17 de enero 2023
Las imágenes de decenas de partidarios violentos del expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, participando en un intento de golpe de Estado en su país dieron la vuelta al mundo el domingo ocho de enero de 2023 y para muchos fue inevitable compararlo con el asalto al Capitolio en Estados Unidos realizado en 2021 por fanáticos de Donald Trump.
Paulo Abrāo, director ejecutivo de Washington Brasil Office (WBO)—un organismo independiente que apoya a la sociedad civil y defiende la democracia del gigante suramericano— considera que hay una sospecha fundada de que pudo haber existido un tipo de planificación para permitir este ataque, dado que se encontró en la residencia del exministro de justicia de Bolsonaro un documento que preveía la posibilidad de un decreto de intervención, que impediría el ascenso al poder de Luiz Inácio Lula da Silva.
“Mi percepción muy personal es que Lula salió muy fortalecido de esta situación. Logró, por medio de un proceso de solidaridad, generar el apoyo de casi todas las fuerzas políticas, a excepción del partido de Bolsonaro. También parte de la sociedad que apoyaba al expresidente, y no acepta el uso de la violencia, se reposicionó en una posición de neutralidad”, explicó Abrāo al programa televisivo Esta Semana, transmitido en Facebook y Youtube.
Abrāo, exsecretario de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), quien investigó directamente la situación de violaciones a los derechos en Nicaragua, opina que el ataque sufrido por Brasil empujará al nuevo gobierno a posicionarse frente a los “procesos autoritarios” en la región, aunque está claro que Lula no cree “en la utilización de medidas de aislamiento o de sanciones como formas efectivas para cambiar las realidades” y apuesta por el “diálogo”.
El asalto contra las instituciones democráticas en Brasil ha sido descrito como una réplica del asalto al Capitolio de los partidarios de Trump, ¿era previsible este llamado a un golpe, se podía haber evitado?
Efectivamente, es una crisis anunciada. Nosotros como sociedad civil organizada, incluso estábamos denunciando a la comunidad internacional la posibilidad de ese intento de golpe, porque Bolsonaro estaba estimulando la creación de estos grupos extremistas dentro del país, que se instalaron en distintas regiones y él a su vez, incluso pasado el resultado de las elecciones, no accionó ningún aparato de la institucionalidad estatal para contener, evitar, esta crisis.
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Recordemos que, desde el resultado de las elecciones, se quedó en silencio, no reconoció el resultado oficialmente y quedaba transmitiendo mensajes en vivo para que la gente creyera que las elecciones, eventualmente, no serían legítimas, que el resultado pudiera haber sido defraudado; cosas que, de ningún modo, habían sido criticado por las observaciones internacionales. Tampoco por la justicia brasileña.
Esa es parte de una narrativa que, desde siempre, ya lo estaba instalando aún antes de las elecciones, intentando generar un proceso de descalificación de la institución electoral y para nosotros es muy claro ese paralelo de lo que ha pasado con Estados Unidos, porque él siguió exactamente las tres etapas que la situación americana ha vivido: la instalación de un ambiente de desinformación, con muchos fake news (noticias falsas) con respecto a lo que estaba pasando dentro del país, específicamente sobre la confianza en las instituciones democráticas.
La segunda una campaña sistemática para desacreditar el sistema electoral, su sistema de votación, hablando que podría ser defraudado, y tercero activando estos grupos con disposición de atacar a las instituciones democráticas. Lo más importante es que ha sido un frustrado intento de golpe de Estado. Bolsonaro salió del país dos días antes del fin de su mandato, se fue a Estados Unidos, dejó armada esa situación dentro del país y, a menos de una semana del traspaso presidencial, esa gente decidió irse a la utilización de la violencia política como forma de disputa del poder.
Hay un rechazo unánime de la comunidad internacional y también de los presidentes de los poderes del Estado en Brasil, encabezados por Lula, ¿cuál es el impacto dentro de la población?
Los efectos de los hechos en la opinión pública todavía están siendo medidos. Realmente fue un acto rechazado con mucha efectividad y por una amplia gama de fuerzas democráticas del país, incluso prácticamente todos los actores nacionales. Eso implica un aislamiento del gobierno del grupo extremista de Bolsonaro dentro del marco de la cultura política partidaria institucional de Brasil. También contó con valioso apoyo internacional, porque también casi todo el mundo se pronunció contra esta situación y Lula desempeñó un papel de estadista muy importante esa resistencia al golpe, llamando a todos los gobernadores, los alcaldes, jefes de poderes, todos los partidos, para combatir esta violencia extremista.
Las primeras encuestas apuntan a que la gran mayoría de la población rechaza el uso de la violencia. Casi el 90 por ciento hablaron que no estaban de acuerdo con esta práctica, a pesar de que tampoco eso significa un apoyo político a Lula.
Mi percepción muy personal es que salió muy fortalecido de esta situación. Logró, por medio de un proceso de solidaridad, generar el apoyo de casi todas las fuerzas políticas, a excepción del partido de Bolsonaro. También parte de la sociedad que apoyaba al expresidente, y no acepta el uso de la violencia, se reposicionó en una posición de neutralidad. No apoya a Lula, pero tampoco apoyando de manera irrestricta al exmandatario.
¿Se puede evaluar cuál fue la implicación de la Policía y el Ejército en este intento de golpe?
Fueron abiertas tres investigaciones: una en el ámbito de la Policía Federal, otra junto a la Fiscalía y otra desde la Policía civil brasileña. Hubo un conjunto de personas detenidas, que participaron activamente del proceso de destrucción del patrimonio público, y, algunas de ellas, ya fueron liberadas, porque algunas van a responder en libertad por respeto al debido proceso, pero lo que se dice incluso el propio ministro de Lula es que van a buscar a los financiadores, es decir quiénes fueron aquellos que organizaron las caravanas que llevaron a esas personas para atacar a los poderes en Brasil.
Y más que eso: identificar si hubo algún tipo de estrategia pensada, planificada previamente, de parte de algún tipo de inteligencia, especialmente del círculo más cercano del expresidente Bolsonaro.
Hubo un operativo de la Policía Federal para la búsqueda de documentos, junto a la residencia del exministro de justicia de Bolsonaro, que estaba ocupando el nuevo puesto como secretario de seguridad local de la gobernación de Brasilia, es decir la persona responsable para mantener la seguridad omitió y permitió que todo eso ocurriera y fue encontrada, dentro de su residencia, una minuta de un documento que preveía la posibilidad de un decreto, mientras Bolsonaro todavía era presidente, con la posibilidad de intervenir en la justicia electoral, y evitar la toma de posesión de Lula.
Hubo indicios muy fuertes de que hubo algún tipo de planificación, porque también parte de las Fuerzas Armadas, algunas imágenes y grabaciones demuestran su inactividad cuando se pasó a las invasiones de los edificios públicos. Hay una desconfianza fundada de que puede haber existido un tipo de planificación para permitir ese tipo de intento de golpe.
Lula ha ordenado una investigación para aplicar la justicia, sin embargo, ha mantenido en su cargo al ministro de defensa. Dice que ese funcionario cometió un error. ¿Por qué le sigue otorgando su confianza? ¿Cuál es en el fondo el involucramiento de las fuerzas armadas en este entorno de los grupos radicales?
Aquí tenemos un tema muy sensible. La verdad es que un sector significativo de las fuerzas armadas brasileñas se adhirió al gobierno de Bolsonaro y participaron activamente. Bolsonaro llegó a nombrar más de 8000 militares para cargos civiles de su administración. Su vicepresidente era militar, su ministro de gobernación civil era militar, su ministro de estrategia era militar, y varios puestos centrales de su administración eran ocupados por generales y militares.
De manera que el bolsonarismo contaminó sectores significativos de la Policía y los militares, y por lo tanto, era y todavía sigue siendo uno de los temas fundamentales para la llegada de Lula al poder: la recuperación de la institucionalidad de las fuerzas armadas como una fuerza que debe actuar bajo el principio de la neutralidad y que nunca debe participar de ninguna acción política y tampoco de la gobernación política de un Estado, independientemente quién esté en el gobierno.
Entonces nombró como ministro de defensa a una persona que tenía un diálogo con las fuerzas militares, que también es una persona de confianza de Lula y, cuando llegó al gobierno para hacer algún tipo de conciliación, dijo que estos manifestantes eran pacíficos y no iba a pasar nada y el error que Lula identifica es más político; el de haber hecho esas declaraciones que legitimó ese tipo de caravanas en Brasilia y, que, por lo tanto, algunos sectores brasileños exigen que pudiera ser eventualmente sancionado con su dimisión y Lula reiteró toda su confianza en ese ministro y dijo que va a continuar.
Me parece que es muy clara esa decisión en el sentido de que hay todas esas circunstancias críticas dentro del país, el sector de las fuerzas armadas todavía con desconfianza con el gobierno actual—algunos de ellos supuestamente participando de ese tipo de conspiración— no es momento de generar una crisis aún mayor, sacando el ministro que a priori se presentó como mediador de estas relaciones de las Fuerzas Armadas con el gobierno.
Vos decías que el liderazgo de Lula sale fortalecido, pero ahora tiene que lidiar no solo con sus promesas de campaña, sino con preservar esa coalición nacional que lo llevó al poder y llevar a cabo esta investigación que va a generar enormes tensiones, ¿puede mantener esos tres desafíos al mismo tiempo?
Lula efectivamente tiene un desafío para primero resolver su crisis interna, frente a esa situación, que tiene que ver con su propia gobernabilidad para que después pueda efectivamente implementar su plan de gobierno. En ese sentido el único camino es ampliar su frente político, de gobernabilidad—ya había creado uno muy significativo durante el proceso electoral—, pero ahora tiene que hacer un giro aún más hacia el centro para que pueda continuar conservando la construcción de un consenso que mantenga esa normalidad democrática del país.
La implementación de su plan de gobierno obviamente estará afectada por esta necesidad de ampliación de su frente político, porque aún las medidas que son consideradas más a la izquierda, especialmente en las políticas sociales, van a tener que ser un poco atemperadas, o matizadas con visiones más centristas.
Lula fue siempre muy pragmático en materia económica y un poco a la izquierda en materia social y multilateral, pero también asimismo esa fue una crisis (el intento de golpe) que generó un proceso de solidaridad. Todos los líderes mundiales expresaron solidaridad a Lula y, como tiene una gran presencia internacional, creo que va a capitalizar esta crisis para articularse con agendas positivas en el ambiente externo, mientras se organiza internamente para la implementación de sus políticas.
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Cuando él asumió, declaró que su política exterior iba a ser prioritariamente de regresar a Brasil como líder, enfrentando la crisis climática. En eso hay una convergencia con Estados Unidos. Las perspectivas de esa relación van a ser de acercamiento y también va a tener que reorganizar la integración regional, especialmente la cooperación sudamericana, la reconstrucción del diálogo EE.UU. con la comunidad europea, con China.
¿Qué lugar tiene dentro de esa agenda el tema de la democracia y los derechos humanos en América Latina? Lula está enfrentando un golpe de Estado, ¿cómo se ubica frente a las dictaduras de América Latina: Venezuela, Cuba y Nicaragua?
Efectivamente la política exterior de Lula será de diálogo multilateral. Lula no cree—eso no es de ahora— en la utilización de medidas de aislamiento o de sanciones económicas multilaterales como formas efectivas para cambiar realidades dentro de los países.
Él trae numerosos ejemplos como esa forma de presionar a los países no ha funcionado y apenas ha profundizado los aislamientos los procesos autoritarios en varias regiones del mundo. Entonces él confía más en la idea de generar procesos de diálogo, o de presiones de otro tipo, para ir construyendo ambientes hacia transiciones de cambios, a veces con diálogos discretos, pero siempre confiando en el multilateralismo.
Durante sus dos primeros gobiernos, defendió incluso la creación de nuevos espacios: la UNASUR, el fortalecimiento del Mercosur, la creación del BRICS, G70 con países en desarrollo, siempre buscó construir espacios multilaterales y los grandes problemas y crisis institucionales en cualquier país y regiones deberían resolverse por medio de estos espacios multilaterales de diálogo. La crisis que Brasil vive ahora va a exigir de la política exterior de Lula una consistencia de posicionarse en relación a estos procesos autoritarios, porque Brasil está viviendo las consecuencias del ataque a su propia democracia.
Si bien es verdad, no tenemos declaraciones contundentes dirigidas directamente en contra de estos casos que son referidos en nuestra propia región, Lula ya estaba con una posición crítica, pero también sin quemar puentes. Pero, ahora, estos hechos de ataque a la democracia van a empujar necesariamente a participar de los foros de defensa de la misma.