1 de marzo 2023
Así comenzaba la canción de 1982 del cantante cubano Silvio Rodríguez que tarareaban los jóvenes de medio continente. Celebraba que tres años antes la guerrilla sandinista había tumbado al dictador Somoza. Eran tiempos de Gobiernos militares sostenidos por Washington enfrentados por jóvenes comunistas armados contra estos y su águila imperial gringa.
“Se partió en Nicaragua
otra soga con cebo
con que el águila ataba
por el cuello al obrero”.
Unos años después Silvio no quiso volver a cantar esa canción. La esperanza de que habría una Nicaragua “donde el niño vaya sano a la escuela / porque de esa madera / de justicia y cariño / no se afila su espuela” fue pervertida por Daniel Ortega, un líder de la revolución.
Se tomó la silla presidencial como trono y se ha quedado allí, a costa de todo, por 17 años. Para ganar los comicios de 2021 encarceló o forzó al exilio a sus contendores. Ahora decretó el despojo de la nacionalidad y la expropiación de 222 de los mejores y más valientes nicaragüenses, a quienes poco antes había liberado de las cárceles, entre ellos escritores, sacerdotes, líderes juveniles, defensores de derechos humanos y del medio ambiente, empresarios, campesinos, comerciantes y varios periodistas.
Junto con su mujer, Rosario Murillo, ese Gobierno se agarra como gato al poder porque ya no les quedan sino las uñas.
“Nunca me imaginé que en la bella Nicaragua pudiera renacer Somoza para fusilar de nuevo a Sandino”, trinó el canciller colombiano, Álvaro Leyva. Y el presidente Petro reiteró que “América Latina debe ser un espacio sin presos políticos y sin presos sociales. Toda violación a los derechos humanos debe ser condenada por toda la comunidad internacional”.
Días después los colombianos le ofrecieron la nacionalidad colombiana al gran escritor nicaragüense Sergio Ramírez, quien había sido el vicepresidente de Ortega cuando juntos tumbaron a Somoza, pero hoy es una de sus víctimas. El presidente chileno, Gabriel Boric, fue más allá y ofreció refugio y nacionalidad a todos los expatriados y despojados. Al menos 300 000 nicaragüenses han tenido que salir huyendo de su país, con apenas seis millones de habitantes, la mayoría víctimas de los abusos de la dupla Ortega-Murillo. Los demócratas latinoamericanos podrían tenderles una mano mucho más generosa a sus refugiados.
No obstante, ver a Gobiernos de izquierda criticando duramente a un presidente que se dice de izquierdas le da vuelta a la frase de la canción de Silvio: “Se ha prendido la hierba / dentro del continente / las fronteras se besan / y se ponen ardientes”. Hoy, por fortuna, no es la lucha armada la que se contagia de un país a otro, sino la intolerancia a las razones políticas que justifican la violación de nuestros derechos, no importa el color con que se pinten.
La opción hoy no es entre izquierda y derecha, sino entre sociedades abiertas y sociedades cerradas, como bien lo explicó George Soros en un artículo reciente. En las cerradas los derechos de los individuos se sacrifican para proteger al Estado, como el de Ortega y sus aliados Putin y Maduro, pero también en El Salvador del derechista Nayib Bukele. En las sociedades abiertas, por el contrario, el Estado está ahí para proteger los derechos de los individuos.
En su editorial de Confidencial, el periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, cuya familia ha sido perseguida con saña por el régimen, dice que la movida feudal de Ortega de despojar a sus críticos augura un pronto final de la tiranía. Ojalá empresarios, funcionarios y ciudadanos se paren hasta que se vaya el dictador y canten con Silvio:
“Andará Nicaragua
su camino en la gloria
porque fue sangre sabia
la que hizo su historia”.
*Artículo publicado originalmente en El Espectador.