28 de enero 2023
¿Quién se acuerda del álbum “Sandinista!” de The Clash publicado en 1980? Yo era estudiante en París y los rockeros británicos rendían homenaje a una proeza histórica que dejó a muchos soñando. Estaba llena de romanticismo revolucionario, de “gloriosa resistencia al imperialismo”, portadora de un ideal de justicia.
En Nicaragua, los sandinistas habían arrebatado el poder al cruel Anastasio Somoza y esperaban cambiar el mundo. No eran los únicos.
Nunca creí en el borrón y cuenta nueva ni en el sueño mesiánico, incluso bajo el sol. Estaba al tanto de las tensiones y contradicciones entre los sandinistas con sus aliados. Seguí, sin ingenuidad pero con interés, un movimiento que también representaba una vía original, una alternativa democrática al modelo comunista totalitario de Cuba. Recibió el apoyo de la socialdemocracia europea frente a la Contra, a la guerra sucia dirigida por la CIA y la Administración Reagan. Y luego, en 1990, se produjo una alternancia con la elección a la presidencia de la opositora Violeta Chamorro, viuda del director del gran diario La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por la dictadura somocista.
Más tarde, como alcalde de Evry (en las cercanías de Paris), amplié un hermanamiento, que databa de aquella época, con la ciudad de Estelí. La magia revolucionaria ya se había desvanecido, pero quedaba la esperanza. Por poco tiempo.
¿Qué queda de este sueño nicaragüense?
Una pesadilla, apoyada durante mucho tiempo por una parte de la izquierda europea y latinoamericana, incapaz de enfrentarse a la realidad de los hechos, alimentándose de ilusiones, embriagándose con falsedades. Aquella misma izquierda que apoyó las dictaduras cubana y venezolana, glorificadas por la “Alianza Bolivariana”, olvidando que los derechos humanos son indivisibles y que los derechos económicos y sociales no son nada sin las libertades individuales.
Desde 2007 y la vuelta de Ortega a la cabeza del país, este se hunde en el totalitarismo.
Hoy, Nicaragua agoniza, sin sangre, desangrada de su población, una quinta parte de la cual ha abandonado el país. Solo en 2022, según el Washington Post, han huido al menos 328 443 personas, hambreadas por la miseria y oprimidas por un régimen que es la encarnación de una caricatura de estafa política y moral: el país, hipercapitalista, no tiene nada de socialista. Ni siquiera tiene la excusa de un embargo estadounidense para justificar la ineptitud de su Gobierno.
Se proclama “cristiano” pero persigue a la Iglesia católica.
También devora a sus propios hijos, encarcelando a quienes le han servido.
Así es el caso de Dora María Téllez, conocida por el nombre de guerra “Comandante 2”, intrépida luchadora por la revolución, libertadora del occidente del país, luego ministra de la Salud. Con otros, cansada del autoritarismo de Daniel Ortega y de la creciente influencia de su compañera Rosario Murillo, fundó el Movimiento Renovador Sandinista junto a intelectuales comprometidos con los ideales democráticos, como el “cura rojo” Ernesto Cardenal, apóstol de la teología de la liberación, ex ministro de Cultura, y el inmenso autor y letrado Sergio Ramírez.
Tras perder el poder en 1990, Ortega y su clan solo tuvieron una idea en mente: recuperarlo y no volver a dejarlo jamás.
En 2018, el régimen reprimió ferozmente las manifestaciones sociales, con un saldo de al menos 325 muertos.
Desde junio de 2021, Dora María Téllez está encarcelada en condiciones espantosas, recluida en la oscuridad de una celda sin ventanas en el corazón de la siniestra prisión de “El Chipote”, en Managua, sin posibilidad de leer ni escribir y con prohibición de hablar.
Junto a Bianca Jagger, incansable militante de los derechos humanos totalmente comprometida con el retorno de la democracia a su país, y Carlos Fernando Chamorro, periodista en el exilio, hijo de Violeta, asistí al homenaje que la Universidad de la Sorbona Nueva rindió a Dora María Téllez, confiriéndole el título de Doctora Honoris Causa.
Su suerte es compartida por cerca de 240 presos políticos, víctimas de verdaderas órdenes reservadas de la Presidencia, sin esperanza de liberación, condenados en juicios injustos a largas penas por supuestas “conspiraciones contra la nación”.
Las ciudadanas francesas Jeanine Horvilleur y Carolina Álvarez Horvilleur, primas de la intelectual y famosa rabina Delphine Horvilleur, acaban de ser condenadas el jueves 26 de enero a ocho años de cárcel. Su único delito: ser esposa e hija de un opositor a la dictadura.
El régimen de Ortega y Murillo, ahora vicepresidenta, que espera impaciente ejercer el poder presidencial en solitario, ha destruido a la oposición, cuyos candidatos en las últimas elecciones presidenciales están todos en la cárcel, así como a la sociedad civil: más de 3000 oenegés han sido liquidadas de un plumazo en 2022, incluidas ONG humanitarias. La prensa independiente ya no existe: los periodistas están en la cárcel o en el exilio.
Al silenciar metódicamente al país, la dictadura nicaragüense pudo finalmente atacar a la Iglesia, la única voz disidente que aún se atrevía a hacerse oír, comprometida con la defensa de los derechos humanos. Religiosos han sido expulsados o están siendo procesados, como monseñor Rolando Álvarez, valiente obispo de la principal ciudad del norte del país: el silencio del papa Francisco es desconcertante ante esta ola de violencia e injusticia.
Es esencial que la comunidad internacional se movilice por Nicaragua y sus 6.6 millones de habitantes, exigiendo la liberación de los presos políticos, el fin de la persecución religiosa y apoyando una transición democrática. Y ningún Estado latinoamericano puede apoyar un régimen como éste.
Los Gobiernos europeos —especialmente Francia y España— y el Alto Representante de la UE, Josep Borrell, deben apoyar activamente a la oposición en el exilio para que pueda surgir una alternativa creíble al gobierno actual y que Nicaragua pueda salir por fin de su interminable pesadilla.
*Primer ministro de Francia (2014-2016). Artículo publicado en Le Figaro de Francia.