11 de enero 2023
El 2023 será complejo y retador para América Latina que deberá enfrentar un contexto internacional desfavorable en el que se espera, según el FMI, una desaceleración simultánea de los tres principales motores económicos (EE. UU., China y UE), cuyo efecto será un débil crecimiento económico global de 2.7% --que incluso podría caer por debajo del 2% según su Directora-- y con posibilidades, cada vez más ciertas, de que algunas economías entren en recesión.
Cuatro temas demandan atención prioritaria a nivel global: los efectos del conflicto en Ucrania; la lucha para controlar la inflación y las tasas de interés; los desafíos de los mercados de la energía; y el camino incierto que tomará China post pandemia. Por su parte, una agenda geopolítica sobrecargada de puntos calientes, las tensiones entre Estados Unidos y China, un sistema de seguridad colectiva inoperante y un fuerte aumento del gasto militar, suman mayor tensión. Todos estos eventos impactarán, en mayor o menor medida, a nuestra región.
Bienvenidos a la “polycrisis” o “permacrisis”, un momento histórico caracterizado por múltiples crisis globales que se desarrollan al mismo tiempo en una escala casi sin precedentes y que generan un período prolongado de incertidumbre, inestabilidad e inseguridad.
Latinoamérica ingresa al nuevo año con un mapa político reconfigurado: una nueva marea rosa con las 5 principales economías en manos de gobiernos progresistas, pero con diferencias importantes entre ellas, y con un escenario global y regional mucho más adverso con el que habían gobernado los mandatarios de la primera marea rosa a principios del siglo XXI. De todos ellos, solo Lula repite en la presidencia.
El crecimiento económico enfrentará a un “viento de frente”. El promedio regional será anémico: el FMI proyecta 1.7%, CEPAL 1.3% y S&P 0.7%. La región acumulará además una segunda década perdida en términos económicos (2014-2023) unido a fuertes retrocesos en materia de desarrollo social como consecuencia de este débil crecimiento y de la herencia maldita de la pandemia. La inflación, si bien irá disminuyendo, continuará alta. Lo mismo ocurrirá con las tasas de interés, necesarias para combatir la primera. El bajo crecimiento impactará negativamente en el nivel de pobreza --que se mantendrá por encima del 30%--, en el empleo, la desigualdad y la informalidad, lo que anticipa que el malestar social y las demandas seguirán presentes en las calles, por lo que no hay que descartar nuevos estallidos sociales.
Democracia y gobernabilidad
En lo político, el 2023 estará marcado por un contexto con alto nivel de incertidumbre, inestabilidad, volatilidad y riesgo político. Esta combinación explosiva y, sobre todo, la brecha que existe entre la magnitud y complejidad de los problemas a resolver y la menguada capacidad de los gobiernos para dar respuesta a los mismos, seguirá generando crisis de gobernabilidad en varios países de la región.
Algunas democracias continuarán bajo asedio del populismo y del autoritarismo. Una nueva amenaza requiere máxima atención: el populismo de extrema derecha que dinamita la institucionalidad, exige intervención militar cuando los resultados no son de su preferencia, y ataca a la democracia desconociendo sus valores y principios. Sectores trumpistas en EE. UU. y bolsonaristas en Brasil son dos ejemplos recientes de este peligroso fenómeno en nuestro hemisferio. Un segundo grupo de democracias podrían sufrir nuevos deterioros hasta convertirse en regímenes híbridos. Y algunos de estos regímenes podrían aumentar su deriva autoritaria. En las dictaduras cubanas y nicaragüense no se anticipa de momento una apertura democrática. Haití vivirá un año crítico. En otros países, en cambio, pese a los enormes desafíos, la democracia mantendrá su calidad y resiliencia, o incuso podría experimentar avances. Uruguay continuará siendo la democracia de mejor calidad de la región.
Intensa agenda electoral en Latinoamérica
América Latina vivirá un rally electoral marcado por la celebración de tres procesos generales -presidenciales y Legislativas- en Paraguay, Guatemala y Argentina, las dos últimas con posibilidades de ir a balotaje para definir al presidente. Un momento electoral que se inscribe dentro de un proceso mayor, el del llamado súper ciclo electoral latinoamericano que arrancó en 2021 y acabará en 2024; periodo durante el cual, todos los países de la región, salvo Bolivia (las celebró en 2020), habrán ido a las urnas para renovar o ratificar a sus mandatarios.
Otras elecciones de gran importancia completan el agitado calendario 2023. Dos elecciones estaduales en México, en los estados de México y Coahuila, que servirán de termómetro de cara a las elecciones presidenciales de 2024. Locales en Ecuador, plegadas a un referéndum para consultar a la población la eventual modificación de la Constitución en materia de seguridad ciudadana, instituciones del Estado y medioambiente. A ello debemos agregarle, elecciones locales en Colombia y, en Chile, elecciones para designar consejeros constituyentes y un plebiscito de salida vinculado al proceso constituyente. En Perú, ante el malestar y la presión social, y a pesar qué hay acuerdo para adelantar las elecciones al mes de abril de 2024 no se puede descartar -en caso de que la crisis se agrave- un nuevo adelantamiento de las elecciones generales. En Haití habrá que ver si en algún momento del año tendrán lugar las varias veces postergadas elecciones presidenciales, como acaba de anunciar recientemente el primer ministro Ariel Henry. Y, finalmente, en varios países se llevarán a cabo elecciones primarias o internas, entre ellos en Argentina (PASO), Panamá (de cara a las elecciones generales de 2024) y, probablemente, también en Venezuela, la oposición realice un proceso electoral de primarias para elegir el próximo candidato unificado con miras a las presidenciales de 2024.
En Paraguay (30 de abril) la contienda estará centrada entre el candidato oficialista del Partido Colorado, Sebastián Peña (cercano al expresidente Horacio Cartes) y el candidato de la concertación opositora que reúne a varias fuerzas políticas, Efraín Alegre (del partido Liberal Radical Auténtico). El oficialismo parte con ventaja pero podría haber sorpresa.
En Guatemala (25 de junio) las elecciones de junio podrían brindar una oportunidad de mejora, o bien, acelerar el deterioro democrático y social del país provocado por los tres últimos presidentes (Pérez Molina, Morales y Giammattei). Las encuestas ubican a las opositoras, Zury Ríos (conservadora) y Sandra Torres (populista de centroizquierda) encabezando los sondeos y a Manuel Conde, el candidato oficialista, muy lejos de ambas. Seguramente habrá voto de castigo al oficialismo, no se anticipa un giro a la izquierda ni tampoco se descarta que, similar a 2015 y 2019, surja un candidato que dé la sorpresa a último momento. En esta oportunidad podría ser Edmundo Mulet.
Y en Argentina (22 de octubre), el panorama sigue abierto tanto del lado del gobierno como de las oposiciones. Cristina Fernández de Kirchner, después de la sentencia que la condenó -en primera instancia a 6 años de cárcel y a inhabilitación permanente para desempeñar cargos públicos- primero se auto-excluó y, más recientemente, cambió su posición y denunció ser víctima de “proscripción”. No está claro si el presidente Alberto Fernández buscará su reelección (la valoración ciudadana de su gestión es negativa) o si dará un paso al costado para apoyar otro candidato, que podría ser el actual ministro de Economía, Sergio Masa (dependiendo de la marcha de la economía y de la inflación), o alguna figura del peronismo o kirchnerismo, entre otros, Wado de Pedro o Axel Kicillof. Tampoco está claro aún quien liderará el sector opositor de Juntos por el Cambio, ya que existen varios aspirantes: el expresidente Mauricio Macri, el jefe de gobierno de la CABA Horacio Rodríguez Larreta, la ex ministra Patricia Bullrich y algunos nombres del radicalismo. Un tercer interrogante es hasta donde crecerá el candidato anti-casta de derecha Javier Millei y si correrá por su cuenta o en alianza con algún sector de la oposición. Es probable que haya voto de castigo al gobierno (alternancia por tercera vez en 12 años) con tendencia al centro derecha o derecha.
De todos estos procesos importa observar dos tendencias: 1) si se mantendrá el voto de castigo a los oficialismos (que marcó el período electoral 2019-2022); y 2) si seguirán triunfando los gobiernos progresistas o veremos un cambio de ciclo político favorable a gobiernos de centro derecha o derecha a nivel regional como ocurrió en 2015 con el triunfo de Macri.
Países y procesos electorales a monitorear en 2023
El 2023 será un año particularmente intenso para América del Sur. Al agitado calendario electoral arriba mencionado, es importante dar seguimiento a: 1) El inicio del tercer gobierno de Lula que arranca bien complicado. Además de la difícil situación económica y social que heredó, el pasado domingo 8 de enero, debió enfrentar la mayor crisis desde el regreso del país a la democracia en 1985: el atentado en contra de las instituciones constitucionales, perpetrado por sectores extremistas de derecha cercanos al expresidente Jair Bolsonaro, caracterizado por actos terroristas y vandálicos en contra de las instalaciones de los tres poderes quienes reclamaban, al mismo tiempo, un golpe militar. Este nivel de hiperpolarización tóxica que viene sufriendo Brasil y la radicalización de sectores de la extrema derecha, violenta y anti-democrática, representan serios peligros a los cuales Lula, pero también los otros dos poderes del Estado, deben enfrentar urgentemente con una estrategia doble. Por un lado, investigando a fondo estos graves hechos y sancionado a los golpistas de manera ejemplar con todo el peso de la ley. Y, por el otro, adoptando todas las medidas necesarias que lleven a reducir la grieta y a reconciliar y pacificar el país. A ello se le agrega la urgencia, de parte del nuevo gobierno, de cumplir con las promesas de campaña, en especial, balancear la puesta en marcha de políticas sociales más activas -para combatir el hambre, la pobreza, la desigualdad- con la responsabilidad fiscal, para no perder la confianza de los mercados, poder reactivar la economía y generar empleo; 2) la marcha de las negociaciones entre el régimen autoritario y la oposición venezolana, cuya prueba de fuego pasa por comprobar si Maduro tiene voluntad política para permitir que se celebren unas elecciones presidenciales con plenas garantías en 2024; 3) la evolución de la nueva crisis en Perú; 4) el fuerte aumento de la tensión política en Bolivia y sus eventuales consecuencias para la democracia en el país andino; y 5) en Colombia, el avance de las reformas de pensiones y salud, las negociaciones con el ELN y otros grupos, y los resultados de las elecciones regionales que definirán si Petro logrará consolidar su gobierno de izquierda durante el primer año.
Fuera de América del Sur hay que poner foco en las dictaduras de Nicaragua y Cuba; la deriva autoritaria en El Salvador; la marcha de los gobiernos de Xiomara Castro en Honduras y de Rodrigo Chávez en Costa Rica; y la grave crisis (política, económica, humanitaria y de refugiados) que vive Haití convertido en un estado fallido.
Resumiendo: Con tantos cisnes negros y rinocerontes grises no es fácil hacer pronósticos. Pese a esta dificultad, sí podemos afirmar que 2023 será otro año muy desafiante y todo hace prever que los “tiempos nublados” continuarán en la región. La combinación de “calles calientes” y “urnas irritadas” complicarán la gobernabilidad, convirtiéndola junto con el anémico crecimiento y la inflación, inestabilidad y la inseguridad en los mayores dolores de cabeza para un número importante de gobiernos latinoamericanos.
Para hacer frente a esta multiplicidad de desafíos, los mandatarios deberán reconquistar la confianza ciudadana en la política y sus instituciones, recuperar el crecimiento, mejorar la calidad de las políticas públicas, renegociar los contratos sociales, y proteger, fortalecer y repensar la democracia para adaptarla a las sociedades del siglo XXI. Hará falta, asimismo, que los gobiernos y empresas mejoren su capacidad de operar en contextos de cambio acelerado, alta complejidad, volatilidad y riesgo político, unido a un manejo eficaz de la incertidumbre y expectativas, consensuar e implementar reformas que respondan a las exigentes demandas ciudadanas sin afectar seriamente la macroeconomía, el equilibrio fiscal y el clima de negocios, atraer inversión extranjera en sectores de alto crecimiento, entre ellos en “economía verde”, agricultura, minería y nearshoring, poner en marcha alianzas estratégicas entre el Estado y el sector privado y, sobre todo, acompañar a la democracia de un Estado estratégico y de buen gobierno para tener la capacidad de dar resultados (delivery) oportunos y eficaces a los problemas reales de la gente.
*El autor es director regional de IDEA Internacional.