 %. Powell, alegremente, vaticina esos aumentos del desempleo (argumentando, falsamente, que son necesarios para hacer bajar la tasa de inflación) sin ni siquiera un pedido de asistencia, ni tampoco una mención de los costos a largo plazo.
Hoy, como resultado de la apología despiadada —y totalmente innecesaria— del dolor que hace Powell, tenemos un nuevo conjunto de víctimas, y el sector y la región más dinámicos de Estados Unidos quedarán en suspenso. Los emprendedores de startups de Silicon Valley, muchas veces jóvenes, pensaban que el gobierno estaba haciendo su trabajo, así que se centraron en la innovación, y no en controlar a diario el balance de su banco, cosa que, de todos modos, nunca podrían haber hecho. (Sinceramiento total: mi hija, CEO de una startup de educación, es uno de esos emprendedores dinámicos).
Si bien las nuevas tecnologías no han cambiado los elementos fundamentales de la banca, sí aumentaron el riesgo de corridas. Es mucho más fácil retirar fondos ahora que antes, y las redes sociales aceleran la propagación de rumores que desatan olas de retiros simultáneos (aunque, al parecer, el SVB no respondió a los pedidos de extracciones de dinero, lo que podría llegar a ser una pesadilla legal).
Según se informa, la caída del SVB no se debió al tipo de malas prácticas crediticias que condujeron a la crisis del 2008 y que representan una falla esencial respecto del papel central que desempeñan los bancos en la asignación de créditos. Por el contrario, fue algo más prosaico: todos los bancos llevan a la práctica la “transformación de los vencimientos”, que permite poner a disposición depósitos a corto plazo para inversiones a largo plazo. El SVB había comprado bonos a largo plazo y con eso expuso a la institución a riesgos cuando las curvas de rendimiento cambiaron drásticamente.
La nueva tecnología también torna absurdo el viejo límite de $250.000 para la garantía de depósitos federales: algunas empresas practican un arbitraje regulatorio al repartir sus fondos en una cantidad numerosa de bancos. Es una locura recompensarlas a expensas de quienes confiaban en que los reguladores hicieran su trabajo. ¿Qué dice esto de un país en donde a quienes trabajan mucho e introducen nuevos productos que la gente quiere se los echa por la borda simplemente porque el sistema bancario los defrauda? Un sistema bancario seguro y sólido es una condición sine qua non de una economía moderna y, sin embargo, la de Estados Unidos no inspira precisamente confianza.
Como tuiteó Barry Ritholtz, “de la misma manera que no hay ateos en las trincheras, tampoco hay libertarios durante una crisis financiera”. Un grupo de cruzados contra las reglas y regulaciones gubernamentales de repente se convirtieron en defensores de un rescate gubernamental del SVB, de la misma manera que los financistas y los legisladores que pergeñaron la desregulación masiva que derivó en la crisis del 2008 reclamaban que se rescatara a quienes la habían provocado.
La respuesta ahora es la misma que hace 15 años. Los accionistas y bonistas, que se beneficiaron con el comportamiento riesgoso de la empresa, deberían asumir las consecuencias. Pero los depositantes del SVB —empresas y hogares que confiaron en que los reguladores hicieran su trabajo, que es lo que, una y otra vez, repetían que estaban haciendo a la población— deberían cobrar en su totalidad, ya sea por encima o por debajo de la cantidad “garantizada” de $250.000.
De lo contrario, se le infligirá un daño a largo plazo a uno de los sectores económicos más vibrantes de Estados Unidos; más allá de lo que uno piense de las grandes tecnológicas, la innovación debe continuar, inclusive en áreas como la tecnología verde y la educación. En términos más generales, no hacer nada enviaría un mensaje peligroso a la población: la única manera de estar seguros de que nuestro dinero está protegido es colocándolo en bancos sistémicamente importantes que son “demasiado grandes para quebrar”. Esto resultaría en una concentración de mercado aún mayor —y menos innovación— en el sistema financiero de Estados Unidos.
Después de un fin de semana angustiante para los potenciales afectados, el gobierno finalmente hizo lo correcto: garantizó que todos los depositantes van a cobrar en su totalidad, e impidió una corrida bancaria que podría haber alterado la economía. Al mismo tiempo, los acontecimientos dejaron en claro que algo en el sistema no estaba funcionando bien.
Algunos dirán que rescatar a los depositantes del SVB conducirá a un “peligro moral”. Es una tontería. Los bonistas y accionistas de los bancos todavía están en riesgo si no supervisan a los gerentes de manera apropiada. Se supone que los depositantes comunes y corrientes no gestionan el riesgo bancario, y deberían poder confiar en que nuestro sistema regulatorio garantice que, si una institución se hace llamar banco, tiene los recursos financieros para devolver lo que le entregaron.
El SVB representa algo más que la quiebra de un solo banco. Es un hecho emblemático de las profundas fallas en las políticas tanto regulatorias como monetarias. Al igual que la crisis del 2008, era previsible. Esperemos que quienes ayudaron a crear este caos desempeñen un papel constructivo a la hora de minimizar el daño y que, esta vez, todos nosotros —banqueros, inversionistas, legisladores y la población en general— aprendamos las lecciones correctas.
Necesitamos una regulación más estricta para garantizar que los bancos sean seguros. Los depósitos bancarios deberían estar garantizados. Y los costos deberían ser asumidos por quienes más se benefician: los individuos y las corporaciones adinerados, y quienes dependen más del sistema bancario, con base en depósitos, transacciones y otras métricas relevantes.
Han pasado más de 115 años desde el pánico de 1907, que condujo a la creación del Sistema de la Reserva Federal. Las nuevas tecnologías hacen que los pánicos y las corridas bancarias sean más fáciles, pero las consecuencias pueden ser aún más serias. Es hora de que nuestro marco de generación de políticas y regulaciones responda.
*Premio Nobel de Economía, profesor universitario en la Universidad de Columbia. Project Syndicate