12 de julio 2022
"Desesperado y delirante (deluded), el primer ministro se aferra al poder". Así decía la portada de la edición impresa del Guardian el 7 de julio de 2022. Pero ¿puede reducirse la conducta extravagante del primer ministro británico Boris Johnson a alguna clase de trastorno mental?
Simplificaciones de esa naturaleza son muy frecuentes en el entorno de medios actual. En el caso de Johnson, es difícil hallar en la prensa una cobertura desprovista de diagnósticos psiquiátricos. Si algo se debate es el tipo exacto de enfermedad emocional que manifiesta, no si puede haber otra explicación psicológica para sus caprichos surrealistas.
Después de una ola inédita de renuncias de ministros esta semana, casi hubo que arrancarle a Johnson las llaves de Downing Street 10; tan firme fue su negativa a aceptar la realidad de su situación. Incluso en el discurso en que finalmente anunció que renunciará, atribuyó su destitución al "instinto de rebaño" de sus colegas en el Partido Conservador, e insinuó que un cambio de liderazgo en este momento resulta "excéntrico".
Pero, ¿está Johnson "delirante"? Para los psiquiatras, "delirio" o "delusión" es un término técnico con un significado preciso; la persona afectada por el trastorno se aferra a creencias claramente falsas, incluso a pesar de pruebas contundentes en sentido contrario. Pero el mero hecho de que una persona cumpla ese criterio no nos da toda la información necesaria. También hay que preguntarse qué la lleva a oponer tanta resistencia a la argumentación razonada y cómo se explican sus graves errores de juicio.
La psicología del liderazgo sugiere que los mismos elementos que explican la popularidad de algunos líderes también pueden provocar su caída. Así pues, el psicodrama de los líderes electos suele ser reflejo del inconsciente de la comunidad política a la que pertenecen: a veces tenemos líderes delirantes porque al momento de votar también lo estamos hasta cierto punto.
David Collinson, profesor de liderazgo y organización en la Universidad de Lancaster, relaciona esta situación con el exceso de pensamiento positivo, o lo que denomina "liderazgo Prozac", en referencia al famoso antidepresivo que trae consigo la promesa de mejorarle el ánimo a la gente (sin resolver en realidad lo que anda mal en sus vidas). El "liderazgo Prozac", según Collinson, "alienta a los líderes a creerse su propio relato de que todo está bien y desincentiva que los seguidores planteen problemas o admitan errores".
En la política, los líderes Prozac llegan al poder vendiéndole al electorado ideas de un optimismo exagerado sobre el futuro. Cuando los votantes compran el relato del líder Prozac, son ellos los que ya están bordeando el delirio. Los países que acaban teniendo líderes de esa naturaleza pueden estar hundidos en el sufrimiento y tener necesidad imperiosa de un estimulante artificial. No hay duda de que el término que usa Collinson parece aplicable a Johnson, un hombre famoso por su bonhomía y optimismo incurable. No olvidemos que antes del despegue de su carrera política, Johnson solía aparecer en comedias televisivas.
Pero ahora nadie se ríe. Los líderes Prozac se vuelven víctimas inevitables de su propia positividad, al negarse a tener en cuenta pruebas que contradigan su optimismo. Aunque todo a su alrededor se derrumbe, se concentran en lo positivo y se convencen de que todavía es posible evitar el abismo.
Algunos dirán que Donald Trump fue un líder Prozac. Tras su derrota evidente en la elección presidencial de 2020, convenció a sus seguidores de que en realidad habían ganado y prevalecerían. Pero ya no es tan seguro que Trump se haya creído su relato. La comisión del Congreso que investigó lo sucedido el 6 de enero reunió abundantes pruebas de que sabía muy bien que había perdido.
Otro ejemplo posible es Vladímir Putin, que ha creado para sus seguidores y para la población rusa en general una especie de fantasía nostálgica. Tal vez creyera realmente que conquistar Ucrania iba a ser más fácil de lo que resultó, ya que al parecer recibió información errónea de sus propios generales.
Collinson considera la "positividad performativa" como un aspecto distintivo de la cultura contemporánea. En la dirigencia corporativa y política, la autopromoción optimista se ha vuelto de rigor. Johnson tal vez considera obvio que hay que proyectar fortaleza, poder y autoconfianza.
En cambio, en su propia carta de renuncia, el exministro de Hacienda Rishi Sunak fustigó a Johnson por ocultarle a la población verdades negativas. "Nuestro país enfrenta inmensos desafíos", escribe Sunak. "Usted y yo queremos una economía de alto crecimiento con bajos impuestos y servicios públicos de primera categoría, pero el único modo responsable de lograrlo es si estamos dispuestos a esforzarnos, hacer sacrificios y tomar decisiones difíciles".
Casi todo el mundo sabe que cuando algo parece demasiado bueno para ser cierto, es probable que así sea. Decirle a la gente que un futuro mejor es posible es una cosa; asegurar que alcanzarlo será fácil es otra. La señal distintiva de los líderes Prozac es que harán todo lo posible para evitar que su verdad entre en conflicto con la realidad. En su discurso de renuncia, Johnson se aferró a la creencia de que "aunque la situación hoy pueda parecer difícil, nuestro futuro colectivo es brillante".
Ahora depende de la población británica bajar otra vez a la Tierra. La positividad por sí sola no puede hacer mucho por ningún país.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.