12 de enero 2023
CHICAGO – Durante los últimos cuatro días, la gente dentro y fuera de los Estados Unidos no ha podido apartar la mirada del espectáculo que dio la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, mientras intentaba (fracasando en catorce oportunidades) elegir a su nuevo presidente. Ahora, el representante por California Kevin McCarthy obtuvo finalmente el puesto, tras hacer nuevas concesiones. McCarthy ganó, pero el costo para el país y para su propio partido es alarmante.
Algunos aspectos del conflicto que hemos visto esta semana en el Partido Republicano no tienen nada de nuevo: en todos los partidos hay facciones ideológicas. Pero otros representan un cambio fundamental. A diferencia de otros disidentes que en el pasado desafiaron el liderazgo del partido en el Congreso, los de esta semana pertenecen al ala más extrema. Obligando a que se les hagan concesiones, han convertido sus convicciones ideológicas personales en programa del Partido Republicano.
Los regateos republicanos de los últimos dos meses giraron en torno de la autoridad del presidente de la Cámara de Representantes, único puesto de liderazgo legislativo previsto en la Constitución. Dentro de los límites que establece la reglamentación interna, el presidente de la Cámara determina la agenda del cuerpo legislativo y moviliza la labor parlamentaria del partido mayoritario. Los escasos republicanos que sumieron en la parálisis a la Cámara querían una reducción sustancial del poder de su presidente. Ya habían obligado a McCarthy a reintroducir un cambio reglamentario que permitirá iniciar una moción de censura contra el presidente por pedido de un único miembro. Y prolongando su rebeldía le sacaron incluso más concesiones.
Que dentro de un partido se discutan las atribuciones de los cargos directivos no tiene nada de nuevo. La última vez que la designación del presidente de la Cámara estuvo trabada fue en 1923, cuando los republicanos progresistas exigieron a sus pares conservadores (en particular Frederick Gillett, de Massachusetts, presidente durante las dos legislaturas anteriores) diversas concesiones en materia procedimental. Antes de eso (en 1910) también hubo una «revuelta» de los republicanos progresistas contra Joseph Cannon, de Illinois, cuyo resultado fue una reducción de las atribuciones del presidente de la Cámara.
Pero la alineación actual de fuerzas es muy diferente, porque ya no son los «moderados» los que exigen cambios a la dirigencia del partido, sino los extremistas. Aunque la mayoría de los disidentes son representantes elegidos hace poco, es evidente que son descendientes espirituales del Tea Party, el movimiento que hizo su entrada en el Congreso en 2010. Desde entonces, los integrantes de este grupo, anteponiendo sus «principios» a la «conveniencia» (tales sus palabras), se negaron a apoyar proyectos de asignación de fondos, aumentos del límite de endeudamiento y otras leyes esenciales; pero no pudieron evitar que el liderazgo republicano en el Congreso (movido por una idea de responsabilidad y por el temor a las consecuencias de la parálisis legislativa) acordara con los legisladores demócratas en ambas cámaras la aprobación de esa clase de leyes.
Sin embargo, los extremistas se cobraron una venganza póstuma. En 2014, Eric Cantor (líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y primero en la línea de sucesión para la presidencia del cuerpo) sufrió una derrota asombrosa a manos de un retador del ala derecha de su partido. Fue sólo el preludio: a continuación, las mismas fuerzas extremistas obligaron a renunciar al presidente republicano de la Cámara John Boehner en 2015 y expulsaron a Paul Ryan del mismo puesto en 2019. Ahora, reintroduciendo un mecanismo que someterá al presidente de la Cámara a una amenaza constante de destitución inmediata, consiguieron quitarle al liderazgo republicano la posibilidad de colaborar en forma responsable con los demócratas.
Lo sucedido no es insignificante. No es lo mismo que los cuestionamientos al liderazgo de un partido salgan del centro que de los extremos. Por lo general, una mayor influencia del grupo moderado beneficia al partido y al país. Por el lado del país, fomenta el tipo de cooperación bipartidaria que se necesita para llevar adelante la labor del poder legislativo. Por el lado del partido, crea un historial con capacidad de atraer a más votantes en futuras elecciones.
Pero las concesiones que obtuvieron los nuevos disidentes perjudicarán a los republicanos y al país. En la práctica, los extremistas exigen que los líderes republicanos se abstengan de negociar leyes contrarias a sus posturas personales, por más importantes que sean esas leyes para el futuro del partido o para el país. No sólo quieren eliminar cualquier cooperación con los demócratas (lo que de por sí ya es preocupante), sino que también quieren someter a los otros republicanos a sus arbitrios, aunque representen una postura minoritaria.
Desde que los republicanos recuperaron el control de la Cámara de Representantes en 1995, siempre han adherido a la «regla de Hastert», un principio puesto en práctica por su presidente en aquel momento Dennis Hastert (republicano por Illinois, que más tarde recibió una condena a prisión por abuso de menores). Este principio impide al presidente de la Cámara someter a votación leyes que no cuenten con el apoyo de la mayoría del bloque republicano.
Pero ahora que ganaron los extremistas, los nuevos y excesivos impedimentos a la actuación de la presidencia de la Cámara abren la puerta a «cierres del gobierno» prolongados y a una histórica cesación de pagos de la deuda nacional. También ponen en riesgo el futuro del partido. De los doscientos legisladores republicanos que apoyaron a McCarthy en las primeras votaciones, dieciocho representan a distritos donde en 2020 ganó Joe Biden. Si el liderazgo republicano no cumple sus responsabilidades para con el pueblo estadounidense, el partido podría perder veinte o treinta distritos más.
A los extremistas del Partido Republicano les encanta burlarse de sus pares moderados diciendo que son «republicanos sólo de nombre». Pero cuando en el pasado los moderados cuestionaron al liderazgo del partido y cuando este año lo apoyaron, sus demandas eran en beneficio del partido (y del país). ¿Quiénes son entonces los republicanos que verdaderamente sólo lo son «de nombre»?
*John Mark Hansen es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago. Copyright: Project Syndicate, 2023.