2 de agosto 2022
Como movimiento táctico el régimen de Giammattei ha dado un golpe rudo a la libertad de prensa con la captura de José Rubén Zamora. Ahora bien, sobre la escena el régimen quedó en soledad. No hubo sector significativo dentro y fuera de Guatemala sin pronunciarse.
La Conferencia Episcopal describió el Ministerio Público como institución precaria, capturada sin disimulo por extremistas que destilan odio a través de sus netcenters. Hasta publican anticipadamente cada movimiento de la FECI de Curruchiche. Resultan secundarios los matices, es relevante en cambio que todas las cámaras empresariales se pronunciaron. El mensaje implícito es: no estamos en esa jugada.
Los medios independientes —que son mayoría y con alcance más profundo de audiencia— han cerrado filas. Asociaciones de periodistas, organizaciones sociales —destacadamente de mujeres— y ciudadanos repudian la persecución.
El “caso Zamora” ya es un poderoso símbolo de las libertades civiles. Si bien el contexto regional está marcado por el quebrantamiento del Estado de derecho, no todos los países reúnen las condiciones para la implantación de un régimen abiertamente dictatorial. Giammattei se ha asegurado el control de todos los poderes públicos, en una deriva de violaciones constitucionales, pero eso no lo convierte automáticamente en dictador.
Él administra el Pacto integrado en 2017 —el cual incluye redes criminales—, pero no ejerce hegemonía. No es lo mismo imponerse que ganar la convicción de los sectores de ser líder unificador. Es la diferencia entre ser dominante y ser hegemónico.
El autócrata de vocación cruza la frontera de la democracia (y derrumba el sistema político desacreditado) cuando lleva un robusto capital político bajo el brazo: el apoyo popular incontestable. Fue el requisito para hechura de Chávez y Ortega, y ahora Bukele.
Ese capital político originario es condición sine qua non para alinear instituciones, modificar leyes y domesticar los factores de la gobernabilidad, que van a soportar los costos de las arbitrariedades y las sanciones internacionales.
Con menos del 14 por ciento del voto popular en la primera vuelta, Giammattei nunca acumuló ese capital político originario. Al revés, ni había cumplido un año en la Presidencia cuando se desplomó en las encuestas. En el segundo año se convirtió en paria del concierto de las naciones democráticas.
Ganó el dominio de las instituciones porque siguió la agenda del Pacto, incluyendo alcanzar mayorías aplastantes en el Congreso repartiendo el botín. Pero el evento electoral en ciernes le está abriendo un flanco con ciertos partidos. Y el “caso Zamora” comienza a mostrar otros límites del juego.
No es que las cámaras se sacrificarán por Zamora, es que el silencio habría liquidado su capital reputacional. Para ellos, el debate que se abre es: ¿Quién necesita más a quién? ¿El Pacto a Giammattei o Giammattei al Pacto?
*Publicado originalmente en El Periódico de Guatemala