Guillermo Rothschuh Villanueva
29 de enero 2023
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Desde hace dos décadas, la producción de series televisivas sobre el narcotráfico, mantienen su ritmo
Desde hace dos décadas
“—… la DEA y la Interpol andan bien encabronados siguiéndonos.
—Pues, es el precio de la fama, mijita”.
La reina del sur
En un universo dominado por el mercado, las estadísticas resultan el único parámetro al que se atienen los productores televisivos. Igual ocurre en el mundo editorial y cinematográfico. El rating es el Santo Grial al que rinden pleitesía. Todo es cuestión de números y centavos. El regreso de la tercera temporada de La reina del sur a las pantallas, no excitó, durante su estreno, el apetito de sus fieles. Los datos demostraban que la larga espera no logró incentivar su interés. No pudo posicionarse del primer lugar, motivo de honda preocupación entre sus promotores. La llegada de la serie a la plataforma de Netflix, en diciembre 2022, les devolvió la vida. Logró posesionarse del primer lugar entre una decena de producciones de una gran demanda. El susto que pasaron fue enorme.
Esos intríngulis dejémoslo en manos de quienes solo atienden el dato puro y duro. A nosotros deberían interesarnos otras aristas. La consistencia de su realización, la escogencia de las locaciones, la pulcritud de su edición, el manejo de los colores y el desempeño de actrices y actores. El interés por el tema se debe a que mantiene en vilo a muchísimos Gobiernos. La narcoactividad y el crimen organizado ocupan un lugar preferente —por sus distintas implicaciones— en la agenda de economistas, sociólogos, politólogos, escritores, periodistas, guionistas, compositores, músicos y arreglistas. La expectativa se mantiene debido a las operaciones desplegadas por los narcos en muchos países del mundo y por su carácter multinacional. Una realidad insoslayable.
Desde hace dos décadas, la producción de series televisivas sobre el narcotráfico, mantienen su ritmo. Basta asomarse a las plataformas de streaming para corroborar que estamos ante un fenómeno que suscita la atención de los televidentes. Toda alusión a su naturaleza violenta se vuelve intrascendente. Con escasas excepciones, las pantallas están saturadas de películas, series, reportajes y documentales, donde la violencia atraviesa de punta a punta estas producciones. El deseo de verlas está vinculado por la forma que las organizaciones criminales impactan su existencia. Nadie puede permanecer ajeno a acontecimientos que inciden en la vida cotidiana de sus sociedades. Dar la espalda a esta realidad supondría meterse dentro de una burbuja que mañana podría estallar a sus pies.
El hecho de que los algunos productores centren su mirada en México, resulta un lugar común. Los medios de comunicación —televisión, prensa escrita y radio— nutren todos los días sus pantallas, páginas y micrófonos, con hechos de sangre originados por acciones desarrolladas por distintos cárteles que operan a lo largo y ancho de su geografía. Igual ocurre en Colombia, Argentina, España, Italia, Rusia, etc. Con las series de los narcos ocurre algo parecido que las telenovelas, verlas no produce cansancio, como demuestran análisis e investigaciones referidos a estas producciones. Mientras la narcoactividad ocupe un sitial preponderante, difícilmente guionistas, productores, actores y actrices televisivas, se desatenderán de acontecimientos que ponen contra la pared a la ciudadanía. Sería ilusorio suponer vayan a desaparecer de su agenda.
Un aspecto controversial entre buena parte de la intelectualidad mexicana, está relacionado con la escasa mención del narcotráfico en la prensa de Estados Unidos. Las actividades de estas organizaciones ocupan un lugar prioritario en la agenda de ese país. Llama la atención que quienes aparecen siempre en sus tribunales son capos mexicanos. Ningún local. Cada vez que sus cortes inician juicios, en el imaginario mexicano surge la sensación que gobernantes, gobernadores, políticos, autoridades judiciales y policías, serán señalados de complicidad con los narcos. Una espiral que pareciera no tener fin. Las tres temporadas de La reina de sur, giran en torno a este prolegómeno. En esta circunstancia radica el secreto de su aceptación. Existe avidez por su consumo.
En una sociedad como la mexicana, donde ficción y realidad se entrecruzan, el deseo por ver las series narcos es permanente. El juicio en Nueva York contra Genaro García Luna, incide en el ánimo de los televidentes. La sincronía entre La reina del sur y la polvareda levantada por la acusación, constituye un evento extraordinario. Se trata del exsecretario de un Gobierno, que había convertido en política de Estado, una guerra sin cuartel contra los cárteles. Un diferendo que por sus ramificaciones provoca zozobra entre la clase política mexicana. ¿Quiénes saldrán implicados? El culebrón continuará concitando la atención de millones de personas. Están deseosas de saber qué van a decir y cuánta idoneidad tienen los testigos llamados a declarar por la Fiscalía de Brooklyn.
Un aspecto relevante de la tercera temporada de La reina del sur, es el tratamiento que reciben los miembros de la DEA. Salen mal parados. Extorsionan y atropellan. Los policías de Interpol en América Latina, aparecen como marionetas. Simples piezas a quienes corresponde agachar la cabeza. Son tratados de manera despectiva. Operan de la misma forma en México, Bolivia, Argentina, Nicaragua y Colombia. Son procónsules actuando sin reglas o protocolos ni con respeto por los detenidos. Con tal de escalar posiciones dentro del tinglado burocrático de la DEA, hacen y deshacen de acuerdo a su conveniencia. La visión que transmiten en La reina de Sur, está centrada en una poderosa institución supranacional, que se conduce sin atenerse a frenos y contrapesos.
Como en cualquier realización televisiva entre buenos y malos, La reina del sur polariza los afectos. En diversos episodios, los operadores de la DEA cargan con sus culpas a los detenidos, atribuyéndoles asesinatos que jamás cometieron. No tienen piedad. Tratan de enlodarles. Meterlos en el fango. Destruyen su reputación, hasta el punto que nunca puedan recuperar su dignidad. El ensañamiento contra los perseguidos no conoce límites. Ningún miembro de esta organización emerge como garante de los derechos de los detenidos. Si hay que exprimir hasta desfallecer, no importa. Solo se atienen a los resultados. La serie desnuda sus abusos. ¿Cómo guardar consideración con quienes no tienen el más mínimo respeto por la integridad física y moral de los demás?
La reina del sur resulta una apuesta sesgada, la conducta de Teresa Mendoza, su preocupación e interés por el destino de niñas mancilladas y prostituidas en Bolivia, la manera como intercede a favor de una joven tres veces violada por empresarios argentinos, genera simpatía. Una justiciera perseguida por un puñado de delincuentes cobijados bajo el membrete de la DEA. Su calidez humana invade la pantalla. No se trata de una simple criminal. El relato permite enterarnos que no es culpable de los asesinatos que se le acusa. Estaba retirada. Actúa en defensa de su vida y la de su hija. El dinero ocupa un segundo plano en sus preocupaciones. No la seduce ni embriaga. Por el contrario, el delincuente mayor —Epifanio Vargas— ocupa la presidencia de México.
Desde hace buen rato, los estudiosos de las series de los narcos, específicamente los académicos colombianos, han venido advirtiendo que por la forma como están estructuradas estas producciones, lejos de incidir en el cuestionamiento de los cárteles, provocan simpatía a su favor. El actor estadounidense Mauricio Ochmann —Chema, un capo a la altura de Aurelio Casillas en El señor de los cielos— decidió no volver a participar en estas producciones. Está convencido que más bien producen atracción y empatía por los delincuentes. El balance de ambas propuestas —La reina del sur y El señor de los cielos— resulta positivo. No hay nada que indique que dejarán de realizarlas. Mientras sigan atrayendo a millones de televidentes y sean redituables, las seguirán produciendo.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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