28 de octubre 2022
Las protestas que se han desatado en todo Irán en defensa de los derechos de las mujeres y contra los abusos de la policía moral religiosa han vuelto a echar luz sobre la clerecía gobernante y sobre los poderes aparentemente ilimitados del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei.
La República Islámica de Irán tiene un sistema de gobierno en dos niveles. El primer nivel, representación visible de la soberanía popular, incluye un presidente que ejerce el poder ejecutivo dentro de un estado altamente centralizado, un parlamento encargado de crear y debatir leyes, y un sistema judicial que las puede vetar e interpretar. El segundo nivel, representación de la soberanía divina, está formado por un solo hombre: el líder supremo, o faqih.
El faqih posee un monopolio absoluto del poder estatal. Designa al jefe del sistema judicial y tiene total libertad para destituir al presidente. Es comandante en jefe de las fuerzas armadas, y puede vetar cualquier ley aprobada por el parlamento. Se trata de una posición a la vez anacrónica y única en el mundo, que institucionaliza el control clerical de todos los ámbitos de gobierno.
Además, es una herejía. Lejos de ser el fundamento del islam chiita, como afirma el régimen clerical iraní, el concepto de faqih no representa ni el consenso histórico ni la visión mayoritaria actual dentro del pensamiento político chiita. Es un cargo totalmente inventado; un artilugio del primer hombre que se arrogó el puesto, el ayatolá Ruhollah Jomeiní.
El chiismo, lo mismo que el cristianismo, es mesiánico. La doctrina chiita postula que el mundo temporal, con todas sus imperfecciones, terminará cuando aparezca una figura denominada Mahdi, que algún día gobernará la Tierra. Hasta entonces, todos los gobiernos son transitorios e ilegítimos, ya que cualquier ejercicio del poder político directo pasaría por ser una usurpación de la autoridad divina del Mahdi. Por eso, durante la mayor parte de los últimos mil cuatrocientos años, el clero chiita se abstuvo de interferir en los asuntos de gobierno, y adoptó en cambio una postura de quietismo político.
Es verdad que los principales ayatolás iraníes participaron en las luchas de la clase comerciante y de la juventud intelectual para la creación del primer movimiento democrático autóctono en Medio Oriente. La Revolución Constitucional Persa de 1906, como se la denominó, dio lugar a la creación de una constitución progresista que garantizaba los derechos y libertades básicos a todos los persas, un parlamento independiente (la Asamblea Consultiva Nacional), elecciones libres y una clara separación de poderes.
Pero la Revolución Constitucional fue efímera. En 1921, un golpe militar con respaldo británico instituyó la Dinastía Pahlaví. Se abandonó la constitución, se privó de poder al parlamento y se restauró una dictadura.
Los Pahlaví reprimieron brutalmente cualquier actividad política del clero. Aunque unos pocos clérigos prominentes participaron en la segunda revolución iraní del siglo (la Revolución Nacionalista de 1953), no fue sino hasta la tercera revolución iraní, la de 1979, que el clero salió de las mezquitas y entró al gobierno.
Inédita interpretación
Ese hecho fue resultado exclusivo de la inédita interpretación que hizo Jomeiní de la figura del Mahdi. Contradiciendo catorce siglos de doctrina chiita, Jomeiní sostuvo que en ausencia del Mahdi (único líder legítimo del estado islámico), el poder político debía estar en manos de sus representantes en la Tierra, esto es, el clero. Dicho de otro modo, en vez de esperar a que el Mahdi regrese en el fin de los tiempos para crear la sociedad perfecta, había que empoderar al clero para que cree la sociedad perfecta en su nombre, y entonces el Mahdi regresará en el fin de los tiempos. Jomeiní llamó a esta teoría valayat‑e faqih, o sea “tutela a cargo del jurista”.
Fue una afirmación asombrosa de una innovación religiosa radical en el islam chiita. Pero Jomeiní no se detuvo allí, ya que sostuvo que la autoridad política no debía estar en manos de la totalidad del clero, sino de un único clérigo “supremo”. A lo que añadió que, en cuanto representante del Mahdi, la autoridad del clérigo supremo no solo tenía que ser idéntica a la del Mahdi, sino también a la del profeta Muhammad (Mahoma). En su tratado político sobre el gobierno islámico, Jomeiní escribió: “Un mujtahid [jurista cualificado] justo y versado que promueva la fundación y organización del gobierno gozará de todos los derechos relativos a los asuntos de la sociedad de los que gozó el Profeta”.
Ningún clérigo musulmán había hecho jamás una propuesta tan asombrosa. La idea de que un ser humano cualquiera pueda tener la misma autoridad divina infalible del Profeta contradice siglos de teología islámica. Era una teoría tan abiertamente herética que la rechazaron de inmediato casi todos los otros ayatolás de Irán, incluidos los superiores directos de Jomeiní (los ayatolás Boroujerdi y Shariatmadari), y casi todos los “grandes ayatolás” en Náyaf (Irak), el centro religioso del islam chiita.
Lo que hizo a Jomeiní tan convincente fue su capacidad para expresar su doctrina radical con la retórica populista de la época. Silenciados a fuerza de miedo sus colegas, e incitadas a la acción las masas devotas de Irán, Jomeiní tuvo vía libre para hacerse con el control del gobierno pos-revolucionario. Antes de que la mayoría de los iraníes comprendieran lo que habían aceptado, inyectó su interpretación del Mahdi en el ámbito político, transformó a Irán en una República Islámica y se proclamó primer faqih, autoridad temporal y religiosa suprema del país.
En 1989, Jomeiní murió y el cargo de faqih pasó al sucesor que él había designado, Alí Jamenei; hubo poca resistencia clerical o popular. Se suponía que el faqih debía ser la autoridad religiosa más versada de Irán, pero Jamenei era apenas un clérigo de nivel medio (ni siquiera un ayatolá) con escasas credenciales. Aun así, obtuvo el cargo, lo que se debió ante todo a que casi todas las otras autoridades religiosas cualificadas de Irán (incluido el primer elegido de Jomeiní para la sucesión, el gran ayatolá Alí Montazerí) habían denunciado la doctrina del faqih como una herejía contra el islam.
Ya con 83 años y enfermo, se cree que Jamenei está preparando a su hijo mayor, Mojtaba (un clérigo de nivel incluso más bajo que el que tenía su padre cuando se lo eligió) para que sea el próximo líder supremo. Con eso se eliminaría cualquier vestigio de legitimidad religiosa que aún conserve el cargo de faqih, y quedaría expuesto como lo que realmente es: sinónimo del sah.
Si eso llegara a ocurrir, los levantamientos que estamos viendo no serían nada en comparación con las protestas que se desatarían. Uno de los cánticos que más se está oyendo en las calles dice “Mojtaba, bemiri, rahbari ro nabini”: “Mojtaba, antes te veremos muerto que convertido en líder”.
*Reza Aslan es un productor televisivo nominado a los premios Emmy y Peabody, profesor en la Universidad de California en Riverside y autor de An American Martyr in Persia: The Epic Life and Tragic Death of Howard Baskerville (W. W. Norton & Company, 2022).
**Texto original publicado por Project Syndicate