Guillermo Rothschuh Villanueva
10 de julio 2022
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Vargas Llosa no abriga dudas, Pérez Galdós fue un gran escritor; aunque considera exagerado compararlo con Cervantes
I
Con la pobreza y tardanza con que llegan las obras literarias a Nicaragua —las librerías siempre inundadas de Best Seller y libros de autoayuda— tuve que esperar buen rato para descorchar La mirada quieta (de Pérez Galdós), Alfaguara, 2022, del peruano de Mario Vargas Llosa. Antes de verme la cara con su ensayo, pude asomarme Cómo no leer a Galdós, los disparates de Vargas Llosa, (El Mundo, 19 de abril, 2022), escrito por el profesor y crítico literario, José Luis García Martín. Una arremetida frontal que Vargas Llosa, muy dado a las polémicas, hizo el cuerpo a un lado. No iba a tomar partido sin antes saber qué planteaba el Nobel de Literatura. Para alguien como yo, que conoce de punta a punta la producción literaria de uno de los escritores y críticos literarios más solventes latinoamericanos, resultaba imprescindible esperar su reacción. Lápiz en mano, me sumergí en su libro.
Debía confrontar y pasar por el pazcón, las afirmaciones de García Martín, ensayista prestigiado, dueño de una vasta producción narrativa, obras de teatro, poesía, aforismos, antologías y por demás editor reconocido. Me volqué sobre las tres partes en que Vargas Llosa concibió el ensayo: novelas, teatro y episodios nacionales. La dureza de García Martín, me hacía suponer que las horas consumidas por el autor de García Márquez: historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary (1975) y La verdad de las mentiras. Ensayos sobre la novela moderna (1990), habían sido con la intención de negar virtudes a uno de los autores más celebrados por los españoles. Equiparan su obra con El Quijote. Al emprender la lectura, yo también tuve esa impresión. Los duros calificativos que merecieron a Vargas Llosa, las primeras novelas de Pérez Galdós, eso obligan a pensar.
El primer zarpazo de García Martín obedece a la apología que hace Vargas Llosa sobre la obra de Javier Cercas. Piensa que cuando el olvido haya enterrado a sus contemporáneos, tres de sus obras maestras, Soldados de Salamina, Anatomía de un instante y El impostor, obligarán a los lectores “a volcarse sobre sus páginas para saber cómo era nuestro presente, tan confuso”. Los juicios sobre las tres primeras novelas de Pérez Galdós son implacables. Dice que La sombra, (1870) no reúne los atributos de una novela; La fontana de oro, (1871), más que una novela le parece un panfleto y asegura que El audaz, (1871), es la más política y menos mala. De estos adjetivos no se baja. Juicios molestos. El mayor reproche que hace a Pérez Galdós, es no haber entendido lo que Flaubert enseñó al mundo: la invención del narrador como el primer y más importante paso, para quienes pretenden escribir novelas.
El catedrático español omite en su reprimenda la aseveración del peruano: Pérez Galdós era todavía “un joven sin experiencia en composiciones literarias”. Siendo así, no podía juzgarlo de otra manera. Era preciso confirmar si Vargas Llosa escribió el libro para denostarle. La tunda de García Martín deja ese sabor. Disiento que cuestionara a Vargas Llosa por abrir su larga travesía con un reconocimiento a las novelas de Cercas. Sin dejar de pincharle las carnes, García Martín aclara más adelante porqué objetó al Nobel. En el análisis de la cuarta novela —Doña Perfecta, (1876)— Vargas Llosa se extiende en elogios. Ensalza sus cualidades. No escatima alabanzas. Alega que Doña Perfecta es una de sus obras mejor logradas. No regatea aplausos. ¿Se trataba de un paréntesis? Para cerciorarme tenía que desandar todo el ensayo, como única alternativa para comprender la carga del español.
El profesor García Martín se monta sobre la confesión de Vargas Llosa: durante los dieciocho meses de la pandemia, se entregó a la lectura del conjunto de la obra de Pérez Galdós. Está convencido que ese “atracón explica en buena parte el rechazo. La literatura no se lee así: cada obra literaria requiere su momento y, a un autor de otro tiempo y de obra abundante, no resulta adecuado leerle completo y de un tirón. ¿Quién no acabaría odiando a Lope de Vega si leyera todas sus piezas teatrales una tras otra?”. Algunos dirán que no tenía inconveniente. El autor de Cartas a un joven novelista, (1997), podía leer todo Pérez Galdós, cómo mejor apeteciera. Es cuestión de opiniones. Hay un punto en que García Martín tiene razón. Vargas Llosa cae en algunas extrapolaciones. En vez de mostrarse coherente con Pérez Galdós, por su condición de adelantado, justifica el mal trato a las mujeres: “era la forma cómo eran vistas entonces”.
Destaca que Pérez Galdós fue un escritor comprometido, angustiado por las atrocidades cometidas entonces en España, entrando de manera frontal a los problemas sociales de actualidad, en los que nadie se metía. Igualmente subraya el tratamiento especial que dispensaba a las damas. Pérez Galdós cuestionó el calvario sufrido por las españolas. En Tristana, (1892), denuncia “la condición abusiva de los hombres, de la que eran víctimas las mujeres en España, ante la bestialidad con los varones las convertían en sus amantes, aunque con ello les arruinarán la vida y las condenarán a la frustración”. Vargas Llosa interrumpe abruptamente el elogio. Remata el párrafo final de Tristana, con una frase que permite comprobar una de sus extrapolaciones: “A las nuevas generaciones, todo aquello les debe saber al tiempo de las cavernas (y solo fue ayer)”. ¿En qué quedamos al fin? ¿Cómo leerle entonces?
II
Vargas Llosa exalta la posición de Pérez Galdós, se empecina en condenar una y otra vez, el mal trato a las mujeres. Dedica buen espacio a exponer el machismo y la discriminación femenina. Pérez Galdós se muestra solidario con las mujeres. Vargas Llosa contextualiza. “La religión, no es otra que la religión católica, contribuía a aquella condición humillante en que vivían las mujeres en la España del siglo XIX, en la que por supuesto, solo existía el matrimonio religioso”. Siente necesidad de referirse a uno de los Episodios nacionales de la última época. En la Revolución de julio, enumera las amarguras que vive una pareja. Virginia, infelizmente casada, huye con su amante. Deben escapar, cambiarse de nombres, perderse en los pueblecitos de la Mancha. Están claros que, si son descubiertos y denunciados por sus exmaridos, pararían en la cárcel. No podían disolver sus lazos matrimoniales. No estaba permitido.
A García Martín le asiste parcialmente la razón, Vargas Llosa, empieza mal. En vez de escribir tres o cuatro líneas valorando las novelas de Javier Cercas, pone mayor interés en resaltar el amor de este por “su tierra catalana, vive en ella y, cuando escribe artículos políticos criticando la demagogia independentista, es convincente e inobjetable”. Luego retoma el motivo por el cual cita a quien llama su amigo. Lo hace para reconocerle los juicios emitidos en su columna, El mérito de Galdós, (El País, 9 de enero de 2021). Los considera más acertados y favorables para el autor de Fortunata y Jacinta. Cercas recalca que Pérez Galdós se embarcó “en un proyecto literario de una ambición y una amplitud inéditas con el fin de cimentar una tradición novelesca que brillaba por su ausencia en España”. Una observación atinada. Pérez Galdós no escribió por el prurito de escribir. Lo hizo por compromiso social.
¿Será que García Martín pensó que La mirada quieta (de Pérez Galdós), debió ser enteramente elogiosa? Mal hubiera hecho Vargas Llosa si hubiese procedido de esta forma. Enjuiciar a un escritor supone plantarse frente a él para destacar lo bueno y dejar al descubierto sus incoherencias y debilidades. Lo extraordinario del autor De viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti (2008), fue haberse tomado el trabajo de recorrer el amplio mundo creativo de Pérez Galdós. Valoró cada una de sus novelas y obras de teatro y sumó a su lectura, Los episodios nacionales. Los dardos y aguijones duelen más para quienes profesan una fe ilimitada, ajena a toda valoración negativa, sobre un escritor al que piensan intocable. Es probable que García Martín tenga un juicio diferente. ¿Su cercanía con una obra que debe conocer al dedillo, lo llevan a rebatir las tesis del peruano? Es posible.
Nuestros sentimientos por un autor al que hemos canonizado nublan la mirada. Perturban nuestro juicio. No aceptamos que alguien asuma la tarea de pasar revista, hoja por hoja, novela por novela, para luego someter al escalpelo, la totalidad de sus novelas y obras de teatro. Al criticarlo de forma descarnada, García Martín piensa que Vargas Llosa disiente de su obra. ¿Su actitud dista de cualquier sentimiento de animadversión? Con el peruano siempre sabemos a qué atenernos. Si en su crítica sobre la producción literaria de Pérez Galdós, hubiese procedido como lo hace con Los episodios nacionales, sus alegatos, sin desaparecer, hubiesen aparecido atemperados. No percibo una actitud hostil. Vargas Llosa se muestra atento en la lectura de Pérez Galdós. De no haberlo hecho se adentraba sobre terreno escabroso. Pérez Galdós goza de un aprecio especial entre los españoles.
Existe un aspecto que, desde la perspectiva analítica, Vargas Llosa juzga valioso. Benito Pérez Galdós fue el primer escribidor que logró vivir de sus derechos de autor. Algo que ocurriría hasta mucho después en España y América Latina. Vivió y se entregó por completo a la escritura, con fe de carbonero. El peruano se explaya en demostrar que el novelista y dramaturgo español, combinaba la escritura de sus novelas con sus obras de teatro. La pregunta toral sobre Pérez Galdós, debería ser, ¿qué vieron o encontraron sus contemporáneos en sus obras, para asistir a las funciones de teatro y entregarse a la lectura de sus novelas? ¿Sería por su condición de crítico incurable de los vejámenes sufridos por los pobres? Siempre habló de la urgencia de sacarlos de la pobreza. El daño mayor, apunta Pérez Galdós, provenía de una iglesia católica cerrera, aliada de la nobleza.
Otro cuestionamiento de Vargas Llosa se debe por no haber propuesto cambios en las condiciones de vida de los pobres. Sus argumentos estaban enmarcados dentro de los límites del sistema sociopolítico y económico imperante. Pérez Galdós —aduce Vargas Llosa— era partícipe de la visión cristiana prevaleciente en España. Esto lleva a expresar al Nobel, que Pérez Galdós tenía una visión quietista, gélida de la realidad. Se empeñó en mostrar la importancia de las buenas acciones entre los seres humanos, sin llegar a plantearse la necesidad de transformar la sociedad, paso ineludible para mejorar las condiciones de vida de los pobres. Esta limitación Vargas Llosa la atribuye a su desconocimiento de los mecanismos para transformar la sociedad, única alternativa para extirpar de raíz los sinsabores que padecían los personajes de sus novelas. Tenía una visión estrecha.
III
Vargas Llosa no abriga dudas, Pérez Galdós fue un gran escritor; aunque considera exagerado compararlo con Cervantes. Durante el siglo XIX y comienzos del XX, ninguno de sus coetáneos tuvo tanta dedicación e inventiva. Un gran escritor —concluye— si se seleccionan ciertas novelas y obras de teatro, en las que su genio destacó. No dice nada nuevo. Esto mismo pasa con cualquier otro escritor. El autor de Bases para una interpretación de Rubén Darío (tesis de pregrado presentada en 1958, en la Universidad de San Carlos de Lima), asume con Pérez Galdós una actitud similar a la que ha mantenido en sus análisis con los autores pasados por su colador. Estoy convencido que La mirada quieta (de Pérez Galdós), dejó mal sabor entre los lectores e intelectualidad españolas. ¿Podríamos esperar una respuesta más amplia y concienzuda que la reseña de García Martín? Sería ideal.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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