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El problema con el régimen de sanciones a Rusia

Las sanciones habrían sido mucho más efectivas si Occidente no hubiera exceptuado al sector energético y si muchos más países las hubieran acompañado

Un manifestante sostiene una pancarta de 'Stop Putin' durante una manifestación contra la invasión rusa de Ucrania frente al edificio del Parlamento suizo. Foto: EFE | Confidencial

Mohamed A. El-Erian

22 de julio 2022

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Han pasado cinco meses desde que Europa y Estados Unidos impusieron fuertes sanciones económicas y financieras a Rusia, un país del G20 que antes de su invasión a Ucrania era la undécima economía del mundo; y en los meses que siguieron, esas sanciones se fueron endureciendo. Sin embargo, se debate intensamente su eficacia, las repercusiones generales de la guerra en los mercados y la economía mundial, y las próximas medidas que debería tomar Occidente.

Respecto de la primera cuestión, las sanciones no fueron tan eficaces como esperaban Europa y Estados Unidos, pero generan a Rusia costos mayores que los que admite el Kremlin. El Banco Central ruso prevé para este año una contracción del PIB de entre 8 y 10%; otros analistas calculan que la caída será mayor, y que el efecto sobre el potencial de crecimiento será duradero. Las importaciones y exportaciones han sido muy afectadas, y el flujo de inversión extranjera está prácticamente detenido. Se multiplican faltantes, que presionan al alza sobre la inflación. El país ya no tiene un mercado cambiario en funcionamiento.

Las sanciones habrían sido mucho más efectivas si Occidente no hubiera exceptuado al sector energético ruso y si muchos más países las hubieran acompañado. Como eso no sucedió, la presión sobre Rusia ha sido menor. Además, pudo seguir comerciando a través de una variedad de canales paralelos y extraoficiales, que adquirirán más importancia mientras se mantenga el diseño actual del régimen de sanciones.

Sin embargo, un golpe más duro para la economía rusa es solo cuestión de tiempo. Los inventarios de bienes importados (incluidos muchos insumos tecnológicos e industriales críticos) se reducen a toda prisa, y la resiliencia de muchos sectores disminuye. Con el correr del tiempo, el daño acumulado para la economía rusa será significativo y duradero, pero los pronósticos a mediano plazo en general aún no han incorporado este hecho.


La segunda cuestión se refiere a las consecuencias internacionales de la guerra y del régimen de sanciones. Casi todos los observadores coinciden en que la invasión rusa aumentó no solo la inseguridad energética sino también la alimentaria, y señalan en tal sentido la interrupción de las exportaciones agrícolas ucranianas. Pero no hay consenso respecto del uso de la "opción nuclear" por parte de Occidente: las restricciones al Banco Central ruso y al acceso de Rusia al sistema internacional de pagos.

Esta medida es mucho más invasiva que la combinación usual de restricciones al Gobierno, al sector privado y a las transacciones financieras individuales. Pero como no está sujeta a normas, pautas o controles que tengan aceptación internacional, escapa a la competencia de organismos de gobernanza mundial importantes como el Banco de Pagos Internacionales, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio.

En tiempos de guerra, esa falta de control puede parecer poco importante. Pero algunos temen que las sanciones puedan afectar el papel del dólar como moneda de reserva internacional y el del sistema financiero estadounidense como principal intermediario mundial del ahorro y la inversión. Es indudable que ahora muchos países se sienten más vulnerables al alcance de las sanciones estadounidenses.

Sin embargo, como no existe un sustituto, la primacía financiera del dólar o de Estados Unidos no puede experimentar una mengua significativa en el futuro inmediato. Lo que sí ocurrirá es que las sanciones reforzarán el proceso gradual de fragmentación económica mundial, al que también contribuyeron hace unos años los aranceles de la Administración Trump. Los otros países ahora tienen más incentivos para tratar de aumentar su resiliencia financiera e implementar medidas de protección propias (que básicamente son ineficientes).

Lo que nos lleva al tercer punto en discusión. Sin un final a la vista para la guerra, ¿qué debe hacer Occidente a continuación? Hay muchos en Occidente que, temerosos de las consecuencias sobre los precios de la energía y el suministro de gas a Europa, quisieran una moratoria a nuevas sanciones, o incluso que se otorguen más exenciones; mientras que otros apoyan medidas adicionales para castigar a Rusia por sus ataques indiscriminados contra la población civil ucraniana.

En cualquier caso, el régimen actual de sanciones no está exento de problemas, ya que coexisten en él dos objetivos: presionar a Rusia y al mismo tiempo limitar los trastornos económicos para Europa. Además, como dijo hace poco la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, transmite la idea de que Rusia puede "chantajear" a Europa con la amenaza de cortar el suministro de gas en cualquier momento. No extraña que la Comisión esté pidiendo a los Estados miembros que reduzcan el consumo un 15%.

El régimen actual de sanciones pone a Occidente en una difícil disyuntiva. Flexibilizarlas puede aliviar temores sobre el futuro económico de Europa, pero es una alternativa inviable, en vista de las atrocidades que cometen las fuerzas rusas en Ucrania. Pero si Occidente está decidido a presionar a Rusia con sanciones económicas y financieras realmente paralizantes, tiene que asumir las consecuencias, y eliminar las exenciones otorgadas al sector energético.

Esa medida tendrá un grave impacto económico a corto plazo en las economías europeas y en el resto del mundo, y amplificará el síndrome de multiplicidad de "focos de incendio" sobre el que advertí en mayo. Por eso es crucial que los Gobiernos usen el margen fiscal disponible para proveer ayuda selectiva a sectores vulnerables de la población y a países frágiles; y los organismos multilaterales deben ayudar a los países en desarrollo proveyéndoles asistencia y un marco de alivio de deudas más operativo. Con una ejecución adecuada, esta opción obtendrá mejores resultados a mediano y largo plazo que la estrategia actual.

Prolongar el uso de dicha estrategia implica el riesgo de caer en el peor de los mundos posibles. No alcanza para disuadir a Rusia de continuar su guerra ilegal; impulsa más fragmentación del sistema monetario internacional; y ni siquiera protege a Europa de un corte de gas en el invierno.


*Artículo publicado originalmente por Project Syndicate.

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Mohamed A. El-Erian

Mohamed A. El-Erian

Presidente del Queens´ College de la Universidad de Cambridge. Profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016) y coautor (junto con Gordon Brown, Michael Spence y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).

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