Guillermo Rothschuh Villanueva
2 de octubre 2022
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En sus caras y expresiones uno percibe que harán hasta lo indecible para coronar con éxito sus estudios de bachillerato
Estudiantes de Las Lajitas arribando al Parque Central Josefa Toledo de Aguerri. Foto | Confidencial: Cortesía.
“yo tenía quince años: ¡una estrella en la mano!
Rubén Darío
I
Un puñado de muchachos decidió tomarse la vida en serio, sus sueños no conocen fronteras, ni el sol ni la intemperie constituyen obstáculos. Labran su futuro a base de tenacidad y constancia. Sus familiares se volvieron cómplices. Cuentan con todo su apoyo en la conquista de sus sueños. No la tienen fácil. Eso no les importa ni trastoca sus planes. No se arredran ante las dificultades que sortean a diario. Vienen de las entrañas del pueblo. Viven en el caserío Las Lajitas, a siete kilómetros de Juigalpa. Una comunidad rural sin calles ni dispensario médico. Ni muchas cosas más. Cursaron su primaria en una escuela sin biblioteca y con cinco maestros de planta. En su mayoría hijos de madres solteras y padres ausentes. En sus caras y expresiones uno percibe que harán hasta lo indecible para coronar con éxito sus estudios de bachillerato. No hay vuelta atrás.
La primera vez que supe de ellos venía a visitar a mi padre y hermana, de pronto tuve frente a mí una camioneta Nissan doble cabina. En la tina viajaban apiñados un grupo de muchachos con semblante alegre; hasta pensé que venían de una excursión. Su entusiasmo era contagioso. ¿De dónde vendrán? Mira cómo ríen, expresé a Jymara. Al rebasar el kilómetro 135, de la carretera al Rama, divisé a una jovencita apostada a orillas del carril derecho, con unos cuadernos apretados contra el pecho. Detuve la velocidad y esperé a ver qué ocurría. Se montó en el vehículo. En ese momento supe de qué se trataba. Son estudiantes, corroboré a Jymara. Para salir de dudas, llamé a Ferminando. García. Me confirmó que venían de Las Lajitas. Viajan todas las tardes de lunes a viernes, a realizar sus estudios de secundaria. Les sobran méritos, respondí convencido.
Cuando conversé con algunos de ellos me enteré que son hijos de familias pobres, lo que no constituye ningún impedimento. Sus padres decidieron ajustarse el cinturón y reducir gastos, con tal que culminen sus estudios de bachillerato. En su mayoría son poquiteros, viven de la siembra de maíz y frijoles. Otras tienen pequeñas ventas. Las pocas ganancias las invierten en la educación de sus hijos, desean un futuro diferente para ellos. En un breve ritual, todos los mediodías se reúnen en el empalme de Las Lajitas. La camioneta conducida por don Miguel Reyes, partirá puntual hacia Juigalpa, a las 11.40 minutos de la mañana. Viajan a cielo abierto. El vehículo no cuenta con una carpa permanente para evitar el sol y capear las lluvias. Mayor crédito para los muchachos. Viajan con las baterías recargadas. Son conscientes. Deben aprovechar el esfuerzo de sus padres.
Compiten con estudiantes formados en escuelas primarias que disponen de bibliotecas y profesores para cada grado de primaria. Gozan de muchísimas prerrogativas de las que ellos carecen. La escuela de primaria de Las Lajitas es multigrado. Las profesoras tienen que multiplicarse para cumplir con sus obligaciones académicas. La maestra María Candelaria Solís Centeno, imparte primero y segundo grado. Atiende a niños con diferentes niveles de conocimientos. Siempre he sostenido que impartir clases en primaria constituye un enorme desafío, más en estos casos, cuando los maestros no disponen de suficiente material didáctico. Un local de cuatro aulas y un pequeño patio embaldosado. Esa mañana niños y niñas jugaban futbol. Estaban en recreo divirtiéndose, ajenos a las desgracias del mundo. La edad de la inocencia. No acumulan prejuicios ni rencores.
Ellos expresan su origen humilde de manera altiva y mucho orgullo. Las muchachas y muchachos de Las Lajitas, saben de dónde vienen y dicen con alegría hasta dónde quieren llegar. No se andan con remilgos ni lloriqueos. Libran a pecho abierto una batalla contra la adversidad y no están dispuestos a defraudar a sus padres. Menos a ellos mismos. Decidieron cruzar el puente —sus estudios de bachillerato— que los colocará en la antesala de sus estudios técnicos o profesionales. Ni siquiera les inquieta la disparidad en su formación. Nelson Reyes, un chamaco de 15 años, cursa estudios en el Instituto Nacional de Chontales, Josefa Toledo (INCh). Me confesó que él había concluido su primaria en la Escuela Rosa Lanzas, en Juigalpa, esto le otorga ventaja frente a compañeros formados en una escuela multigrado, donde las maestras tienen que ser sabelotodo.
La profesora Fabiola Elizabeth González Amador, tiene bajo su responsabilidad a l2 chavalos, imparte tercer y cuarto grado. Le dije que debían ser excelentes alumnos. La educación que reciben es personalizada. De las destrezas, habilidades y entusiasmo de las profesoras, depende contagiar a sus pupilos. Supe de las debilidades de los alumnos recién aprobado su primer y segundo grado. No saben leer bien, cancanean y se comen las palabras a la hora de escribir. El diagnóstico lo formuló ante la profesora María Candelaria Solís Centeno. Aunque tenga que duplicar esfuerzos, sabe por dónde cojean y eso le ofrece la oportunidad de llenar vacíos. Su entrega con los chavalos de 3 y 4 grado es total. Yo que descreo de eso que algunos llaman apostolado, no encuentro palabras adecuadas para valorar su compromiso y entrega. Me queda por enaltecer su labor.
II
La profesora Meylis Ríos debe lidiar con niños de los tres primeros niveles y la profesora Ada Centeno, lo hace con alumnos de quinto y sexto grados. En la escuela reciben clases de inglés. La profesora Ivys González, es la encargada de impartir estos cursos. Con rigor y firmeza los introduce en el aprendizaje de la lengua inglesa. Un avance significativo, el inglés se convirtió en la nueva “lingua franca”. El profesor Robin Sandoval, graduado en Ciencias Naturales, en la Facultad Regional de Educación Multidisciplinaria (FAREM-Chontales), goza el privilegio de dirigir la escuela de Las Lajitas. Durante el cambio de impresiones, uno de las madres de familia me pidió sugiriera al director, buscara en Juigalpa la donación de libros con la intención de ampliar los conocimientos de sus muchachos. Ayudaría a mejorar su formación. Ojalá Sandoval atienda el ruego.
Al indagar con Oniel Rivas, un chamaquillo de 17 años, esmirriado, con acné incipiente en su rostro, qué clase de alumno era él, alzó la vista y se tomó una pausa. Luego me respondió: “Me considero buen estudiante. Tengo un promedio acumulado de 80 puntos”. Al indagar si había sentido alguna diferencia al inicio de sus estudios de secundaria, nuevamente hizo una pausa. Sus compañeros se quedaron viéndole, querían conocer su respuesta. Sin duda, que es algo distinto. Sintió que tenía que hacer mayor esfuerzo que los estudiantes formados en Juigalpa. Tuvo que ir haciendo ajustes sobre la marcha y ahora piensa que está a su nivel. Cree incluso que ya sobrepasó a muchos. ¿A qué se dedican tus padres? “Son pequeños agricultores. Siembran una parcela de maíz y frijoles. De eso vivimos. Yo me concentro en mis estudios. Le echo ganas. Tengo fe que saldré adelante”.
Doña Dina Inés Duarte Sandoval, dueña de un pequeño negocio, realiza un doble esfuerzo. Sus hijos cursan estudios en el INCh. El varón, Yeritzon Nadir Garay Duarte, tiene 17 y este año concluirá sus estudios de secundaria. Su hija de 16, Yelitza Nadieska Duarte, cursa cuarto año y se ha convertido en la estrella de la familia. Su madre cuando se refiere a ella lo hace con sobrado orgullo. Su hija tiene excelencia académica.
—Me gustaría conocerla.
—No está ahorita.
—¿Cree que pueda?
—Tal vez.
—Por dónde anda.
—Me ayuda en la venta. A la hora de recreo va a vender a la escuela.
—¿Y Yeritzon?
—A él no le gusta.
Justamente cuando ya nos íbamos, llegó Yelitza. Aproveché el momento para decir a su mamá, que no era justo dar un tratamiento privilegiado al varón y uno distinto a la mujer. Un mal enraizado en muchísimos hogares nicaragüenses. Un patrón de conducta apestoso. Por mucho que las mujeres continúen con sus luchas para lograr un mejor trato y en la búsqueda de una paridad auténtica, todavía no consiguen erradicar el mal. Ante esta situación me atreví a decirle a doña Dina que ella era alcahueta. Mientras a Yelitza la manda a vender, Yeritzon rehúye al trabajo argumentando que esas cosas no le gustan, olvidando que viven de esos ingresos. Yelitza además es mejor alumna que su hermano. Una negrita avispada y cejas tupidas, muy dueña de su carácter. Se lamentó porque este año ha estado enferma y teme no alcanzar excelencia académica. Vos podes, le aseguré.
Antes del alza de la gasolina los transportistas les cobraban cinco córdobas por llevarlos a Juigalpa y otros cinco al regreso. El cambio de precio implicó subirles el pasaje a quince córdobas de ida y quince de regreso. Un golpe significativo para sus bolsillos. Con la intención de enfrentar el revés, convinieron con don Miguel Reyes, pagarle diez de ida y otros diez de regreso. Cómo me dijo Greysi Elieth López Hernández, tía de Steven, estudiante de la Escuela de Nuestra Señora de la Asunción, mi hermana Marlen, tiene que darle aparte cincuenta córdobas diarios para el almuerzo y demás gastos. Invierte C$100 semanales en pasajes y doscientos cincuenta más para su comida. ¿Cuánto aporta su padre? Me aseguró que vive ausente de las necesidades de su hijo. Mi ánimo se creció cuando pregunté a Steven de qué vivían. Mi madre es fritanguera, respondió orgulloso.
Los muchachos aprovechan el viaje para darse bromas, están convencidos que deben aguantar las puyas. Nunca se ha producido ningún mal entendido. Las muchachas no participan de la algarabía, viajan en las cabinas delanteras. Pocas veces lo hacen atrás con nosotros, me aclaró Steven. Permanecen a salvo. Sobre Heliodoro concentran los dardos. Un humor permanente. Estoico, sonríe. Sabe que nunca lo dejarán en paz. ¿A qué obedece que Heliodoro sea su blanco predilecto? Para serle sincero, me respondió uno de los muchachos, Heliodoro se les corre a las muchachas. Así por así. No te creo. Así como lo está oyendo. ¿Saben a qué se debe su actitud? ¿Será que pretende ser fiel a su novia? Argumenté. Lo hacemos por joderlo. Él no se incomoda. En el fondo, como miembros de su comunidad, son excelentes amigos. Mantienen a salvo su camaradería.
Don Miguel cree que con el precio pactado ayuda a estas familias, hace algunos años fue presidente de la escuela y era el encargado de ir a Juigalpa a traer el pago de las maestras. Se siente plenamente realizado. Todos sus hijos son profesionales y a las hijas que viven en Las Lajitas, les cedió terrenos para que construyeran sus casas. Diario viajan entre doce y quince estudiantes. Riéndose, me dijo, “Son todo terreno, unos guerreros. Cuando está garuando les paso el plástico y lo rechazan. Me dicen, no lo necesitamos”. Estaba a unos minutos de zarpar. El ejemplo que ofrecen los estudiantes de Las Lajitas, al resto de estudiantes chontaleños, merece aplaudirse y emularse. Contra viento y marea acuden a clases. ¿Qué ocurriría si mañana no tienen dinero para pagar el transporte? Doña Dina, me lo resumió con una sentencia lapidaria: “Soy optimista. Siempre habrá forma de garantizar su futuro”.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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