Guillermo Rothschuh Villanueva
15 de enero 2023
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Carla Guelfenbein vuelve para narrarnos, en primera persona, en su más reciente novela, el desencuentro entre dos amantes enajenados
Carla Guelfenbein, laureada escritora chilena. Foto: Confidencial | Cortesía.
“La serpiente le prohíbe a Eva comer de este fruto prohibido
porque el Todopoderoso sabe que, de hacerlo, ella adquiriría
su misma facultad. La manzana es la conciencia de las múltiples
posibilidades del ser, y F cometió el error de compartirla conmigo”.
Carla Guelfenbein
I
Hay historias de amor que solo pueden ser contadas desde el desgarramiento y la pérdida del ser querido. Las rupturas obligan a mirar hacia atrás, especialmente cuando el dolor se convierte en aguijón que estruja el alma. La desolación se convierte en malestar insufrible. Cada recuerdo una punzada. Momentos de angustia consumen los días con sus noches. Carla Guelfenbein vuelve para narrarnos, en primera persona, en su más reciente novela, La naturaleza del deseo, (Alfaguara, México, agosto, 2022), el desencuentro entre dos amantes enajenados por una pasión desbordante. Se instala en un pasado que atrapó sus vidas sentimientos y ella empieza a sacarse las espinas una por una.
¿A qué obedece que omita de forma deliberada el nombre de los amantes? ¿Qué razones tendría para hacerlo? ¿No será que detrás de este artificio, Guelfenbein esconde un trance que roza con su vida? No encuentro motivos que justifiquen omitir el nombre de dos seres consumidos por un ímpetu contagioso. Las distintas menciones de amores descarriados, inmortalizados por autores clásicos que dieron vida a entrelazamientos similares, deberían resultar suficientes para herrar con sus nombres, a dos personajes arrastrados hacia los precipicios de la locura. Ambos son chilenos. Nada más que viven en lugares diferentes. Uno en la patria de Neruda y la otra en la de Shakespeare.
Vivir en ciudades lejanas no supone ningún distanciamiento, el abogado chileno encuentra justificaciones para viajar por el mundo, en busca de la amada. Insuflada de erotismo, un lenguaje preciosista y una imaginación calenturienta, F y S (¿será la autora de la novela?), sus encamamientos se cuentan por ciudades. En quince lugares se revolcaron a su gusto. Bailó con destreza sobre la cuerda floja eludiendo la pornografía. Desde el principio rinden culto a la clandestinidad. ¿Viajaban para saberse libres y evitar miradas aviesas? Evadían rendir cuentas, excepto S a su amiga más íntima. La estructura narrativa lleva a la amante, a sugerir los nombres de las ciudades donde se citaban.
El hecho que la amante sea una escritora sirve de pista, da pie para atreverme a pensar que detrás de este idilio calcinante, la novelista podría encontrarse agazapada. Describe una relación llena de intensidad, compleja, pletórica de lujuria y sobresaltos. Albergué la idea de que en algún momento su disfraz caería. Un gran equívoco. No hay forma de develar el misterio. ¿Pretende demostrar que los arrebatos amorosos, pueden recordarse sin tener que ofrecer nombres y apellidos, saltándose de un tirón la regla prevaleciente? S encontró en F a un lector aventajado. El tiempo le permitirá comprender que se trata de un ególatra. Su mayor ambición era poseer a cuantas estuvieran a su alcance.
Los Emails daban sustento a la relación, se sucedían unos a otros, iban y venían en cascada. En la era de las tecnológicas las distancias no existen. La morosidad amorosa es cuestión del pasado. Nuestra generación vivía presa de la incertidumbre. No sabíamos si cartas y correos llegarían a tiempo a sus destinatarias. A eso tendríamos que sumar los días de espera para conocer la respuesta. F escribía frenético. Era la manera de mantener encendida la llama amorosa. Una vez que se cortaron los Emails S cae en la desesperanza. No lograba comprender que el hilo afectuoso se había roto para siempre. Pensaba que las promesas de amor de F, eran sinceras e irremediablemente definitivas.
II
El día que F se acercó a S comprendió que su pretendiente le devolvía a la vida. La regresaba al paraíso perdido. El traspiés que había padecido con la muerte de su hijo Noha, quedaba en el pasado. Al menos tuvo esa idea. Cuando uno queda atrapado en un torrente amoroso todo es certidumbre. Creemos pisar sobre roca dura, tierra apisonada. Las promesas amorosas son un sedante. Endulzan el oído y nublan la razón. No hay amante que dude de palabras de entrega, avaladas con hechos concretos. S tenía qué dudar de F. Antes de cada revolcada atendía llamadas telefónicas de su mujer. Al principio lejos de S, después dejó que ella escuchara las conversaciones.
Nada más encantador que F la haya sacado del desierto sexual en el que había vivido durante los últimos años. La embiste con furia. S siente los estragos: le cuesta caminar. Es la primera ocasión y F demuestra ser un macho desinhibido. Pide a S que se frote la panocha, goza viéndole desnuda. Poseído por un embramamiento absorbente, se jala la pichula de forma incesante, hasta “exhalar un bramido gutural, profundo y largo”, desatando en ella otra explosión. F vuelve a pedirle que se restregué con los dedos frente a él. S confiesa: “Él me inventa y yo me veo con sus ojos”. Era el comienzo de una exploración mutua. Para cerciorarse, indaga si le gusta. S responde convencida: “—Sí. Mucho”.
El nombre de las ciudades donde forjan un amor desesperante, viene envuelto en neblinas que corresponde a los lectores despejar. En algunos vierte una metáfora. Eso basta para que sepamos el lugar en el que decidieron verse por segunda vez. “La horrible”, como llamó a Lima, Sebastián Salazar Bondy. Guelfenbein continúa evocando nombres de parejas famosas, ahora es Swann quien reconoce la belleza de Odette, el día que le encuentra un parecido con un cuadro de Botticelli. S sabe que toda pasión es impura. Como los falsos amantes, F dice a S que llama a su mujer para cumplir un rito y un compromiso que no puede romper. Ella tragó el anzuelo. Adormeció sus resortes.
El lugar donde celebran su tercera cita debió servirle de advertencia, F no solo se muestra celoso, también impone los libros que deben estar a su alcance. Corta sus alas y encuadra su libertad. El tiempo pasa y la promesa de divorcio no llega. ¿No quiso o no supo leer las señales de alarma? Las luces rojas aparecían una y otra vez. S reflexiona: “Soy en las palabras de F, en su mirada en su deseo”. Este pensamiento la ensombrece. “Es como salir de una jaula para entrar en otra, más luminosa, más grande, pero jaula al fin”. Las dudas se acaban. Obligada a pasar revista sobre la conducta de su amante, inevitable concluye: “La mirada del otro es siempre una celda”. Enamorada hasta los tuétanos persiste.
F solo atiende a las presiones de S. Sus reclamos únicamente de esta forma fructifican. Aunque responde a medias. El amante decide que en el próximo encuentro no habrá reuniones, ni conferencias, ni contratiempo alguno. Para calentarse pedía a S que le dijera cuántos amantes había tenido. Cae en la trampa. Algunos, acepta. No se siente satisfecho. Exige detalles de cómo, dónde y de qué manera lo hicieron. F no se percató que era un maniático. Paga cara su mentira. F la llevó a ver una película. En ella aparece el actor que S afirmó conocer en Leipzig. El de su historia inventada. F quiere meterle los dedos entre las piernas. Todo se aclara, comprende que F está enfermo.
III
S fue víctima de una pasión refulgente, dueña de su vida, jugó el más peligroso de los juegos: no supo poner fin a una relación en la que F jugaba con los dados cargados. Sabía que hacía con ella, lo que F había practicado con decenas de mujeres. A todas mintió de forma descarada. ¿Por qué con ella debía mostrarse diferente? Muchos de los artilugios a los que recurrió con S, los había ensayado con tantas otras. Durante su aventura, F la traicionó cuantas veces pudo. Se salvó de milagro. Viajó a Chile a un encuentro de escritores y conoció a la hija de F, culpable de su rompimiento. Amistadas, O le expresa: “Yo hubiera hecho lo mismo que tú, si me hubiera encontrado ante una pasión así —dijo sorpresivamente— Pero estábamos en bandos opuestos”. Eso bastó para sanar sus heridas.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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