14 de octubre 2022
“Dicen que Venezuela se está arreglando, pero mire cómo está”, dice José Muñoz mientras señala a los cientos de compatriotas suyos que se acumulan en la frontera de Colombia con Panamá dispuestos a comenzar la travesía a Estados Unidos atravesando la peligrosa selva del Darién.
Yacen en la playa, descansando y matando el tiempo mientras un barco tras otro zarpa del pueblo de Necoclí, en la costa Caribe, al otro lado del Golfo del Urabá donde en grupos entrarán a una selva montañosa en una ruta desangelada.
“El Darién no es tan peligroso como lo que nosotros estamos dejando atrás”, afirma tozudo José, un argumento que repiten una y otra vez todos los que se disponen a pasar la selva.
Quieren dejar atrás una “dictadura silenciosa” que ha hecho que un camino voraz, que comienza por una selva donde se desconoce cuántas vidas se quedan en el camino y se hace dejándose caer en manos de mafias y traficantes, se convierta en la opción más tomada.
“El Darién es una luz de esperanza para nosotros; dejar a nuestras familias atrás es más doloroso”, dice a la agencia Efe este padre de familia que cruza solo.
Para él fue determinante el no tener cómo comprarle comida a sus hijos. El miedo a que se enfermaran y no tener cómo sacarlos de la enfermedad. “Esa es la realidad que vivimos en Venezuela, no la que dicen... es una dictadura”, afirma.
En lo que va de año, más de 150 000 personas han cruzado este peligroso paso fronterizo que separa a Colombia de Panamá, donde los ríos amenazan con arrastrar a familias enteras y las lomas con engullir a quienes las pisan, y donde las violaciones y los asesinatos quedan impunes entre los árboles.
El 71% de esta cifra récord de migrantes —que ya supera el total de cualquier otro año— son venezolanos.
Represalias de la dictadura contra empleados públicos
Como José, Angelismar llevaba años debatiéndose cuándo dar el paso. Veía cómo subían los precios, cómo el dinero no alcanzaba, pero no fue hasta que nació su hijo, Nelson Giovanny, hace menos de un año, que no se atrevió a salir de Venezuela para darle un mejor futuro.
Cruza con el bebé, que aún se aferra a sus pechos, su esposo y parte de su familia. También con su madre, Ada Yolimar, que sabe bien lo que es vivir en un país que la excluye por pensar diferente.
Era estudiante de ingeniería de gas cuando firmó en contra del referendo de 2002 que promovió el entonces presidente Hugo Chávez y que acabó, como represalia, con la destitución de 19 000 empleados de la estatal Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (Pdvsa) y una lista negra donde ella estaba incluida.
Vio cómo, de tener un futuro brillante en un país que reclamaba profesionales para su mejor industria, se le cerraron todas las puertas y pasó años limpiando pisos y casas ajenas. Nunca tuvo los recursos para migrar; tampoco ahora, pero aún así se lanzó.
Más de 6.1 millones de venezolanos han salido de su país, en la que es la segunda crisis migratoria más grande del mundo, superada sola por la de Siria, de acuerdo con la organización Refugees International.
Alentados por declaraciones de Joe Biden
Vienen directo de Venezuela, pero también de otros países como Perú, Chile o Colombia, el país que acogió a gran parte del inmenso éxodo venezolano y que cuenta, según las últimas cifras, con casi 2.5 millones de venezolanos en sus pueblos y ciudades.
Ismali, por ejemplo, llevaba cinco años en Bogotá, vendiendo dulces y otros productos en los autobuses de Transmilenio, pero se puso todo “muy caro” y la necesidad lo empujó a buscar nuevas oportunidades para Yeremias, su bebé de dos años, que acuna en sus brazos a la espera de embarcar rumbo al Darién.
“Por la economía”, “por el mal vivir”, “el hambre”... las respuestas se repiten una y otra vez con los mismos motivos. Un primo, que vive en alguna ciudad estadounidense, les dijo que ahí se ganaba bien. Han visto al vecino construirse una casa nueva gracias al dinero que les envía su padre por Western Union desde Chicago o un amigo lejano les dijo que vinieran, que ahí los recibían y que no era tan difícil.
Pretenden buscar refugio en Estados Unidos, alentados por las palabras del presidente Joe Biden que hace unas semanas aseguró que “no es racional” devolver a migrantes irregulares a países como Venezuela, Cuba o Nicaragua.
Entre octubre de 2021 y agosto de este año, más de 150 000 venezolanos han sido arrestados en la frontera de Estados Unidos con México, en comparación con los 50 499 en el mismo periodo del año pasado.
Solo en agosto, unos 25 mil venezolanos fueron interceptados por autoridades estadounidenses en la frontera, de acuerdo con datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.
“El año pasado era el momento de los haitianos, ahora es el nuestro”, aseguran. Lo hacen desde el otro lado, desde antes de adentrarse en la espesura, confiando en que lo que viene es mejor que lo que dejan atrás, pero sin ser conscientes plenamente de lo que les queda por delante.