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50 años del terremoto en Managua: pánico, corrupción, dictadura y presos políticos

Nos despertó el estrépito de la calamidad. Casi dormida, bajé las escalinatas de la catedral, mientras los demás compañeros corrían despavoridos

Las agujas del reloj de catedral marcaban 00:32 horas del 23 de diciembre de 1972 cuando un brutal terremoto destrozó el corazón de Managua.

Mónica Baltodano

23 de diciembre 2022

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Las agujas del viejo reloj de catedral marcaban las 00:32 horas del 23 de diciembre de 1972 cuando un brutal terremoto destrozó el corazón de Managua. El cataclismo alcanzó 6.2 grados en la escala de Richter y su epicentro fue localizado en la falla de Tiscapa, en el Lago Xolotlán, dos kilómetros l noreste de la Planta Eléctrica Managua y a 5 km de la superficie. 41 años antes ―el 31 de marzo de 1931―, otra hecatombe arrasó la capital, pero las secuelas sociales, económicas y políticas de este fueron inconmensurables.

En 1971, Anastasio Somoza Debayle (“electo” presidente en 1969) y Fernando Agüero, líder del Partido Conservador, firmaron el pacto conocido como Kupia Kumi, expresión misquita que significa un solo corazón. Este pacto incluyó, entre otras cosas, reformas a la Constitución Política de la República, disolución del Congreso y convocatoria a una Asamblea Constituyente. Somoza intentaba evadir la prohibición constitucional a la reelección continua, pues las reformas admitieron un periodo intermedio en que el poder formal estaría en manos de una Junta de Gobierno (Triunvirato).

El pacto del Kupia Kumi desacreditó a la oposición electorera y generó espacios de respaldo a la lucha armada dentro de los sectores populares y en la clase media. El 6 de febrero de 1972 fue consumada la farsa electoral para la Asamblea Constituyente, la cual, a su vez, “eligió” una Junta Nacional de Gobierno, integrado por los liberales somocistas, Gral. Roberto Martínez Lacayo, Dr. Alfonso Lovo Cordero y el conservador Dr. Fernando Agüero Rocha, quienes tomaron posesión el 1 de mayo.[1]

Terremoto Managua

Ayuno profético por los presos políticos


En los primeros meses del año, presos políticos, sus madres y hermanas, protagonizaron una contundente huelga de hambre por reivindicaciones carcelarias y consiguieron mejorar sus condiciones. En octubre, las madres iniciaron otra campaña, denominada Navidad 72 sin presos políticos y demandaron amnistía para sus hijos.

Integrantes de los movimientos cristianos de entonces decidimos sumarnos a la jornada por la libertad de los presos políticos mediante lo que llamamos un Ayuno profético, que también incluía la denuncia de la desigualdad social, que evidenciaba los abismos entre la opulencia de unos pocos y la miseria de las grandes mayorías.

El 22 de diciembre, coordinados por el S. J. Fernando Cardenal, la hermana Luz Beatriz Arellano, el padre Alfonso Alvarado y el reverendo bautista José Miguel Torres, nos juntamos 40 muchachos y muchachas en el atrio de la catedral, la mayoría entre 17 y 20 años. Entre otros, recuerdo a Joaquín Cuadra, Álvaro Baltodano, Roberto Gutiérrez, Flor de María Monterrey, Luis Carrión, Lourdes y Salvador Mayorga, Carmen Oyanguren, Esther e Ileana Gómez, Carlos Carrión, Dharma Lila Carrasquilla, Vanessa y Karina Castro, Salvador Méndez, Laura Amanda Cuadra, Adilia Eva Solís, Nelly Castillo, Eva Sacasa, Óscar Perezcassar, Óscar Robelo, Mónica Baltodano, Róger Baldizón, Donald Quintana, Martina Meyrat, Emilia Torres, Aurora Zamora, Alonso Porras, Vicente Baca Lagos, Arlen Siu, Orlando Castellón, Hugo Arévalo y Jorge Matus Téllez.[2]

A medianoche del 22 de diciembre nos despertó el estrépito de la calamidad. Casi dormida, bajé las escalinatas de la catedral, mientras los demás compañeros corrían despavoridos, varios con heridas leves causadas por enormes tenamastes de concreto que caían a nuestro lado. Estupefactos nos reunimos en la Plaza de la República ―después plaza de la Revolución―. Ahí vimos que se trataba de un terremoto y observamos enormes llamas levantadas en la parte sur y centro de la ciudad. Ese desastre de magnitudes incuestionables dejó sin sentido nuestra protesta.

Algunos ayunadores, sobre todo los que vivíamos en Managua, caminamos en busca de nuestros hogares. Pocos meses antes, mi familia se trasladó a la capital y estaban cerca, todos ilesos afortunadamente. Les insté a irse con nosotros a la costa del Lago y al empezar el recorrido ocurrieron la segunda y tercera sacudidas. Los postes de energía eléctrica se bamboleaban como árboles azotados por la tempestad y sus cables pegaban entre sí de acera a acera. Aún quedaban algunos edificios en pie y las paredes de uno y otro lado de la calle parecían rozarse. El pánico era indescriptible y gritábamos aterrados hasta que cesaron las réplicas, de 5 y 5. 2 en la escala de Richter, entre las 1:18 y 1:20 am.

En la inmensa oscuridad de la madrugada llegamos a la costa del Lago. Recostados en el suelo sentimos las contorsiones de la tierra y vimos las llamas que parecían consumir el Palacio Nacional. Al salir el sol nos percatamos de que el Centro Nocturno Plaza, frente a catedral, había cedido y aplastado a muchos parroquianos y aún se oían los gritos de los atrapados. Miramos el rescate de una de las sobrevivientes, que al ser evacuada parecía una muñeca de trapo, tal era la cantidad de fracturas en todo su cuerpo. Luego supimos que no sobrevivió a sus numerosas heridas.

Con toda mi familia ilesa, caminamos desde la Plaza hacia la parada de taxis interlocales y pasamos por el barrio San Sebastián hacia la estatua de Montoya. La marcha permitió observar la dimensión de la catástrofe. Casi ninguna estructura quedaba en pie. Casas y edificios derrumbados. Cadáveres sobre el pavimento, mientras familiares de los soterrados trataban inútilmente de extraerlos. El edificio de cuatro pisos del Colegio Calasanz se hundió y parecía sólo de dos. No sabíamos que debajo estaba el P. Ángel Barrajón, otro de nuestros amigos y guía espiritual de entonces, quien logró salir ileso. Otros religiosos estaban heridos y uno de ellos, el padre Bruno Martínez, murió después.

Cifras de la catástrofe

Los muertos se estimaron entre 10 000 y 19 000 y los heridos en 20 000, pero nunca se supo el número exacto de fallecidos, pues muchos cadáveres quedaron sepultados y no pudieron ser rescatados. El censo de 1971 estableció en casi 400 000 los habitantes de Managua y 250 000 mil quedaron sin hogares. El terremoto mostró la debilidad en las normas constructivas de una ciudad que antes ya había sucumbido. Mientras la mayor parte de las casas de taquezal se derrumbaron sepultando a sus habitantes, también cayeron edificios “modernos”. Los construidos con apego a normas antisísmicas ―como el Teatro Nacional Rubén Darío―, no sufrieron mayores daños.

Terremoto Managua

La edición de LA PRENSA que no pudo circular debido al sismo. En esta se reporta el ayuno de decenas de jóvenes en protesta contra los atropellos de la dictadura somocista.
Foto: Confidencial | Cortesía.

Las instalaciones del diario La Prensa fueron destruidas, así que su edición del 23 de diciembre, informando del ayuno en la catedral y la lucha de las madres de presos en la iglesia San Antonio, quedó nonnata. Volvió a circular hasta el 1º de marzo de 1973, con el titular En 30 segundos solo Hiroshima y Managua. Ese mismo día, el Congreso de la República destituyó de su cargo de triunviro a Fernando Agüero Rocha.

La ayuda humanitaria se volcó de inmediato, pero su uso fue cuestionado desde los primeros días. El propio 24 de diciembre, un líder socialista y sindical emblemático, Domingo Sánchez Salgado ―Chagüitillo―, fue apresado cuando llegó a El Retiro, donde despachaba Somoza, a reclamar ayuda para su comunidad, el barrio Colonia Nicarao.[3]

Entre los actos más significativos de la solidaridad destacó el de Roberto Clemente, pelotero puertorriqueño y estrella de Grandes Ligas, que acompañó el cuarto vuelo de un puente aéreo organizado por él para llevar ayuda a la población. Falleció en este viaje, el 31 de diciembre de 1972, como consecuencia del accidente de su avión DC-7.

Efectos del terremoto en Managua y del somocismo

El 23 de diciembre, la Junta Nacional de Gobierno, en Consejo de ministros, decretó el Estado de Emergencia Nacional, Estado de Sitio, Ley Marcial y toque de queda, suspendió las garantías constitucionales en el departamento de Managua e instauró el Tribunal Militar Permanente, integrado por el general Gustavo Guillén, el coronel Gustavo Medina y el capitán y doctor Wenceslao Mayorga.

Asimismo, mediante Acuerdo Ejecutivo No. 26 del 23 de diciembre, la Junta Nacional de Gobierno, que para entonces era un figurón, se dio un virtual autogolpe al crear el Comité Nacional de Emergencia, y poner al frente a Anastasio Somoza, jefe director de la Guardia Nacional (GN). Como presidente del Comité, Somoza se colocó por encima de todos los poderes. Ejemplo de estos súper poderes fue una ley dictada por la Asamblea Constituyente en abril de 1973, mediante la cual el Presupuesto de Ingresos y Egresos de la República pasó a ser administrado por dicha entidad.

La solidaridad internacional hacia la Nicaragua terremoteada fluyó de inmediato, pero durante 1973 fueron evidentes los actos de apoderamiento de estas ayudas, así como de innumerables concesiones cedidas con ventajas a familiares de Somoza, funcionarios y allegados del régimen. Las pobres e insuficientes respuestas a los acuciantes problemas de la población afectada, deterioraron más la ya desacreditada actuación de la dictadura.

Con el argumento de la necesidad de la reconstrucción, la dictadura inició un feroz endeudamiento externo en condiciones duras, préstamos a corto plazo y altos intereses, que disminuyeron las disponibilidades financieras para los programas sociales. Los préstamos duros fueron criticados con rudeza por Pedro Joaquín Chamorro a través de escritos en el diario La Prensa. Ese año el saldo de la deuda pasó al 33% del PIB; 105.5 % de las Exportaciones; y el servicio de la deuda al 12% de las Exportaciones. Estas cifras continuarían creciendo en los años siguientes.[4]

n 1972, Nicaragua sufrió una gran sequía y la producción de alimentos era insuficiente. Estos fenómenos provocaron inflación y disminuyeron las fuentes de empleo, mientras los salarios no solo se congelaban, sino que, en algunos casos, disminuían por la prolongación de la jornada laboral y otras medidas. La dictadura estableció medidas de excepción para presionar a la fuerza laboral, primero con el Decreto No. 83 del 6 de enero de 1973, que obligó a una contribución de los servidores públicos de un mes de sueldo al año, en doceavas partes, por un período de dos años, para la reconstrucción de la ciudad de Managua. Eso era un recorte del 8.33% mensual al salario de los trabajadores del Estado. Y luego, con la Ley No. 86 de 10 de enero de 1973, que decretaba: ―A partir de la fecha de vigencia de esta Ley, tiénese por jornada laboral 60 horas semanales, mientras dure el Estado de Emergencia Nacional.[5]

Luchas

A lo largo del año se manifestaron de manera continua las protestas, huelgas, paros y manifestaciones o marchas, en particular de los sectores más organizados, que hasta entonces eran los estudiantes universitarios y de secundaria y los sindicatos de distintas centrales obreras, sobre todo los afiliados a la CGT(i), vinculada al Partido Socialista, y a la Central de Trabajadores de Nicaragua (CTN), de afiliación socialcristiana.

Grandes movimientos huelguísticos ocurrieron este año: dos huelgas de trabajadores de la construcción, en abril (27 días) y junio (38 días), y la huelga de trabajadores de la salud que duró 35 días. El año fue cerrado otra vez con un movimiento a favor de los presos políticos, ahora centrado en la demanda de libertad del ex raso GN Francisco Ramírez, condenado a cinco años de prisión por entregar su fusil al FSLN y del profesor salvadoreño Efraín Northalwalton, asilado en Nicaragua y detenido durante ocho meses sin proceso alguno.

Mientras las fuerzas somocistas y la seudo oposición zancuda seguían empujando la elaboración de una nueva Constitución Política de la República, sectores conservadores antisomocistas y algunas personalidades intentaron articularse y presentarse como alternativa a través de la construcción de nuevos movimientos políticos.

En septiembre de 1973 lanzaron en León el Movimiento de Salvación Nacional, en el que comparecieron dirigentes de organizaciones políticas y algunos líderes sindicales; y en noviembre fue anunciada la construcción de un nuevo movimiento político, integrado principalmente por conservadores antisomocistas de extracción acomodada.

El pronunciamiento fue firmado por más de 100 personalidades de clase media alta, provenientes de los conservadores antisomocistas, con la presencia de algunos liberales, como Ramiro Sacasa. Algunos de los firmantes se incorporarían luego a la lucha sandinista, como colaboradores, otros formaron parte del Grupo de los 12, como Ernesto “Tito” Castillo o en los primeros meses fueron miembros de  la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN), como Alfonso Robelo y Violeta Barrios.[6]  

Terremoto Managua 1972

Imágenes del terremoto de 1972 | Foto: Nicolás López Maltez

La iglesia, movimientos cristianos, sindicales y artistas

La Iglesia Católica, en particular la Diócesis de Managua, encabezada por el obispo Miguel Obando y Bravo, confrontaron los actos arbitrarios y despóticos de la dictadura.  Mientras la teología de la liberación continuó influyendo cada vez más en sectores cristianos organizados en cursillos de cristiandad, Comunidades Eclesiales de Base, delegados de la palabra y en el Movimiento Cristiano Revolucionario.

El deterioro de las condiciones sociales, junto a los escándalos de corrupción, y el cierre de las vías pacíficas de lucha debido a los fraudes electorales y la violencia permanente del régimen contra las protestas, radicalizaron a todos los sectores. Los movimientos cristianos y estudiantiles vinculados al FSLN hicieron trabajo social y de concientización en los centros de refugio para los damnificados del terremoto, pero también en los barrios, organizando a las comunidades y reclutando para la lucha armada a los líderes populares más conscientes.

Los intelectuales también se radicalizaron y se integraron a la militancia revolucionaria, entre ellos, Gioconda Belli, Francisco de Asís Fernández, David Mcfield, Róger Pérez de la Rocha, entre otros. En León se dinamizó el Teatro Experimental Universitario dirigido por Alan Bolt, y Carlos Mejía Godoy fundó el Taller de Sonido Popular y se integró al grupo "Gradas", articulación artística y política que puso la música y la poesía en función de la lucha.

Memoria y presente

 Junto a innumerables eventos naturales ―huracanes, maremotos y terremotos―, el pueblo nicaragüense ha padecido en extremo por dictaduras feroces. Por tal razón, en la rememoración del evento telúrico que conmovió Nicaragua y desplegó la solidaridad internacional, debo dejar constancia, en honor a la Memoria Histórica, de un testimonio altamente significativo: la gran mayoría de jóvenes y sacerdotes que ocupamos el atrio de la catedral demandando la libertad de los presos políticos, justicia social y democracia, desempeñamos luego roles relevantes en el Frente Sandinista de Carlos Fonseca, como protagonistas de alto perfil de todas aquellas luchas que concluyeron en el estruendoso terremoto político que representó el derrocamiento de la dictadura somocista y el triunfo de la Revolución Sandinista de 1979.

Algunos cayeron luchando contra Somoza, como Arlen Siu, Óscar Perezcassar, Óscar Robelo, Orlando Castellón, Hugo Arévalo y Jorge Matus Téllez. La mayoría de sobrevivientes ocupamos responsabilidades clave en las estructuras de la Revolución, pero no pocos, como el propio padre Fernando Cardenal, Luis Carrión y quien escribe, hemos cuestionado desde hace muchos años la deriva autoritaria de Daniel Ortega, la privatización del FSLN y ahora la tiranía del gobierno de Nicaragua, encabezado desde hace 15 años por la familia Ortega Murillo.

Después del heroísmo y entrega desplegados principalmente por jóvenes de entonces, las nuevas generaciones ahora claman nuevamente por libertad, enfrentados de manera pacífica a una dictadura cruel, que tiene secuestrados a más de 250 presos políticos provenientes de distintas vertientes políticas y sociales, entre ellos, el obispo Rolando Álvarez y heroínas como Dora María Téllez.

Hoy, como hace 50 años, estamos exigiendo la libertad de todas las personas presas políticas. Ayer frente a la dictadura somocista, hoy frente a la dictadura Ortega Murillo, la más perversa y cruel deformación del sandinismo, con la certeza de que, igual que ayer, este régimen caerá, como antes cayeron los principales pilares del somocismo.

[1] La Prensa, 3 de mayo de 1972.

[2] Baltodano Mónica, 2010 Memorias de la Lucha Sandinista, Testimonios de Fernando Cardenal y José Miguel Torres, Volumen 1, página 343.   Cardenal Fernando 2008, Sacerdote en la Revolución Tomo I, página 78.

[3] La Prensa, 22 de julio de 1973

[4] https://bcn.gob.ni/series-hist%C3%B3ricas-de-estad%C3%ADsticas-macroecon%C3%B3micas-1960-2020

[5] Ley No. 86 del 10 de enero de 1973. Publicada en La Gaceta, Diario Oficial, No. 8 del 16 de enero de 1973.

[6] La Prensa, 10 de noviembre.

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Mónica Baltodano

Mónica Baltodano

Guerrillera, revolucionaria y política nicaragüense. Participó en la insurrección contra la dictadura somocista. Exdiputada de la Asamblea Nacional. Fundó el disidente Movimiento por el Rescate del Sandinismo. Tiene una licenciatura en Ciencias Sociales y una maestría en Derecho Municipal de la Universidad de Barcelona, España. Es autora de la serie "Memorias de la Lucha Sandinista".

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